Día cuarenta y tres.

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Llegué a su casa un día sin haberlo planeado.

Me abrió la puerta su madre

parecía realmente agotada.

Me indicó dónde se encontraba la habitación de su hija.

Cuando abrí la puerta la descubrí hecha un ovillo en su cama, llorando y gritando contra su almohada. Sus brazos y su cadera sangraban, pero no de una manera mortal.

En vez de quedarme y consolarla

salí corriendo.

La chica que callaba.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora