Andén veinte. [1]

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Una fría brisa se cuela entre las puertas del metro dejando helado hasta los huesos a la multitud que se movía entre andenes en busca de refugio para la lluvia a la par de intentar encontrar la ruta adecuada hacia su destino, era un día normal de noviembre donde la gente transitaba por las calles para hacer sus tareas habituales como ir a trabajar o hacer la compra. Sin embargo, en el andén número veinte las cosas iban a salir de una forma impredecible.
Charcos de lluvia empapaban las baldosas de la estación que cada vez parecían de un color más beige, el aura de tristeza y serenidad consumía cada rastro de paz cambiándolo a la tensión de un Lunes por la mañana, los paraguas se agitaban y las botas se embadurnaban de barro haciendo que las trabajadoras de limpieza maldecieran al mismísimo Tláloc por hacerlas trabajar más horas de las firmadas. Murmullos por cada esquina era lo que llenaba el vacío de las vías en espera de el tren que les recogiese de aquella horrible espera para proseguir con las rutinas diarias.
A un lado del andén, un joven rubio de estatura media y sus gafas redondeadas reposaba en el suelo junto a su cuaderno y carboncillos aparte de demás utensilios de dibujo. Sus dedos se mostraban grises por estos, apenas podía observar sus huellas dactilar tras aquella capa fina de carbón.
Su vida se basaba en aquello, sus horas las gastaba en aquel andén donde dibujaba todo lo que le llamaba la atención; desde paisajes a personas, niños o vegetación de la zona. Aquel lugar había sido su hogar durante meses, e incluso años, se había acostumbrado al olor del petricor tras los días lluviosos y al sudor que le recorría la espalda en las tardes de verano. Muchos podrían decir que aquello no era vida para un joven estudiante, pasar sus días entre andenes con sus manos entre lienzos inacabados y sueños a medias no era lo típico de un chico de veinte años, aún así él lo veía de una forma distinta.
El dibujo había sido una de sus vocaciones desde sus primeros años de edad, le apasionaba todo aquello que pudiera hacer por sí mismo y sentirse especial por algo que él haya creado. El arte era su vida, pues también era aficionado a la música y la danza aunque con esta última tuviese una batalla constante. Suele ponerle banda sonora a todos los días o momentos de su vida, y es que como él diría, la vida es más bonita si la acompañas de acordes mayores y unas notas al piano.
Sus estudios nunca habían sido los mejores y eso era algo que a él mismo le frustraba, siempre había intentado ser un niño de buenas notas pero clase tras clase se daba cuenta de que su lugar no estaba entre cuatro paredes donde te alimentan a base de memorizar y no aprender. Vivía feliz, él sentía que lo era pues desde que había dejado sus estudios aunque apenas ganase algún tipo de ingreso se sentía cómodo con lo que hacía; tenía una familia que le quería, unos amigos estupendos y un andén donde resguardarse en las tardes tristes.

—Oh, que bonito. —Expresa una joven interesada en los dibujos del chico haciéndole sonreír.

—Muchas gracias, los hago con todo mi cariño. —Respondió Gèrard mientras le observaba atentamente.

—Todos los que os ponéis por aquí tenéis un gran potencial. —Ríe la mujer amablemente haciendo al chico asentir.

En aquel Andén no trabajaba solo Gèrard, unos metros más allá estaba la mismísima Anajulieta o como también diría el; la pesada de su compañera de piso.
Solían venir juntos a diario y cada uno se sentaba en su lugar, a veces se acercaban para hablar o iban a comer juntos en las horas donde menos gente pasaba. Ella estaba allí para dar a conocer sus ideales y es que había empezado a contribuir con una ong que recaudaba fondos para niños con Cáncer, a veces simplemente soltaba su discurso o se acercaba a hablar con la gente, otras tantas cantaba o bailaba intentando capar la atención de la multitud, pero había algo que Gèrard odiaba de esto y el que pasarán olímpicamente de ella. Es cierto que la gente de Madrid no es la más amable, cuando Anaju les pedía unos segundos de su tiempo muchos giraban la cara sin decir ni siquiera un buenos dias, aquello era algo que su amiga no merecía, se ganaba su sueldo entre vías de tren y personas que le miraban por encima del hombro como si fuera una cualquiera. Anajulieta era una de sus personas favoritas en este mundo, siempre tenía palabras bonitas para él y era de las pocas personas en su vida que le había escuchado cantar o había estado en sus noches más tristes donde la locura y la pena se apoderaban de su cuerpo haciéndole perder el control de sus capacidades mentales. Sentía su corazón llenarse cada vez que estaba junto a ella, sabía que si la tenía cerca nada malo le iba a pasar pues su amiga era un pastor alemán al acecho de cualquier persona que pudiera hacerle daño a su "ser de luz"

creep [one shoot geranne]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora