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—¡Ya basta! ¡Es suficiente! —Los gritos llegaban a sus oídos, pero él no podía detenerse. Sus manos se alzaban tratando de tocar al individuo delante de él.

—¡Cálmate! —Le gritaron una vez más, esta vez su tío se interpuso entre ambos.

—Pero... —Él trató de defenderse.

—Lo sé, ya lo sé —dijo el hombre, sin embargo lo tomó de sus hombros y continuó—: Lo sé, pero calma. Sal de aquí.

El coraje y unas inmensas ganas de llorar inundaban todo su cuerpo, asintiendo salió de su casa con algunas lágrimas derramándose por sus mejillas.

Mientras caminaba del pasillo a la puerta sus primos lo miraron y murmuraron palabras de aliento.

—Todo estará bien.

Fue lo último que escuchó, pero era tanto su coraje que terminó azotando la puerta.

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Sus pies lo habían llevado hasta el parque a unas cuadras de su casa, aunque llamarlo así era solo una forma bonita para lo que en realidad se había convertido. La gente ya casi no caminaba por ahí porque la falta de mantenimiento lo hacía ver peligroso, pero él no estaba pensando mucho cuando se sentó en una de sus bancas roídas y lloró todo lo que no había llorado en semanas. Estaba harto, cansado, y asqueado. ¿Cómo su madre podría seguir viviendo con ese sujeto? Su pecho dolía mientras los pequeños espasmos continuaban. Llevó su dorso hacia su cara para limpiarse, pero era en vano cuando las lágrimas seguían cayendo una detrás de otra y otra.

—¡Ahhh! —gritó—. ¡Estoy harto!

Tuvieron que pasar unos segundos para que se levantara y comenzó a buscar por alguna rama caída, otros segundos más tarde encontró una suficientemente resistente para golpear el tronco del árbol más próximo a él.

Pequeños gruñidos salían de su interior mientras golpeaba con toda su fuerza, su mandíbula se mantenía cerrada, y algunas gotas de sudor estaban apareciendo en su frente por el esfuerzo.

—¡Estoy harto! ¡Harto, ¿me oyen?! —Medio gritaba, medio lloraba—. Es la última vez, ¡la última!

La corteza del lugar donde seguía golpeando se había dañado un poco, pero más estaban sus manos, las cuales se habían puesto rojizas. Tuvo que detenerse cuando se percató que la rama se había quebrado y podría lastimarse más de lo que ya estaba. Sus manos dolían, pero sus hombros aún se mantenía rígidos por el enojo.

Lo último que hizo antes de respirar profundamente fue arrojar la rama lo más lejos que pudo, se sentó de espaldas al árbol y cubrió su cara con sus manos. Ya no estaba llorando, él solo quería descansar.

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—¡Es tu hijo, carajo! —gritó la señora Kim al hombre sentado a la mesa—. ¡Tu hijo! ¿Cómo, siquiera, pudiste decirle todas esas cosas? ¿Cómo pudiste?

Hubo silencio por un breve momento hasta que el hombre respiró profundo y áspero.

—Si él sigue así, se convertirá en un salvaje.

—¿Salvaje? ¿Te das cuenta de lo que estás diciendo?

—¡Él debe de respetarme! —gritó golpeando su puño contra la mesa—. ¡No le voy a permitir otra falta como esa!

La señora Kim quiso reír. —Siempre es lo mismo contigo. ¿Es que no te das cuenta que estás envejeciendo? Quiero saber si piensas quién te va a cuidar cuando ya no puedas ni caminar. ¿Él? Lo dudo mucho.

—Si yo no estoy pidiendo que nadie me cuide, sé que voy a morir solo, pero mientras yo viva él debe de respetarme porque soy su padre. Y más te vale —la señaló— que no vuelvas a entrometerte de esa forma o  verás.

La mujer solo lo miró con rabia antes de darse la vuelta y seguir en lo suyo, en la cocina. Una que otra lágrima se derramó lentamente sobre su mejilla derecha, pero ella continuó fingiendo que nada había pasado. Como siempre lo hacía.

Como lo había hecho durante los últimos veinte tristes años.

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Aquí, Lali-to. Esta vez espero terminar la historia, ya es hora. ¡Gracias por leerme!

Sáb., 21 de marzo del 2020.

«El niño de papá» [NamKook]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora