Fragmento del Capítulo 20: Fabi

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Se hallaba sumergida en los mares tormentosos de sus sueños más profundos. Recorría el camino empedrado de un bosque de tonalidades anaranjadas, tomada de la mano del chico con lentes al que tanto anhelaba conocer. El camino había sido largo; no habría podido decir qué tanto, pero tampoco recordaba un momento anterior a la caminata.

—Haría falta mucho más que eso para ahuyentarme —le comentaba el chico, con esa sonrisa que le encantaba.

Le había revelado su verdadera identidad, su verdadero yo, esperando que la revelación de identidades fuese bilateral. Ella quería conocer el color de sus ojos tanto como él deseaba saber su nombre, pero él no dijo nada. Los árboles a su alrededor empezaban a desvanecerse para dejar en su lugar una plaza enorme de alguna ciudad inexistente. Siluetas humanas caminaban por todos lados. Eran miles, y no dejaban de aparecerse más y más. Fabi se dio la vuelta en busca de su chico, pero él también se había desvanecido. Estaba sola, otra vez, navegando contra la corriente en aquel mar de sombras.

—¿La Pollera Fabi? ¿Qué clase de seudónimo tan ridículo es ese? —se burló una voz desconocida—. ¿Qué haces, le lanzas pollos a la gente en la cara?

—¡Mátenla! —vociferó alguien—. ¡Maten a la terrorista!

—¡No perteneces aquí!

—¡No perteneces aquí! —se unieron otras voces—. ¡No perteneces aquí! ¡No perteneces aquí!

Miró hacia todas direcciones, intentando saber en vano quiénes eran los desgraciados que le gritaban entre la multitud. Todos se habían detenido a verla, todos al mismo tiempo. La observaban, la juzgaban. Alguien inició una carcajada que luego se esparció como un virus a lo largo del círculo de siluetas.

—¡¿Se creen la gran cosa?! —protestó; tenía la garganta hecha un nudo. Quería sonar desafiante, pero el temblor delataba sus verdaderas emociones—. ¡Ustedes no son nada! ¡Muéranse todos!

En lugar de morirse, se callaron. Delante suyo, las siluetas dieron paso a alguien que se acercaba a ritmo pausado. ¿Era él, el chico con gafas?

—Te crees valiente —le dijo sin mover sus labios—. No eres valiente. Crees tener la razón; crees que todos deberían entenderte; crees que el mundo se ha tornado en tu contra, y lo que es peor, piensas que eso debería importarnos. —Cuando se removió las gafas, su rostro resultó ser una copia del de ella—. Crees que debería importarme.

«No... No, tú no eres yo. —Se levantó a tientas y cayó de costado al intentar usar su super velocidad en vano—. Me vendiste al príncipe porque me odias. Pensé que eras diferente».

Las sombras se convirtieron en versiones tétricas de ella misma y esbozaron al mismo tiempo una sonrisa que recorría sus rostros de oreja a oreja. El chico misterioso se acercó para verla con conmiseración desde su pose erguida, y de pronto todas las siluetas se amontonaron sobre ella, asestándole patadas e insultos.

El mundo empezó a dar vueltas.

—Fabi, cariño, ya es hora de levantarse —dijo una voz dulce y suave—. Te quedaste dormida.

Fabi se levantó, pero esta vez en una habitación que parecía digna de una princesa en un hermoso castillo. Al mirarse las manos descubrió que era una niña no mayor de diez años.

—¿Dónde estoy? —pidió saber. Las lágrimas le caían como cascadas por sus mejillas a voluntad propia—. Quiero a mis papás. ¿Dónde están mis papás?

—Aquí estamos, mi niña, estamos contigo —dijo riéndose una versión sin rostro de lo que debía ser su madre. Se sentó a su lado y le propinó un beso en la frente y una caricia en el cabello con la mano. No era más que una sombra, un espectro que parecía absolverla al mirarla—. Tuviste una pesadilla —le explicó para calmarla—. No tienes que llorar. Recuerda que ya tenemos que irnos.

—¿Te vas? ¿Adónde vas, mamá? —Tenía el rostro congestionado. No podía dejar de llorar, y los mocos se le salían—. No quiero que te vayas. Quédate conmigo —le rogó, jalándola por la tela del vestido de sombra.

