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Al día siguiente, las mujeres de la casa Cheverría estaban extasiadas. No dejaban de imaginar que Natalie ganaría el sorteo y así podría "salir en la tele". Todas fantaseaban excepto Natalie.

Ella solo pensaba en ese chico de ojos miel que la estuvo mirando fijamente hasta que acabó la fila. ¿Qué habría encontrado de interesante en ella? ¿Habría sospechado de su conocimiento? ¿Por qué la había recordado? ¿Era una amenaza para sus planes?

Sentada frente al gastado piano, sus dedos se deslizaban descuidadamente por las teclas, emitiendo (a pesar de no quererlo) acordes perfectos. Había descubierto su habilidad cuando una vez al tener diez años, en una tienda comercial, había visto un hermoso piano con sus partituras encima. Como si toda su vida las hubiera entendido, tocó con pocos errores una canción ligeramente complicada. Todos los que estaban ahí se la quedaron mirando con sorpresa y desagrado, cuando su padre la jaló hacia él y le propinó una leve cachetada (que sonó más de lo que dolió). Ella no comprendía nada y se aguantó las lágrimas, su padre nunca le había pegado. Al llegar a casa, su padre fue directo con su esposa y le susurró lo que había pasado, esta solo asintió y abrazó a su hija, quien no pudo reprimir más sus lágrimas, le explicó que las mujeres no estaban autorizadas para tocar sin un permiso legal de un marido y que lo que su padre había hecho fue por su bien. A la mañana siguiente, un gastado piano ocupaba la mitad de la sala.

-Y si gana, ¡seremos ricas!- gritaba Ghea mientras miraba a su madre con emoción.

-¡Y un guapo hombre la comprará! Y será bueno con nosotras...¡ Y tendrá algún hermano igual de guapo!- complementó Thea.

Keyla, al parecer la única que había notado su ausencia de la conversación, se acercó a ella.

-Toca algo, yo canto- Keyla tenía una maravillosa voz, que iba perfecta para el piano de Natalie.

Y así, con esas cuatro palabras, todos callaron. Nadie interrumpía nunca una pieza del 'Dúo Cheverría', como lo llamaba orgullosamente su padre.

Los dedos de Natalie encontraron las teclas y se movieron solos, ella no tenía que recordar la partitura, sus dedos lo hacían. Acordes, acordes y más acordes sonaron antes de que Keyla entrara en acción. Al cambio de ritmo, su voz complementó la música de su hermana y la unión de estas llenó la sala, la casa y el vecindario. Fuera algunas personas se detenían a escuchar y preguntarse de dónde provenía la hermosa melodía. Cuando acabaron la canción, Natalie no perdió el tiempo y empezó otra, y otra, y otra. Hasta que sus dedos dolieron y Keyla quedó ronca. Para entonces, una gran multitud se aglomeraba debajo de su ventana, sin haber identificado exactamente de dónde salía pero lo suficientemente listos para saber que era cerca de ahí.

-¿Qué les ocurre?- interrumpió su padre, quien acababa de llegar y las miraba con pánico en los ojos. -¡Hay al menos cincuenta personas afuera! ¡Saben que sin un permiso del marido, las mujeres no pueden expresarse así! ¡Y ustedes no tienen marido! Les conseguí el piano para pasar tiempos libres, para que se desahogaran de vez en cuando, ¡no para que dieran un concierto! ¿No saben las consecuencias? ¡Pueden condenarnos!

-Papá, solo estábamos actuando sin pensar. Lo sentimos, no volverá a pasar- fuera la multitud se dispersaba.

Su padre salió a la ventana y, haciendo una reverencia, recibió los aplausos de la gente; llevándose así el crédito de haber tocado el piano y alejando cualquier sospecha.

-No es un juego, pequeñas- dijo él, más calmado ahora que todo había seguido su ritmo normal. -Si se enteran que Natalie sabe tocar... podrían hacer más preguntas y acabaríamos en la cárcel, o peor...

-Conan- lo llamó su madre, con algo de urgencia en la voz. Pero su tono fue tan bajo, que su marido no escuchó.

-Si siguen haciendo eso, nos descubrirán y...

NatalieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora