9. Epílogo

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"Canción secreta de amor"

por Kay Cherry

Epílogo

🌠

💛

Cada día que abría los ojos, Mina sentía que cambiaba más y más. Algo dentro de ella se había como despertado y sacudido, como si una Mina Aino diferente hubiera cobrado vida dentro de ella. Con sentimientos inconmensurables que hasta ahora nunca había advertido, que iban acumulándose y arrastrándose, haciendo un cataclismo de felicidad. Algo así como una avalancha de nieve. Sólo que no era nieve, era ilusión. Nunca creyó, con su edad y lo atolondrada o necia que podía ser con las personas, volverse más receptiva que una antena parabólica, para entender lo que otra persona, un chico, pudiera expresarle con palabras o sin ellas. En resumen, la palabra querer se derrochaba ahora cada segundo de su vida, y estaba tan agradecida de no haber ignorado la vocecita interna que le había sugerido que no se rindiera, que lo intentara un poco más. Sólo un poco más. También lo estaba con ése amigo necio con aires heroicos y con los consejos de su pandilla de cómplices. Estaba demasiado feliz, porque las cosas no habían sido perfectas como las imaginaba en sus canciones, y eso las había hecho aún más valiosas por eso. Porque si no recibes dolor no lo puedes comparar con nada más, no aprecias los regalos ni la suerte.

Ése domingo se puso un vestido corto y vaporoso, de una ligera tela en color salmón y unas sandalias de cuero. Salió de su casa cargando a la espalda una pequeña mochila de piel y omitió el uso de su moño rojo. No lo usaría más. Ése listón significaba cosas, sobre todo haber sido una niña, pero ya no lo era más. Sólo era un recuerdo. Quería soltar, avanzar y no detenerse por nadie, salvo por ése chico que era el único capaz de contraerle todos los músculos del cuerpo, que la dejaba sin aliento, que la hipnotizaba con sus ojos esmeraldinos y ardientes. El único del que se había enamorado sin remedio y por mucho que costara creerlo, también le correspondía.

Mientras recibía agradablemente el cegador sol de mediodía de aquél día de descanso, Mina caminó por las largas calles que formaban su barrio y disfrutó de todo lo que la rodeaba: el aire tibio, el cotorreo de los pájaros, la gente que cruzaba y hasta le gustó estornudar con una osada mariposa amarilla que se le paró en la nariz.

Pensaba en Yaten y le era imposible ponerse seria. Todo él volvía una y otra vez a su mente y se reflejaba en su cara, espontánea y desconcertante. Recordaba su conversación y lo que hicieron... lo que le hizo en días atrás. Un completo sortilegio seductor. Quería preguntarle muchas cosas, cosas de su planeta, de lo que le gustaba y no, de lo que pensaba de ella. Pero por ahora, Yaten sabía contestar muy bien a éstas preguntas con sus ojos, con susurros llenos de suavidad... y con besos. Comunicación no-verbal. Excelente alternativa para una adolescente rebosante de hormonas como ella.

Él era una persona complicada, y Mina aún no alcanzaba a comprender sus estados de ánimo tan cambiantes. No era un libro abierto como ella. Le gustaba abarcar y controlar casi todo, ella incluida, y se ponía tiquismiquis si las cosas no salían como quería. Sin embargo, también su actuar impredecible le hacía emocionante y agradable, igual que una tormenta en primavera. Podía volverse detallista sin pretenderlo, o ser gracioso sin ser simplón, incluso tierno sin ser empalagoso. Y cuando lo era, resultaba imprevisible y eso era algo molesto para Mina, pero le gustaba también molestarse por ello, porque era una detective ansiosa por desenterrar cada misterio que él le guardara. Quería ser testigo de cada acción, cada palabra y cada decisión que tomara a su lado.

Y Mina sabía, de la misma forma... que nada en esta vida dura para siempre. Sabía, como tiempo atrás Yaten le había dicho fervientemente, que posiblemente no durara para siempre su estadía en la Tierra. Y de igual modo, la promesa que ella le había hecho, se la haría ella también. No pensaría en el desconsuelo de una posible separación, no se pondría como daño colateral de sus respectivas obligaciones. Le iba a doler, lo sabía. Le dolería tanto, que se iba a querer arrancar el corazón con las manos para no sentir, pero se prometió darlo todo para que valiera la pena. Para preservarlo en tiempo presente, incluso para convencerlo que se quedara a toda costa. Y que, si fracasaba, lo que fuera que le esperara en el futuro lo enfrentaría en alto, como siempre había hecho.

Secret Love SongDonde viven las historias. Descúbrelo ahora