—Sabes que no podemos hacer eso —le dijo su padre, quien se encontraba recostado contra la pared al lado de la puerta de entrada. Su rostro era el mismo vórtice oscuro que el de su madre, y aunque no tenía ojos, sabía que la estaba mirando—. Nos tenemos que ir.

—Pero ¿por qué? —lloró—. ¿Por qué no puedo ir con ustedes?

—Porque no te queremos. —El tono de su madre pasó a ser tan frío como el hielo.

Fabi se quedó afónica al escucharla.

«No, ella jamás diría eso. Mi mamá jamás me diría tal cosa».

—Nos vamos porque no te soportamos —coincidió su padre, haciendo un gesto con la mano—. Y tú no nos soportas a nosotros. Es por eso que querrás matarnos.

—¿Matarlos? Yo no soy mala. —Fabi sorbió su nariz y luego intentó secarse las lágrimas, pero no hubo manera: sus deditos eran incapaces de tocarlas. «Ellos me odian... Me dejaron sola, me abandonaron»—. Yo los quiero mucho. Jamás les haría nada malo.

—¿Lo prometes?

—¡Lo super-super-super prometo! —dijo sacudiendo la cabeza—. ¡No quiero que se vayan!

El frío de una navaja le besó el cuello. La puerta de la habitación se cerró de golpe, y la hermosa habitación de princesa desapareció para quedar completamente a oscuras.

—¡No mientas! —restalló el padre—. ¡Estás hecha para matar! ¡No mientas! ¡No mientas! ¡¡NO MIENTAS!!

«Otra vez esa frase —pensó Fabi con rencor—. Yo no soy una asesina». Todavía recordaba la cara del niño que le dijo estar hecha para matar, y a la gallina muerta entre sus brazos. La clase entera la miraba, la juzgaban con sus ojos rojos llenos de miedo y odio.

Un segundo cuchillo perforó su estómago.

—Te amamos, hija —dijo su mamá con un tono quebrantado por el llanto—, pero ya nos tenemos que ir —sollozó—. Nos tenemos que ir.

—Haz lo que debes hacer —Su padre presionaba el cuchillo contra su garganta—, para que podamos irnos.

—No.

—Hazlo, o los demás se aprovecharán de ti —insistió su mamá.

El cuerpo lo sentía helado, y la mano no le paraba de temblar.

—No... —«No soy una asesina».

—¡¿Quieres morir?! —gritaron los dos adultos a la vez.

—¡No! —«¡No, no, no!».

—Entonces ¡¿qué harás al respecto?! ¡¿Dejarás que te matemos?! ¡No puedes ser débil!

—¡HAZLO!

—¡NOOOO! ¡NO! ¡NO! —Le arrebató el cuchillo al padre con demasiada facilidad, y luego... hizo lo que tenía que hacer—. ¡NO QUIERO MORIR! ¡NO QUIERO MORIR! ¡NO QUIERO MORIR! ¡NO QUIERO MORIR! ¡NO QUIERO MORIR! ¡No quiero morir! ¡No quiero morir! ¡No quiero...! No quiero... —«No estoy hecha para matar...».

—Vas a morir —susurró la voz apagada de su madre. Fabi dejó caer el cuchillo abriendo de uno en uno los deditos—, pero tú debes decidir cómo, y a manos de quién. ¿Dejarás que sean los hyrulianos? ¿Dejarás que sean los ángeles? ¿Dejarás que sean los demonios? ¿Dejarás que sea el Creador?

La pequeña asesina no supo contestar, y ya era muy tarde para cuando sus padres habían cerrado los ojos.

«Lo sabía... Me abandonaron porque me odian —pensó, boquiabierta—. Ahora seré libre de su odio».

—No... —gimoteó—. ¡No se vayan! ¡Perdón! ¡Perdón! ¡No lo volveré a hacer! —Sus manos comenzaron a temblar tan rápido que pensaba que iba a explotar, y sentía que su cuerpo se desnutría. No habría sabido decir por qué, pero tuvo la imperiosa necesidad de sonreír—. No voy a morir.

«No más remordimientos».

Abrió los ojos de golpe, por encima de la grotesca escena, al tiempo que dejaba escapar un grito que tenía aguantando. Se llevó la mano sana al pecho para intentar detener los latidos apresurados. Hizo una mueca al sentir el dolor del brazo enyesado cuando intentó moverse, y prefirió tomarse un momento para reconocer el lugar donde estaba.

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⏰ Última actualización: Apr 18, 2020 ⏰

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