Capítulo 2

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Eida

Ahora, el imbécil me saluda.
Por supuesto que no le basta con ser el centro de atención entre todos los seres vivientes del planeta: no, por supuesto que no, me tiene que saludar también.

Clase de literatura. Solía ser la mejor clase, el profesor le resultaba medianamente agradable, ya que jamás les hacía hablar. Era una clase aburrida y expositiva, pero eso era perfecto para Eida. Detestaba las sorpresas que le sacaban de su zona de confort.
Pasaron los minutos, y el profesor no aparecía. Ruido tras la puerta.
Quien apareció fue la profesora Luz.
Eida se lamentó en un suspiro.

—Su profesor se encuentra enfermo —comentó, dejando los libros de clase sobre el mesón—, pero dejó el material e indicaciones para continuar con lo que estaban viendo.

Eida notó que Amida levantó la mirada apenas la voz de la profesora se instaló en el salón.
Junto a eso, notó que llevaba días fijándose en él.

—Bien, veamos. ¿Alguno ya terminó de leer... Un día es un día? —inquirió viendo el libro en sus manos, revisándolo, como si fuera a encontrar algo más que solo papel y tinta—. Vaya, qué atrevido es el profesor. Yo no les daría esta lectura. O, bueno... —miró de reojo al salón, mas no advertí si a alguien en específico—. No a todos.

Esta vez me fijé en su mirada. Era como lo sospechaba: a quien miraba de reojo era a Amida. Debía ser el maldito alumno estrella por quien las profesoras se sienten fascinadas, y los profesores orgullosos. Pero, no. No era fascinación lo que se advertía en su expresión.
Amida, por su parte, no la observaba, y seguía tan serio como siempre.

Ambos levantamos la mano.

—¡Eida! —cuando sonreía, todo su rostro parecía iluminarse. ¿Por qué, sin embargo, le causaba tanto desagrado?—.¡Qué bien! Ya lo sospechaba. ¿Qué aspecto del libro le pareció más relevante?

Más relevante. Como si la autora expusiera tantas ideas y sentimientos para que un cretino cualquiera se agarre de un detalle y a la basura el resto.

—Supongo que la relación entre la visión de las mujeres sobre sí mismas y las vivencias que han tenido —respondí. Mis mejillas no podían estar más calientes ni mis manos más temblorosas. Maldita sea—. También el modo en el que ambos aspectos aportan para la construcción del otro.

Mis orejas deben estar completamente rojas.

—Oh, vaya —espetó, sonriendo—. Qué bonita forma de expresarse tiene. A mí también me parece que es ese el aspecto más relevante del libro.

No asimilé sus palabras. Solo conseguí clavar los ojos a la mesa en tanto esperaba que todo acabara.

—Es tu turno, Amida —vociferó—. A ver, ilústranos.

A él lo tutea. Supongo que son los privilegios de tener una belleza hegemónica sumada a una verborrea de idiota intelectual. 

—Creo que no hay aspecto más o menos relevante, si me disculpa la corrección. Sí, es claro que el rol social de la mujer retratado desde una posición femenina entrega elementos claves de analizar, pero no considero que eso sea lo más relevante. Creo que ahí habría que detenerse en cada cuento en particular, y... —observó a Eida, que lo miraba fijamente, exactamente como el primer día de clases— No tengo nada más que agregar.

Cuando Amida se volvió a sentar, Eida desvió la mirada.
Era claramente un idiota vacío y superficial, mas no podía evitar sentir cierto gusto por su voz. Tal vez era la cadencia, o el tono; no lo sabía. Solo sabía que le parecía una voz suave y tranquila, y que era agradable poder oírla.

Semillas, brotes y botonesWhere stories live. Discover now