Capítulo 10

5.6K 190 0
                                    

WEST

—Claro que no, ardes en fiebre y estás estornudando. — coloca sus palmas en mis mejillas. Me mira preocupada.

Sacudo la cabeza y recuesto mi frente en su hombro, aferrando las manos en su cintura, abrazándola.

—¿No te sientes bien? — ubica las manos en mi cuello, palpando. No le incómoda que esté mojado.

—Me siento mejor cuando estás conmigo. — confesé, bajito.

El pulso se le acelera y debo apartarme de golpe por la culpa de otro estornudo.

Puto resfriado.

Heather cierra el grifo, agarra una toalla pequeña, luego me toma de la mano y me conduce fuera del baño, llevándome hasta la cama. Me hace sentar en el colchón, instalándose frente a mi, quedando entre medio de mis piernas.

Me secó el cabello, también el rostro y agarró los bordes de mi camiseta mojada, subiéndola hasta quitármela. Posteriormente, hurgó dentro de mi mochila, sacando una nueva camiseta y haciéndome sentir como un niño, me la puso. Después de eso, colocó una almohada detrás de mi, solté un suspiro y me acomodé contra el espaldar, relajándome.

—Tengo mucho calor. — le hice saber y acto seguido me cubrió con una sábana.

Arqueé las cejas. ¿Qué no me escucho?

Me la quité de encima.

—No te la quites. — volvió a cubrirme.

—No me arropes. — volví a quitármela.

—¡Que no te quites la sábana! — me regaña y a las malas vuelve a cubrirme, solo hasta la cintura.

Rodé los ojos.

—Descansa un poco. — me da un beso en la mejilla.

No respondo, solo me quedo en silencio, reparando lo que hace.

<< ¿Pretende dejarme solo? >>

—¿Quieres algo? ¿Agua talvez? — sus dedos quitan los mechones que cubren mi frente. —¿Umh? ¿Qué quieres? — me pregunta con cariño.

—A ti.

Sonríe un tanto nerviosa y baja la vista, tratando de esconder sus mejillas con su cabello húmedo. Están ardiendo. La observo con intensidad, disfrutando de como se le va descontrolando el pulso.

—Iré a prepararte algo. — huye.

—¿Qué harás?

Se gira y puedo notar el tono rosáceo que adquirieron sus mejillas.

—Caldo de pollo.

—¿Con verduras? — asiente. No me gusta, sabe asqueroso. Mi madre lo preparaba por el mismo motivo y fueron tantas veces que termine odiándolo. —No quiero. No tengo hambre.

Lanzándome una mirada fulminante, se va, cerrando la puerta. Un estornudo me toma desprevenido y es tan fuerte que me genera una congestión nasal. Lo que me faltaba.

Me siento como un puto enfermo de hospital.

Sorbo mi nariz y de mala gana, aparto la sábana. Me pongo de pie, sacando las prendas necesarias de mi mochila para tomar una ducha.

Estando en el baño, me deshago de mi ropa, metiéndome a la ducha y en cuanto abro el grifo, exhalo aliviado, recibiendo el agua fría con el mayor de los gustos.

No sé cuantos minutos pasan, pero en mi cabeza solo taladra la persecución.

Eran hombres de Carlos Resmond.

LAS MIRADAS NUNCA MIENTENDonde viven las historias. Descúbrelo ahora