Bueno, ahí va el primer capítulo. Espero que vayan conociendo poco a poco a Paula y os caiga bien. Está mal decirlo, pero a mí ya me tiene cautivada.
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¿Saben ese revoloteo que sientes en el estomago cuando te enfrentas a algo nuevo y desconocido? Algunos lo llaman mariposas cuando son causadas por amor, pero al fin y al cabo, los síntomas son los mismos. Me tiemblan las manos, por lo que las aprieto más fuerte en el asa del carrito donde va nuestro equipaje. Mi hermano tiene los ojos abiertos de par en par y se agarra a mi antebrazo como si de un salvavidas se tratara.
−Ey Joan, mírame –le digo parándome en seco y haciendo que él de un pequeño traspié−. No pasa nada, vamos a estar bien ¿de acuerdo?
Él asiente de manera insegura y seguimos caminando. Unas puertas dobles se abren ante cada persona que sale para volverse a cerrar automáticamente, dándonos apenas unos atisbos de los rostros sonrientes que esperan al otro lado. Cuando estamos llegando respiro hondo y tras echarle una última mirada a mi hermano doy ese paso que abre las puertas a una nueva vida.
Que sí, que estoy en plan dramática de nuevo, pero tengo que darles algo que les entretenga no ¿no? No puedo ir en plan, bajamos del avión, tomamos el equipaje y salimos por las puertas, ¿qué tendría eso de emoción? Y créanme, dramática o no, momento con más emociones involucradas que este, pocas.
Ya una vez fuera rebusco entre el mar de caras sonrientes y abrazos emotivos. Una pareja de unos veintitantos se besa apasionadamente, un padre levanta a su hijo pequeño en el aire mientras abraza a su mujer con el otro brazo, una señora de unos setenta y tanto se agarra a la barandilla que la separa del camino que lleva a la puerta con lágrimas en los ojos, atenta a todos los que salen. De verdad, si alguna vez sentís la necesidad de recordar que la humanidad sigue teniendo sentimientos venid a un aeropuerto, tenéis para todos los gustos y colores.
Ya una vez en la zona de llegada, doy un giro completo a mi alrededor esperando reconocer la cara de ese hombre que he visto en fotos innumerable veces en los últimos días, nada. Llevo a mi hermano a los asientos de plásticos pegados a la pared y nos sentamos a esperar. Mi hermano mira a todos lados, su pie no para de moverse de arriba abajo en un tic nervioso que tiene desde pequeño.
−¿Por qué no hay nadie aquí? ¿Dónde están? –Pregunta mi hermano poniendo en palabras lo que yo estoy pensando.
−Tal vez tiene mal el horario del avión. Seguro que ahora mismo aparecen –lo tranquilizo.
Pero los minutos van pasando y nadie aparece.
−¿Por qué no llamas a mamá y le preguntas?
−¡Ostras, mamá! –Rebusco en el bolso de mano a toda velocidad hasta que doy con el teléfono. Con todos los nervios me había olvidado completamente de encenderlo y llamar a mi madre. En cuando termino de poner la clave el teléfono empieza a vibrar y sonar con un sinfín de soniditos diferentes que anuncian que tengo mensajes de whatsapp, notificaciones de facebook y cuatro mensajes de textos. Estos últimos son los primeros que miro por si son de alguna llamada perdida importante. No me equivoco. Tres de los mensajes son de llamadas de mi madre, debe estar histérica, y el cuarto es una llamada de un número que desconozco. Decido que lo primero es llamar a mi madre antes de que le de un infarto. De verdad, no se cómo serán vuestras madres, pero si la mía te llama y no contestas ya se pone en lo peor, si fuera por ella, ya me habrían secuestrado unas cuantas veces, y sí, da igual que hayas estado un avión donde encender el móvil pondría en peligro cientos de vidas.
Como es de esperar, no ha sonado ni la primera señal y ya está contestando.
−¡Paula! ¿Estás bien? ¿Ha pasado algo? ¿Por qué no contestabas?