Madame Anachorète: ¿Perdonada o castigada?

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La palabra «reina» es suficiente para que el corazón de una mujer retumbe y lata rápido.

¿Se tratará de esa reina?, piensa la esposa del carcelero de la Conserjería, aún estupefacta por la noticia que le acaban de informar a último momento, en las altas horas de la noche.

Ha sido testigo de cómo miembros de la aristocracia, desde príncipes hasta barones, han pisado una celda del establecimiento. Incluso obispos. Pero nunca se esperó que un rey o una reina tuviesen el mismo destino.

«La revolución la ha traído hasta aquí ─analiza preocupada. Sí, preocupada, no porque esta revolución haya logrado tal avance sino por lo que esto pueda conducir a futuro─. Escuché que buscan acabar con la desigualdad social, peleando por la igualdad, la libertad y la fraternidad. Quieren justicia por el sufrimiento del pueblo.»

─¡Debo prepararle la celda! ─exclama espantada y abandona de inmediato su hora de descanso, dejando el libro que estuvo leyendo encima de la mesa.

Dentro del vestidor de la Conserjería, la mujer recoge una de las bolsas de lino que guardan en uno de los baúles y busca en el armario un fino y blanco camisón para la reina y una ligera manta para el lecho de hierro de la celda.

En el cuarto de baño hay un total de diez pilas de bañeros, cada una con un total de cinco. La cantidad es más que suficiente... para una prisión tan grande e importante como en la que trabaja junto a su marido. Afortunada la reina de permitírsele un bañero para ella sola y que no compartirá con otro prisionero hasta que su sentencia sea declarada.

Se cruza por el camino a su marido, yendo en la misma dirección que su esposa y sujetando una escoba con su mano izquierda. Las llaves de las celdas las lleva en la cintura. Éste observa los objetos que su compañera transporta:

─Suficiente. No permitiré más a la prisionera.

─¡Espera! Todavía falta... ─Es interrumpida.

─Aunque sea la reina... ─El carcelero calla un momento y se corrige, presionando con fuerza su mano libre, formando un puño─. Aunque fue la reina...

─Andre... ─musita la mujer, entristecida.

─Es una delincuente, Celine. ─No añade más palabras y retoma su andar─. La celda, hay que prepararla ahora mismo.

Con el semblante triste y con los labios sellados, la pelirroja sigue a su marido.

Por más que intente alejar toda clase de pensamientos relacionados a la reina, los revolucionarios y el frío comportamiento de Andre, esa extraña sensación de que algo no va bien la atormenta durante la caminata, siente como si sus pies la estén guiando a un precipicio del que no podrá jamás escapar... o sobrevivir a la caída.

─Andre ─llama al castaño, estrujando entre su brazo izquierdo la bolsa de lino─, ¿crees que la Revolución ─Celine hace una pequeña pausa y reúne valor para liberar un problemático pensar que podría pagar con su cabeza─ es una tapadera?

Andre detiene abruptamente sus pasos y continúa dándole la espalda a la mujer que espera una respuesta sincera de su parte.

«¿Una tapadera? ─repite lo último para sí mismo─. No, no es absurdo pensar de esta manera. El pueblo ha sufrido durante varias décadas ¿y se rebelan justo ahora? Además, la reina estuvo en el trono desde los quince años... ¡Veintitrés años en el trono! ¿Qué hay de sus predecesores, que gobernaron hasta morir de viejos o por culpa de una enfermedad y nos hicieron la vida imposible?

»La reina ha tenido malas influencias que la condujeron a tropezarse con piedras de diferentes formas y tamaños aun después de darnos al Delfín, nada puede justificar su incapacidad para dirigir ni su falta de tacto con sus súbditos, pero... ¡es el gobernante más inofensivo que Sangnnaire ha tenido y es la primera en buscar que la aristocracia sea quien pague impuestos!

¡Vive la Reine!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora