Hola a todas.
Como siempre, cuando comienzas a publicar una historia, siento un miedo horrible y unas ganas terribles de esconderme bajo la cama. Y aun así aquí estoy, escribiendo algo nuevo, que no es tan nuevo.
Esta historia la escribí, más o menos, con 14 añitos (lo que ha llovido desde entonces). El otro día ordenando un cajón la encontré y me puse a leerla. Faltas de ortografías brutales, redacción horrorosa y en fin, algunas cosas que solo se le podrían ocurrir a mí yo de ese entonces.
Pero he decidido que esa historia merece una oportunidad, que esa Tanis de catorce años merece que revisen y modifique (en gran medida) su historia. Por lo que aquí estoy, escribiendo una historia completamente nueva, utilizando retales de esa que con tanta ilusión hice hace ya 13 años.
Sé que el prólogo puede llegar a hacer un poco pesado, pero creo que es la mejor manera de meteros en la historia y luego sea más fluida. (Debo decir que es algo completamente nuevo y no estaba en la historia original. En algún momento os contaré como llego nuestra Paula de hace catorce años a encontrarse donde se encuentras. ¡Qué trágica era en ese entonces!
Gracias por leer y espero que os guste.
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Dos horas, ciento veinte minutos, siete mil doscientos segundos… apenas el suspiro de una vida y sin embargo el tiempo suficiente para pensar una y otra vez en lo que has perdido, en qué podrías haber hecho para que todo fuera diferente. Tiempo suficiente para odiar y sentir lástima de ti misma, tiempo suficiente para volver a recomponerte y sacar fuerzas de donde no las hay.
Seguramente se están preguntando quién diablos soy y por qué soy tan dramática. Creedme, normalmente no soy así, me considero una persona positiva y llena de vida, pero hay momentos, como este, en el que aunque no forme parte de ti, la autocompasión viene sola.
Permitidme que me presente, no paro de hablar y creo que lo primero es contarles lo que me ha llevado a esta situación de mierda, disculpen la palabra, pero no encuentro otro modo de describirlo.
Me llamo Paula, tengo 17 años y soy española. No se si sabrán, pero desde hace algunos años mi país está pasando por una crisis económica donde el trabajador cada día es más pobre y el rico más insensible a las penalidades de los demás. Hasta hace unos meses en mi casa estábamos bien, y sí, la palabra es estábamos, veía la crisis como algo lejano que solo tocaba a los demás. Mi madre tenía un trabajo que aunque no daba para darnos la gran vida a mi y a mi hermano ponía un techo sobre nuestras cabezas y un plato de comida en la mesa. La cosa empezó a torcerse cuando, inexplicablemente, al terminar el bachillerato no fui beneficiaria de la beca que tanto necesitaba para ir a la universidad. Y créanme, en ese momento pensé que no había nada en el mundo que pudiera ser peor, pero mi madre, una santa en todos los sentidos, pidió un préstamo para que yo cumpliera mi sueño y seguir mis estudios.
Empecé a notar las semanas siguientes, busqué trabajo día sí y día también, quería ayudar en casa todo lo que pudiera, pero solo conseguí negativa tras negativa y un dolor de pies horrible. Mi madre, como ya he dicho es una santa, me decía que no me preocupara, que con unos ajustes aquí y allá saldríamos adelante. Bien, ahí verán de donde viene mi positividad porque ¿de qué otra manera, más que siendo positiva, una persona pensaría que con poco mas de 800 euros al mes vivirían tres personas, ahora incluyendo un préstamo? Pues mi madre, y yo por supuesto.
Pero todo iba bien, yo estaba preparada para dar ese paso y comenzar la universidad, las cosas todavía no iban tan mal. Hasta el día que mi madre llegó a casa, pálida y más callada de lo normal. Su jefa había decidido que ella era prescindible y podía ahorrase unos doscientos euros al mes contratando a otra persona. Y creedme, sé que eran doscientos euros porque mi madre luchó porque la mantuviera a ella, que no le importaba que le bajara el sueldo, pero nada funcionó. No podía luchar contra la idea que tenía su jefa de contratar a una persona extranjera, que tendría de interna por apenas 600 euros.
Y es que mi madre trabajaba de empleada de hogar, estuvo casi diez años trabajando para la misma familia, y de la noche a la mañana la dejaron sin nada. Y digo sin nada porque no se si saben como funciona el tema de los contratos en este país. El tipo de contrato en esa profesión es lo que se considera “un contrato basura”, su jefa pagaba su seguridad social, pero lo único que esto cubría era en caso de enfermedad y para su jubilación. ¿Y qué significa esto? Mi madre, una mujer de cuarenta años, sin formación académica y ninguna otra experiencia profesional, en paro y sin subsidio por desempleo.
Desde ese momento, ella movió cielo y tierra para encontrar un empleo pero como están las cosas y su inexperiencia nada llegó. El alquiler del piso dejó de pagarse, la trabajadora social no le ofrecía ninguna ayuda económica porque lo ganado el año anterior superaba los parámetros con los que funcionaban, comíamos de la caridad de vecinos y amigos que conocían la situación. Ella empezó a desmoronarse y aunque hacíamos todo lo posible para que mi hermano estuviera bien y la situación no le afectara, es difícil ocultarle esas cosas a un niño de diez años. El punto culminante y lo que hizo reflexionar a mi madre fue un día sentados en la mesa cuando mi hermano preguntó: ¿Ahora que somos pobres papá no debería darnos dinero como hace el papá de Juan?
Y ahí es donde entra ese hombre, al que solo puedo considerar un donante de esperma. Hace diez años, cuando mi madre estaba embaraza de Joan, ese hombre decidió que ya no éramos suficiente, que quería otra vida. Al principio llamaba casi a diario y lo veía de vez en cuando, luego solo estaban las llamadas, cada vez más esparcidas en el tiempo, hasta que no supimos nada de él, o al menos yo.
De algún modo, no se cómo, tras las palabras de mi hermano, mi madre decidió que todo esto la superaba y no podía ofrecernos nada. Contactó con mi padre y tras una charla, no se si amistosa o de que tipo, concluyeron que lo mejor era que mi hermano y yo fuéramos con él hasta que mi madre solucionara todo y pudiera volver a darnos normalidad.
No se pueden imaginar como intenté que mi madre se replanteara las cosas, que no nos mandara a ningún lado, pero estaba decidida y no había manera de hacerla cambiar de opinión. Y ahora pensaran, tienes 17 años, podrías negarte o incluso ir por tu cuenta, créanme, lo pensé, ¿pero como iba a dejar que mi hermano, un niño de diez años, se fuera a vivir con un hombre al que no conocía? ¿un hombre al que yo tampoco conocía ya? ¿un hombre con una familia nueva a cientos de kilómetros de distancia? Si piensan que yo haría eso es que no me conocen, daría la vida por mi hermano y no iba a permitir que pasara por todo eso él solo.
Así que aquí estoy, en un avión, esperando que la azafata abra la puerta y nos de permiso para bajar del avión en tierras canarias. A mi lado un niño de diez años asustado y emocionado por la aventura a partes iguales.
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Gracias por leer y pedir disculpa si el formato deja que desear. Lo subo desde el móvil y no me da las opciones para justificar texto o poner sangría.