Eida
Escuchaba los murmullos que brotaban a su al rededor, y sentía miradas que, de haber posado su vista en ellas, lo habrían paralizado, y luego ingerido.
Optó por colocarse los audífonos, poner al máximo a Slowdive, y sentir a esa voz agonizante y fría calando por su cuerpo hasta entibiar sus entrañas.
Pero los nervios se lo impedían.
No entendía por qué tenía que estar en esa situación.
—En realidad —pensaba—, sí lo sé.
Pero de todas maneras, le parecía injusto.Entró la profesora. Parecía casi demasiado jovial para ser el primer día de clases, pero Eida desechó esa idea al escuchar las risas e historias veraniegas de sus compañeros. Quizás sólo él sentía como si hubiese pasado cuatrocientos días en un laberinto, y ahora, al salir, notara que era sólo el atrio, la entrada al laberinto principal.
La profesora se paró en frente de la clase. Al parecer, todos habían llegado.
—¿Y? —preguntó, sonriendo de pie frente al salón—. ¿Disfrutaron sus vacaciones?
Eida no entendía por qué los profesores hablaban como si quisieran ser ignorados. Sin embargo, grande fue su sorpresa al oír un bien al unísono, y sin tono de hastío.
—Entonces... —dijo ella, paséandose por delante, plantándose frente a su puesto—. Al parecer, tenemos a estudiantes nuevos acá. ¿Les parece si nos presentamos uno por uno, diciendo algo de nosotros?
Nuevamente, una ingrata sorpresa: todos accedieron. Y de buena gana.
Qué desagradable.Dijeron sus nombres y lo que les gustaba hacer. También la profesora lo hizo: se llamaba Luz, y mencionó su "pasión por enseñar". Es lo mínimo que se espera de una profesora, pensé. Otros hacían comentarios graciosos respecto a lo que decían los demás. En el ambiente se sentía confianza.
—¿Y usted, cómo se llama?
Me iba a morir.
—Me llamo Eida —respondí, mirando a la profesora.
—Qué interesante nombre —comentó ella, de manera completamente innecesaria—. Y, bueno, Eida, ¿algo que nos quiera contar de usted?Pues, nada. Al menos, no a ellos. No a ella, que hablaba tan alegre, que gozaba de ser la profesora a la que todos querían.
—Hm... —pensó qué traía en la mochila: recordó haber echado un lápiz Bic azul, un cuaderno viejo, un libro de Baudelaire, su reproductor con un disco que había grabado la noche anterior, y unos papeles de origami que llevaba cada vez que salía—. Me gusta leer. Aunque, mayor que mi gusto por la lectura, es mi disgusto a ser obligado a hablar en público.
La profesora me miró en silencio por unos cuantos segundos, y luego sonrió nerviosamente.
—¿Qué tipos de libros le gusta leer, si se puede saber?
No logro entender qué clase de razonamiento utiliza para seguir haciéndome preguntas luego de lo que le dije.
—Novelas, poesía, ensayos.
—¡De todo! —exclamó mirándome con emoción. Por supuesto, desvié la mirada—. De acuerdo, nos queda el último alumno.Miró hacia alguno de los puestos de atrás, junto a la ventana.
Una voz atravesó todo el salón. Era una voz que estaba seguro de poder recordar por siempre.—Soy Amida.
Eida volteó. Era la primera vez que lo hacía en todo lo que llevaba la clase.
Amida, pensó. Le pareció un nombre suave.
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Semillas, brotes y botones
RomanceDespués de vivir la peor experiencia de su vida, Eida se cambia de escuela para tener un nuevo comienzo. Ahí, conoce a Amida, un chico pedante y popular que jamás habría pensado llamaría su atención. Su convivencia les obliga a mirar hacia atrás, te...