DOMINIC
Cuando la luz cegadora me permite poder abrir los ojos, desaparece por completo y ante mí se alza una tribuna gigantesca, con un ser igual de grande, al cual la oscuridad repentina no me deja ver la cara.
Creo que ya sé por qué puerta he entrado.
De pronto, a ambos lados de la tribuna se sitúan numerosas gradas en la cuales un montón de seres, supongo son demonios, aplauden y vitorean como si de un circo romano se tratara. Giro sobre mí mismo al ver que toda esa gente me tiene rodeado.
Nunca había vivido algo ni lo más remotamente parecido.
— ¡Silencio!— la voz del mismísimo diablo se impone a los gritos de los demonios, los cuales callan al instante.— Un paso adelante,— ordena refiriéndose a mí y yo no dudo en hacerlo.— Dominic Steklov, rey de los vampiros, estás aquí para ser juzgado por tus pecados en el mundo terrenal.
Miro hacia un lado del diablo y a su derecha se encuentra Eros, mirando atentamente la escena. Toda simpatía, diversión o amabilidad que reflejaba antes su rostro ahora quedó en el olvido.
— Estoy seguro de que el rey de los pecados tiene mucho por lo que pagar...— murmura el diablo pensativo.
— Yo no soy el rey,— le interrumpo.— Era el heredero al trono.
— Una vez que tu tío murió, pasaste automáticamente a ser el rey, aunque haya sido únicamente por unos días,— me explica con su voz de ultratumba que logra helar mis huesos.— Veamos... Qué puedo hacer contigo.
— Lo que usted me ordene, lo acataré,— veo que Eros me mira con una sonrisa.
— Señor Steklov,— vuelve a hablar el diablo,— usted es un vampiro y, como tal, me es inevitable ponerle una pena a la altura de su condición,— Eros ya no sonríe y eso no creo que sea bueno.— Pero dudo en si dejarle aquí realizando trabajos forzosos para el resto de la eternidad o a someterle a tortura por el mismo período de tiempo.
— ¡No!— le interrumpe Eros y todos giran a mirarle sorprendidos.
— ¿Te atreves a replicarme, Eros?— le dice con voz tenebrosa y Eros tiembla.
— Quiero decir, mi señor, disculpe, pero creo que el vampiro nos podría ser más útil en otro tipo de trabajos,— el diablo ríe de forma siniestra.
— Hace milenios que un condenado no tenía un defensor,— dice y todos le imitan.— ¡Silencio!— vuelve a ordenarles callar y así lo hacen.— ¿A qué tipo de trabajos te refieres?
— Pues... Em... A trabajos en la Tierra, por ejemplo,— propone Eros con precaución.
— No se me ocurre ningún trabajo apropiado para él,— dice pensativo.— No me queda más remedio que condenarle a...
— ¡No!— vuelve a interrumpir y el diablo le alza en el aire sin ni siquiera tocarlo.— ¡Mi Señor, por favor!— intenta hablar con dificultad; lo está estrangulando.
— Eros, no consentiré faltas de respeto a mi persona. Nunca te has revelado ante mí; no lo hagas ahora.
— ¡Mi Señor! Por favor, es un vampiro fuerte y leal, lo he podido comprobar en vida.
— ¿Leal? ¡Traicionó a su tío y a toda su propia especie! ¿A eso le llamas tú lealtad?
— Le fue leal a ella,— el diablo aflojó su agarre y le dejó en el suelo.
¿Qué tiene que ver Aeryn con todo esto?
— Ya veo...— murmura.— Quizás sí que podamos hacer un trato,— ríe de forma siniestra de nuevo.