- ¿Estás segura de esto, hermana? - preguntó la Vida, mirando a su hermana con aquellos lindos ojos verdes escondidos por sus larguísimas pestañas.
Natasha amaba los ojos de su hermana. Detrás de ellos podía verse el movimiento de las olas en el mar, de la hierba en los campos, el baile de las nubes en el cielo. Estaban llenos de compasión y de alegría. Se sintió afortunada de haber compartido tantos eones a su lado. Estaba segura de que la extrañaría, así como su capacidad para recorrer el mundo en un pestañeo, el haber conocido a cientos y cientos de almas. Extrañaría su poder. Pero, él lo valía.
- Sabes que te traerá mucho sufrimiento, ¿verdad? - Natasha asintió. Lo sabía. Había visto el sufrimiento de los humanos en primera fila desde los inicios de la humanidad.
- Lo sé, hermana. Pero, estoy dispuesta a hacerlo...- fue tal la decisión en su voz, que la Vida ya no objetó más.
-Te voy a extrañar...
- Y yo a ti, hermana... nos volveremos a ver algún día. Volveré a ti. Y lo traeré conmigo. Y conocerás al hombre que enamoró a la Muerte...
La Vida movió su cabeza, agitando suavemente sus delicados rizos platinados. Su hermana siempre había sido terca. Suspiró pesado y se acercó a ella, tomando el rostro fino de Natasha entre sus manos. Una pequeña lágrima se deslizó por sus mejillas pálidas cuando acercó el rostro a su hermana para besarla delicadamente en los labios. Saboreó su aliento despacio, entregándole el suyo en una caricia lenta e íntima que la hizo cerrar los ojos.
Con ese beso, la Vida le regaló un cuerpo físico. Natasha nació en Leningrado. Y en ese momento, comenzó su sufrimiento. La secuestraron, la entrenaron, la torturaron. Pero, su voluntad de hierro no flaqueó ni por un momento. Se convirtió en una aliada de la nueva Muerte. Una diosa olvidada tomó su lugar y se alió con ella. Natasha era la mejor en ello. Había sido la Muerte por eones, después de todo. Nadie mejor que ella.
Su hermana se encargaba de asegurarle cada cierto tiempo que su Steve seguía esperándola. Así, supo que se acercaba el momento de encontrarlo. Se encargó de destruir a la institución que la formó, de ponerse del lado de los que la llevarían con él. Conoció gente que la ayudó y gente a la que ella ayudó. Dejó de cooperar con la Muerte y se convirtió en la aliada de su hermana la Vida. Y así, llegó el día. Allí estaba él, frente a ella. Se reconocieron con la mirada, se midieron, se estudiaron, se sonrieron...y se amaron. Se amaron tanto, que cuando llegó su momento, se fueron juntos. Ella retomó su lugar. Y él con ella. Se convirtieron en el lobo y la oveja. Ella, mostraba la cara misericordiosa de la Muerte y él, la brutal. Se complementaban.
Y se volvieron eternidad.