Esta noche escribo teniendo al cielo estrellado como testigo.
Ese día era mi cumpleaños y ya te había invitado a la celebración. Cuánto anhelaba que estuvieras.
Cayó la noche y arrimaste a aquel restaurante. Salí a recibirte con una sonrisa tan espontánea e inevitable que apenas podía contenerla. Nos abrazamos y pude disfrutar del olor de tu perfume en tu cuello mientras me rodeabas el cuerpo con tus brazos y me acariciabas la espalda despacio sin dejar de juntarme hacia ti.
Me dijiste que me veía muy linda y aquí te confieso que mientras me arreglaba, pensaba en que quería que me vieras así. Yo sé que estaba hermosa, y además, me sentía hermosa.
Te disculpaste por no poder acompañarme en la cena y para compensarme irías a la fiesta. Acepté sin saber que lo que pasaría, luego iba a ser la cereza de mi pastel; lo que terminaría de mejorar mi día.
En la discoteca te vi acercándote y tuve que lanzar un pequeño grito para liberar mi tensión. Qué bello fue verte buscándome con la mirada. Me acerqué a saludarte. Estabas ahí. ¿Y ahora yo qué putas hacía? Admito que no sabía qué hacer. De nuevo, estaba nerviosa y estaba siendo yo a la vez.
Charlamos por ratos. Yo estaba tomando con mis amigos y en ocasiones me preguntaba qué pensarías al verme en esa situación. Bailamos y perreamos, claro. Cuando perreamos ya el alcohol había hecho efecto alocando mis hormonas. Nuestros cuerpos se movían al ritmo de la música y tus manos empezaron a recorrer mi torso y agarrar mi cintura. En ese momento no existía nada más que tú, la música, y yo suprimiendo un gemido suplicándote en mi mente que me hicieras tuya ahí, así.
Dejamos de bailar porque cambiaron de música. Dieron las 2:00 de la madrugada y me dijiste que ya tenías que irte. Nos despedimos y nos dimos un beso en la mejilla como siempre. Te abracé y mi cuerpo reaccionó en un "ahora o nunca". Con toda la valentía que me había otorgado el licor, me acerqué a darte un fugaz beso en la boca. Lo hice con todas las ganas que llevaba guardando por ese momento. Y sonreíste y te fuiste. Y yo estaba feliz porque te había dado un pico; me sentí niña en el cuerpo de una mujer.
Quería estar contigo. ¿Cómo iba a terminar la noche sin besarte? Nos texteamos y a la media hora llegaste por mí. Yo seguía bastante ebria porque seguí tomando y mezclando después de que te fuiste. Estaba ahí contigo a mi lado y no tenía la más remota idea de qué quería hacer, pero tenía toda la certeza de que estaba justo donde quería: donde fuera, pero contigo.
Fuimos a tu casa y me pareció adorable ver cómo me ofrecías comida y bebida de reiterada manera y yo solo me negaba porque lo único que me apetecía era tumbarme a tu lado. Entramos a tu habitación y nos acostamos. A los minutos me pediste que me acercara y lo hice sin poner resistencia alguna. Apoyé mi cabeza en tu hombro mientras nos abrazábamos. Cerré los ojos y al instante los abrí para mirarte y me miraste también. Nos besamos. Sin afanes, con ganas. Ya la paciencia no era para esperar sino para saborearnos.
No existía nada más. Habías desaparecido el resto del mundo con tu magia para que solo quedáramos tú y yo.
Mis recuerdos son un poco borrosos por obvias razones, pero bien que recuerdo tu rostro con los ojos cerrados irradiando paz y yo sin querer separarme de tu lado.
Amé cada caricia y cada beso que depositaste sobre mi piel. Amé cada mirada que me dedicaste. Amé cómo tus ojitos brillaban como estrellitas bajo la tenue luz que desprendía el ventilador en ese espacio que era, para mí, lo más parecido al cielo. Quizás yo estaba tan ebria que no vi tus alas y mucho menos recuerdo que con ellas me llevaste a tu verdadero hogar.
Intentaba quedarme dormida pues sabía que tenía que irme. Para lograrlo te miraba, sin más. Con eso me era suficiente.
Me parecía curioso cómo habían cambiado mis intenciones al tocar la cama. Seguía queriendo acostarme contigo, pero ya no de esa forma. Prefería seguir ahí, abrazándote. Prefería que siguieras ahí, consintiéndome.
Había llegado la hora de irme y me trajiste a mi casa. En el camino debí haberte dicho que te veías bonito manejando. y sí, fue algo que pensé desde el lunes. Ya iba tarde... o más bien temprano, y si me descubrían quién sabe qué habría pasado. Pero no me importó. Ahí ya podía decir con toda la sinceridad que fue un cumpleaños feliz.
Fuiste mi final feliz.
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lxs
De Todohe decidido abrirme, mostraré un par de cositas que he escrito; no tengo mucho por decir. Bienvenidos! :)