-Hay que ser patético.
El inspector Austin escupía las palabras como si fueran veneno. Sus zapatos de charol repiqueteaban contra el mosaico con impaciencia. Un aroma a lavanda bañaba la estancia con pereza y se fundía con la peste.
Era una habitación pequeña pero luminosa. Las cortinas no filtraban bien los rayos de sol y, de esta manera, rebotaban contra los azulejos blancos. Era uno de los lavabos de una gran mansión de cuatro plantas y establos.
-Pobrecito, era tan joven.
Esa segunda voz pertenecía a la redactora Heath. Se escondía detrás de unas gruesas gafas de pasta y un flequillo alborotado. Estaba más relajada, su calzado apenas se escuchaba al caminar. Llevaba consigo una cámara fotográfica y un bloc de notas algo maltratado.
Su compañero era más gruñón. En ocasiones como esa, parecía odiar su trabajo en el departamento. Siempre amenazaba con dimitir, pero tenía una deuda que pagar. Por lo que siempre me lo encontraba suspirando en los casos como ese. Que eran todos los casos que recibía.
-Necesito datos, ya.
Se dirigió a la forense. Ella lo odiaba, eso estaba más que claro. Tenía algo en su mirada que me desconcertaba.
-Lawrence Clark, 35 años. Su familia es dueña del grupo Stella, de la industria farmacéutica. Él era el cuarto hijo. Murió desangrado, tiene varias heridas de arma blanca en el pecho, en los brazos y en las piernas.
Su cuerpo yacía en la bañera. No podía saber si había sido a propósito, pero la manera en la que sus extremidades se precipitaban por los bordes era exquisita. Había muerto con gracia, de eso estaba seguro. Pocos se mantenían tan serenos en los últimos momentos de su vida.
-Tenemos que darnos prisa y comparar los datos para balancear este suceso. Inspector Austin, si fuera tan amable...
Cesó al fin sus andares para remangarse la chaqueta. Por norma general, aquel hombre tenía prohibido a su equipo mirar mientras cumplía con su cometido. Pero nunca se acordaba de mí. Y a mí me gustaba verlo.
Una sensación de adrenalina se expandió por todo mi cuerpo mientras se acuclillaba y separaba los mechones de la frente de la víctima. El tiempo que necesitaba solía variar dependiendo de la magnitud del remordimiento. Juntó sus bocas y no necesitó más de medio minuto. Clark debía de arrepentirse poco.
Al separarse, el inspector escupía y dejaba salir el alma que había succionado. Esa vez, no acompañó el gesto con una expresión asqueada. Sacó un pañuelo del bolsillo de su chaqueta y se limpió los labios con mimo. Sin siquiera darse cuenta de mi mirada, inspeccionando todos y cada uno de sus movimientos, cruzó los brazos y miró a la redactora Heath.
-A ver, cielo -la figura humeante y deformada de Clark revoloteaba sobre su propio cuerpo sin prestar demasiada atención a sus palabras. Eso no era bueno.
Con una sonrisa amigable, la redactora nos hizo una seña y todos presionamos los silenciadores. La habitación retumbó con su grito y la víctima se paralizó. Entonces sí, se giró y miró a la mujer que había intentado hablar con él. Sonreía como si nunca hubiera roto un plato.
-Mira, necesito que me hables de Lawrence. Ha habido un pequeño improvisto y es de extrema urgencia.
El inspector Austin resoplaba y miraba al techo, a las cortinas empapadas en sangre y al cuerpo. Fruncía el ceño, como siempre que su compañera decía algo que no le gustaba.
-Te has saltado las normas y vas a ir a juicio.
Los ojos amarillos de la redactora lo observaban y, sin palabras, todos sabíamos que lo maldecía de todas las maneras posibles. Y él bufó, y el repiqueteo de sus zapatos inundó la estancia de nuevo. La forense rodó los ojos y él la fulminó con un chasquido de dedos. Era la octava vez que sucedía aquel mes, y la última de todas ellas la joven prometió no quedarse de brazos cruzados. Pero al inspector le daba igual.
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Retos, idas de olla y relatos
General FictionUna iniciativa de escritura creativa junto a amigas escritoras.