Te conocí hace mucho sólo que no lo recuerdas, dije a mis adentros. Por qué he tenido que devolver lo que conseguí, cada noche me repito frente a la ventana que colinda con el supermercado rojo. Lo cierto es que provengo de una época posterior. Quizá sean unos cinco o diez años de diferencia. Yo fui muy feliz. No puedo quejarme en lo más mínimo, pues quien soy se lo debo en gran medida a cada una de mis experiencias. Luzco muy similar a quien era hace cinco o diez años. No diré que rezumo vivacidad o juventud, pero mi rostro no ha envejecido al ritmo desenfrenado de un bohemio. Tuve una familia con una hermosa mujer, con quien enloquecí lo suficiente para casarme. En tiempos donde la soltería es común, ambos preferimos ser anticuados. Una hija pequeña colmaba nuestros días de enseñanzas y sorpresas; y, por qué no agregar, de discusiones. Pero ahora estoy solo. Amanezco en una habitación cuya dueña es una mujer de carácter hostil y mezquino, y a quien refiero íntimamente como "la ogra". Dada la naturaleza de esta inusual situación, tuve que tomar ciertas medidas. Puesto que este "yo" que padezco ahora es incapaz de convivir con el "verdadero", con el de este tiempo, decidí encargarme de él. Es decir lo maté. Tomé una daga y la hundí en su vientre. Su cuerpo fue escondido en un arenal, a diez minutos de su casa. Hecho esto, llegué a mi habitación, tomé un baño, desperté a la "ogra" alrededor de las once y le pagué el mes. Al día siguiente me retiré. Las exiguas palabras que puedo otorgar al hecho es que no sentí nada: lo atribuyo probablemente al odio y asco que siento hacia mí mismo. Ya de mañana ingresé a mi antigua casa - la de mis padres - y pretendí ser su hijo. Procuré hacer todo lo que recordaba haber hecho. Es decir, paso a paso, palabra por palabra, acto por acto. Todo debía encajar pues mis padres son muy perceptivos. Luego tenía que entrometerme en mi antiguo centro de estudio, donde mi futura - o pasada - mujer solía estudiar conmigo. He de mencionar que esa situación fue asaz complicada, pues no recordaba cómo solía comportarme con ella durante el cortejo. Ser hijo es más fácil. No podía simplemente acercarme y decirle: te casarás conmigo y tendrás una hija con estos ojos que ahora te contemplan. No. Definitivamente eso sería contraproducente: la espantaría. Quiero mi familia de vuelta. Así que necesito hacer lo mismo. Esta situación me recuerda al cuento de Borges, donde un autor ansía escribir el Quijote desde otra época, y, teniendo éxito de forma incierta, recae en que sus palabras poseen una intención diferente, aunque cada línea diga lo mismo. Tengo miedo de esto último, pues mi hija fue producto del azar y esto no está en lo absoluto bajo mi control.... He perseverado día y noche hasta llegar a este momento crucial: hija, estás por nacer. Estoy en la misma clínica, dando el mismo paseo, alrededor de las ocho de la noche. Mis padres están esperándome en el lobby, cansados, pero con suficiente energía para soportar una noche en vela. Al día siguiente trabajar en el mismo lugar, para luego recibir la llamada de mi hermano anunciando que el parto será esa tarde. Horas después, hablar con mi hermano y que él me informe que mi hija será hija y no hijo. Luego mi turno de llorar, no por la sorpresa, sino porque todo está yendo de acuerdo a mi plan. Diste a luz. Veo a mi hija en la incubadora, estira todos sus dedos, abre sus ojos... Dios, todo marcha perfecto. Llegamos a casa. Amor, buenos días. Dormiste bien?