I- El mal proclama y el siervo escucha

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Hijo mío, si los pecadores te quisieren engañar, no consientas.

Proverbios 1:10

Capítulo I
El mal proclama y el siervo escucha

Su respiración iba aceleradamente, una desesperación caligne rodeando con fuerza ahogadora sus pulmones mientras sus piernas tal cual gelatinas intentaban abrirse paso en busca de algún escape.

Oía el retumbar de aquellas botas en su cabeza, venía lentamente y con precisión.
Lo peor era el cántico aterrador que salía de aquella garganta; lento, saboreando la malicia en el paladar, como si degustara el pavor que se agrupaba en las entrañas del castaño.

Tic, tac. Tic, tac. Tic, tac.

Era el canto que se asemejaba al reloj, resonando con una suavidad escalofriante, avisando que su fin estaba acariciando los dedos de sus pies.

Sus pasos aceleraban los bombeos de su corazón y estas retumbaban en sus oídos. Era más intenso cada vez.

Llegó a esa habitación, ¿dónde estaba de todas maneras? Parecía un lugar abandonado, los muebles tenían moho, el olor a humedad era intenso. Había cosas cubiertas con sábanas blancas.

Sus opciones eran limitadas; la ansiedad, el miedo y la desesperación simplemente lo llevaron hasta el clóset.

Tic, tac. Tic, tac.

Seguía aquel cántico que erizaba sus vellos. Apretó sus ojos y se fue al fondo, cubriéndose con las prendas que colgaban de los ganchos. No tenía escapatoria. Sus manos fueron automáticamente a sus orejas. Sentía un horror viviente que su corazón no tardaría de salirse de su pecho.
Intentó concentrarse y ralentizar su respiración cuando no escuchó absolutamente nada. Abrió sus ojos y bajó las manos. Efectivamente, no oía nada.

¿Aquella reencarnación de la maldad se había ido?

Lágrimas calientes sin evitarlas se deslizaron por sus mejillas sucias. Había corrido tanto, cayó miles de veces hasta llegar a ese lugar mientras aquel demonio lo seguía. Temor...

Y luego el grito súbito se atascó en su garganta cuando la puerta de su escondite se abrió de sopetón.

"Tic, tac." Chistó aquel hombre tenebroso. Sus orbes psicópatas sonriendo de malicia verdadera.
El pequeño castaño se retorció en su lugar cuando aquel de orbes olivaceos se acuclilló ante él. Chasqueó la lengua y un puchero desgraciado pintó su boca descarada.

El latir de su corazón iba en aumento.

"Pobrecito, bebé." Espetó con esa voz ronca que revolvía su estómago. Alzó una mano hacia el ojos azules, aquella palma ferviente y áspera se posó en aquellos pómulos suaves, ofreciendo una caricia asquerosa. El hombre sonrió y cerró sus ojos, como algún desquiciado y suspiró, disfrutando como un enfermo. "Oh, el retumbar de tu corazón..," Lo miró socarrón. "música para mis oídos." Se acercó aún más sin apartar aquella mano enorme de su rostro. "Porque sabes que puedo oírlo, ¿no? Estás condenado..." Rió lentamente, rasposo y su pecho se movía en tal acción, negó con la cabeza y la sonrisa se borró de su rostro. Sus pupilas se dilataron, volviéndose negros como el abismo y aquella mano que estaba en su mejilla se deslizó hasta su cuello y lo apretó contra el clóset. "No puedes escaparte. Siempre te encontraré. Recuérdalo..."

Recuérdalo...

Recuérdalo...

La voz retumbó en sus sueños.

Sobresaltado el castaño sentó en la cama de un salto, con los ojos desorbitados, las perlas de sudor cubriendo su frente las cuales se deslizaban hasta su mentón igual que las lágrimas de pánico. Fue un sueño y se sintió tan real, tan amenazante. Tan cerca, como un susurro sombrío en el oído.

CaínDonde viven las historias. Descúbrelo ahora