El anuncio

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En el lejano Reino del fuego se solía pensar, que si alguna de las mujeres que lo habitaba, seguía soltera a sus 19 años, nunca podría casarse. Se había visto la situación por años, donde las mujeres que no se casaban, terminaban como prostitutas o indigentes; pareciera que la presencia de un hombre en la vida de cualquier mujer era indispensable si no querías terminar en un lugar similar al de aquellas desdichadas.

Hinata iba sumida en sus pensamientos, tratando de ignorar las miradas que le dedicaban los transeúntes de las calles comerciales sabiendo que ella pronto cumpliría 19 y no tenía ningún pretendiente ni mucho menos. Ella trabajaba como costurera en una casa de modas desde hacía muchos años, y a muchas de las mujeres que paseaban por las calles del brazo de sus maridos o persiguiendo a sus hijos pequeños por alguna travesura, les había vendido algún vestido alguna vez, así que su rostro no era desconocido para la mayoría de la gente que la veía pasar.

Ese día, fue su turno de salir a comprar la comida para la semana, tanto para sus compañeras y para sus superiores, quienes las tenían encarceladas dentro de esas paredes, haciéndolas trabajar por muchas horas y su única paga, era la comida que tenían en la mesa, que a decir verdad, era algo escasa, pero para los dueños siempre era abundante. Hinata no se quejaba, a todas las trabajadoras las habían rescatado de las calles, de una vida de peligros y desesperanza.

Ella era la de más antiguo ingreso, los entonces dueños de la casa Asuma y Kurenai la habían acogido a sus 5 años. Ellos no eran ni por asomo como el actual, Kurenai siempre veló por Hinata, la educó, cuidó, la crió como si fuera su propia hija. Asuma no se quedaba atrás, le leía cuentos antes de dormir, jugaba con ella y cuando salían la llevaba a caballito por las calles. Eran muy felices, Hinata no recuerda otro momento de felicidad tan plena como aquella.

Sin embargo, cuando Hinata tenía 11 años, Kurenai se embarazó tras varios intentos pero le causó una condición muy difícil, donde la contaminación le afectaba de sobremanera y el ruido del pueblo se hacía insoportable por las noches, así que para cuidar de su salud y la de su bebé, decidieron trasladarse cerca de la costa, donde el aire era más limpio y el bullicio del pueblo era mucho menor. No tenían la mejor situación económica en ese momento, así que con mucho dolor en su corazón buscaron un orfanato para llevar a Hinata con la esperanza de regresar por ella en cuanto la salud de Kurenai mejorase.

Vendieron el local a un codicioso comerciante llamado Orochimaru y aunque el señor no les diera muy buena espina, necesitaban urgentemente ese dinero, así que aceptaron, incluso les ofreció de cuidar de la niña hasta que ellos volvieran por ella, diciéndoles que la vida en un orfanato es muy dura y que probablemente cuando volvieran no la encontrarían porque quizás la habrían adoptado. Con mucho temor y después de varias amenazas por parte de Asuma, lo dejaron por escrito y se marcharon.

El comerciante no le prestaba mucha atención, contrató a unas mujeres para realizar el trabajo de confección, le proporcionaba comida y la dejaba libre por la casa, entendía que era una niña y que debía descubrir el mundo. No fue hasta la llegada de Kabuto, sobrino del comerciante, que le fue una obligación el trabajar para el negocio y comenzaron sus amenazas con dejarla sin comer si no lo hacía, varias veces durante ese periodo en el que ella estaba aprendiendo a coser y a bordar, fue brutalmente golpeada por ese hombre porque "los errores no pueden existir", el dueño se quedaba al margen, a veces duraba días encerrado en su estudio sin que nadie supiera que hacía.

Después de algunos años, chicas en situaciones de calle comenzaron a llegar a la casa, Hinata fue la encargada de enseñarles a cada una como realizar las tareas necesarias para confeccionar un vestido, desde la elección de las telas hasta el bordado.

-Buenos días, señor Inoichi- Saludó la chica con una sonrisa al dueño de la florería. Desde hacía algunos años, cuando era su turno de salir al pueblo, tomó la costumbre de comprar un pequeño ramo de violetas silvestres para repartirlas entre sus compañeras y alegrar un poco su área de trabajo. Asuma siempre le regalaba a Kurenai y a ella flores que se encontraba por ahí y en los cumpleaños de Kurenai le daba un ramo distinto de flores, el último que le dio antes de irse, fue uno de violetas silvestres, así que ella seguía comprándolas como un recordatorio de que ellos volverían.

Todo por tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora