III

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Odette jamás había visto una fortaleza. Los largos puentes de piedra recorrían los cuatro muros, tan altos que escalarlos dejaría exhausto al mejor de los hombres de la montaña. Tenía recuerdos de palacio, claro, pero nada que se pareciera a la gran torre, oscura, elevada e impenetrable que se alzaba en mitad del castillo. Las murallas estaban rodeadas por un bosque tan espeso que desde el cielo no se veía espacio entre árbol y árbol.

El dragón suavizó su vuelo y aterrizó en mitad del patio, en una zona despejada probablemente para ese mismo propósito. Rothbart, con Odette a salvo en un bolsillo de su capa, se deslizó por las escamas rojas de la bestia. Una vez en el suelo, colocó al ratón en la palma de su mano y chasqueó los dedos de la otra.

Una humareda escarlata se levantó y en cuanto se hubo disipado, Odette volvió a sentir sus extremidades humanas. Rothbart recorrió su cuerpo de la cabeza a los pies con una mirada de aprobación. Odette estrujó las costuras del saco que llevaba por vestido con frustración; era humillante vestir harapos ante un hombre tan elegante.

—Mi hija encontrará algo apropiado —dijo el brujo, como si le hubiese leído la mente. Odette lo miró con desconfianza, pero Rothbart tan solo sonrió en respuesta. Se giró hacia el dragón y le dio una fuerte palmada en el costado—. Fuera, Sig. Asustas a nuestra invitada.

El dragón se irguió en cuatro poderosas patas escamadas y comenzó a caminar alejándose de ellos. Odette estaba aterrorizada y maravillada por la criatura a partes iguales.

Rothbart extendió un brazo, invitándola a caminar a su lado, y Odette lo aceptó con cautela. Mientras paseaban hacia la entrada del castillo, el brujo hablaba y la princesa escuchaba:

—Me temo que tendré que estudiar ese grimorio que tan amablemente encontrasteis para mí antes de romper vuestro hechizo. Cada brujo o bruja es un artista de su propia creación y mis reglas no se aplican a las suyas. Mas no desesperéis, pues confío en poder hacer algunas... modificaciones, entretanto.

Con un giro de su muñeca, el brujo ordenó a las grandes puertas de olmo abrirse y la pareja entró al castillo. A pesar de estar construido en piedra y no tener un fuego a la vista, el ambiente era caldeado y agradable. Odette sospechaba que la magia tenía algo que ver.

—¡Odile!

La voz de Rothbart retumbó por cada muro y piedra, subiendo las grandes escaleras que invitaban a explorar la torre. Tras una explosión proveniente de los pisos superiores que hizo temblar los muebles del vestíbulo, se oyeron pasos apresurándose y una joven se tambaleó escaleras abajo.

—¿Llamabais, padre?

Odile fue presentada como la única hija y aprendiz de Rothbart. Tendría la misma edad que Odette, pero ahí acababan sus parecidos: mientras que Odile era menuda y morena, con unos ojos negros no muy diferentes a los de un familiar roedor, Odette tenía una larga cabellera rubia y un porte esbelto al que sus prendas no hacían justicia. Odile no era una muchacha agraciada, pero la princesa encontró algo en sus facciones que le agradó. Algo en ella destilaba honestidad.

—Acompaña a nuestra huésped arriba y préstale uno de tus mejores vestidos.

—¡Oh! Por supuesto. ¿Venís...?

Estaba claro que esperaba oír su nombre. La princesa contuvo un suspiro. La cautela tenía sus límites.

—Odette —dijo, avanzando hacia Odile bajo la mirada de satisfacción delbrujo—. Mi nombre es Odette.

El cisne cruelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora