Dejad que hablen

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Una de las historias que Avryale contó durante un concilio de invierno fue la que relataba un breve momento durante la guerra civil de Kaera. Aunque bastante acostumbrada al pasar del tiempo de los humanos, para ella aun se le hacía muy reciente, más incluso que a los que la vivieron en primera línea. Cabalgaba junto a un importante cliente que le pagaba para que le guiase a una tierra muy lejana, y cruzaban Kaera lo más discretamente posible; el sendero a través del pequeño bosque les situó en lo alto de una colina baja, ante la cual se extendía una aldea de granjas, en cuya entrada se reunían un grupo de insurgentes. Granjeros y villanos, mezclados con algún que otro soldado, todos escuchando atentamente a quien les arengaba, ni más ni menos que una niña de unos once años, con una trenza castaña y unos vibrantes ojos verdes, hija de las colinas de Barcia sin duda. La niña tenía más fuerza, convicción y pasión que todos aquellos hombres y mujeres juntos, y allí, subida en un carromato de paja, levantando el puño al ritmo de sus gritos, su vida y sus palabras fueron detenidas en seco por una flecha en su cuello que hizo a Avryale dar un respingo en su silla de montar. La imagen había sido idílica hasta ese momento, en el que mientras el cuerpo de la niña se desplomaba y el grupo de insurgente corría de un lado a otro, cargó un grupo de caballería contra ellos.
Aquella noche la exploradora recordó todas las guerras y batallas por las que había paseado a lo largo de su vida. La mayoría, si no todas, humanas. Le recordó porqué disfrutaba de vivir entre ellos, porqué no regresaría a su hogar ni por todo el oro del mundo. La pasión y la simplicidad de los humanos era envidiable, así como su ambición y su capacidad de superación y supervivencia.
No podía evitar recordar esos sentimientos cuando veía a los jóvenes de la Punta de Flecha lanzarse miradas cómplices. Cuando vio a Kane estrechar con fuerza la mano de Caelán sólo porque éste había mencionado que había luchado contra los ablianos. Eran críos. Niños a los que aquellas experiencias les acompañarían el resto de su vida. Experiencias de las que debían hablar, cantar, llorar y recordar, porque si no se enquistarían. Se les quedarían en la garganta y se les extendería como un tinte negro por el cuerpo mientras pasaban los años. <<Dejad que hablen. Dejad que hablen de ello, porque si no se convertirán en lo que soy yo>>. Pensaba la elfa. Alguien que cuando recordaba sus experiencias más duras fruncía el ceño resistiendo las lágrimas y la rabia. Alguien que perdía su mirada en el fondo de un vaso cada vez que nadie miraba. Dejad que hablen, que aquello les construya un muro desde el que luchar, no tras el que esconderse. Dejad que hablen.

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⏰ Última actualización: Apr 14, 2020 ⏰

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