CAPÍTULO 2. JUAN

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Elsa era ácida, bastante sarcástica e incluso prepotente. Era todo lo contrario a mí, no era calma, sino huracán. Era galerna en el mar y soga que quemaba las manos. Morena, con el pelo desordenado y rizos que terminan en tirabuzones, ojos verdes y sonreía poco, solo tenía una sonrisa cínica que ofendía. Callaba más que hablaba en muchas ocasiones y lo analizaba todo mientras ponía muecas, podría ser insoportable si no fuera por la chispa que tenía. Era como darle a un botón, le brillaban los ojos y cambiaba su actitud, su forma de estar sentada, levantaba la barbilla y desafiaba con su forma de hablar, sabía hacerlo, le ponía pasión.

Hacía dos semanas de nuestro primer y único encuentro e intenté saber algo más de ella, pero Cris no era tonta y su nariz respingona olía el interés a kilómetros; sabía que si preguntaba por ella me sometería a un tercer grado al que no tenía ninguna gana de responder, así que me conformé con acoplarme a todos los planes en los que oía la palabra 'cervezas' de por medio.

Mentiría si dijese que mi nuevo interés social no tuvo un interés implícito; Elsa me descolocó y a pesar de las ganas repentinas que tuve de matarla por hablarme así aquel día, me apetecía verla y saber más de ella. Así que me volví la sombra incansable de la nueva pareja. Adjetivo calificativo el cual osé ponerles yo, puesto que aún no había sucedido nada, y remarco el aún porque era consciente de las ganas de ambos. Matías siempre se había fijado en ella, al principio le resultaba curioso su humor, su moño sujeto por un lápiz y la manera que tenía de poner los ojos en blanco.Se hizo fiel consumidor de café para cruzarse con ella en la máquina de café cada mañana y buscaba la manera de que se le ocurriese una frase ingeniosa, aunque al final algo se interpusiera entre ellos. Desistió y simplemente se limitó a observarla cada vez que podía y comentarme lo 'especialmente guapa que venía hoy' a pesar de que el día anterior ya había venido 'insuperable'.

Tardó, pero se obró el milagro de la forma más estúpida. Uno de los profesores de 'Construcción' nos había encargado el mismo proyecto a todos, pero solo Matías y Cris destacaban entre los mejores. Él estaba desesperado con uno de los materiales que Cristina ya había encajado a la perfección en su trabajo y ella tenía un problema con los paneles solares que Matías había sabido colocar con bastante atino. El profesor les aconsejó hablar entre ellos para compartir unas pocas ideas. El resto fue saliendo solo. Conectaron enseguida y las risas siempre fueron su forma de comunicarse, incluso se inició una pequeña competición de ver quién era el primero en llegar a clase. Después llegaron los cafés a mitad de mañana y posteriormente las cervezas para relajarse. Yo siempre estaba incluido en ellas, Matías vivía con el miedo de decir algo estúpido que rompiese el encanto y yo solo me encargaba de ir viendo cómo había historias que estaban destinadas a tener un final feliz, que las tragedias no tenían espacio, que los 'peros' se los dejaban a las personas como yo y que los 'quizás' solo servían para acostarse con los 'síes'. Por eso me llegó a molestar tanto que Elsa calificase a Matías de cobarde. No lo era, pero tenía miedo, su vida no había sido lo que se dice un camino de rosas y por primera vez en mucho tiempo estaba ilusionado por sentir algo más que pena de sí mismo y Cristina lo hacía sentir importante. Nadie les garantizaba el éxito seguro, a pesar de lo que yo creyese o intuyese, y él prefería por una vez en su vida, dejase sorprender por aquello que merecía la pena.

De ahí venía parte de mi ira cada vez que la nombraban, sabía con mayúsculas que en cuanto le diese la oportunidad y lo tratase más allá de una charla superficial en un bar ella misma caería sobre su influjo, pues era ese tipo de personas que entraba en tu vida y se amoldaba a tus necesidades, era a quién más se echaba en falta si desaparecía.

Matías y yo nos conocimos con tan solo seis años cuando mis padres se separaron; mi madre decidió cambiar de barrio, algo más accesible a su bolsillo puesto que mi padre ya no estaba con nosotros. En ese nuevo bloque de pisos vivía Matías con su padre viudo. Fue instantáneo, él llevaba una camiseta de 'Zipi y Zape' y yo bajo mi brazo no soltaba mi cómic favorito de esos dos granujas. Veinte años de amistad en los que había pasado de ser mi mejor amigo a ser mi hermano, incluso legalmente, puesto que nuestros padres terminaron casándose diez años después de conocerse y de tenerse una gran devoción. La boda no nos supuso ningún problema, veíamos la felicidad mutua de nuestros progenitores y respiramos con alivio cuando nos hablaron de su intención de formalizar su amor. Decidimos emprender la misma carrera juntos y no nos había ido nada mal, teníamos incluso ya planes de futuro y solo nos faltaba terminar este ridículo máster que tantos dolores de cabeza me estaba trayendo, como el de esa mañana.

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