Prólogo

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Era difícil ubicarse, no sabía exactamente por dónde tirar. La antigua y maltrecha estación de autobuses estaba llena, parecía como si un grupo de personas se hubiera dado cita allí. Hacía calor, para variar, un calor que mezclado con aquella gente sudorosa empezaba a ser agobiante. Nathan no sabía exactamente qué hacer, había pasado media hora ya, y Jose no aparecía aunque él no debía  extrañarse, no debería de haber esperado puntualidad, posiblemente él en su lugar tampoco sería puntual.

El ir y venir de la gente era entretenido, gente que cogería un autobús para ir a su facultad, gente que después de una jornada laboral volvía a su pueblo o gente que se despedía entre besos y llantos porque partían y quizás no volverían más. Un incipiente nudo en el estómago de Nathan lo obligó a sentarse, no sabía muy bien si serían nervios por verla, felicidad por haber acabado ya o hambre porque ya había pasado cinco horas desde la última vez que se había llevado algo a la boca.

Como siempre, se decantó por lo último. Decidido, entró en una cafetería para pedirse algo, dudó un momento ¿Cuánto dinero le quedaba? No mucho, desde luego que no, sacó el monedero y empezó a contar, una, dos monedas de 20 céntimos... una moneda de 50 céntimos, de repente vislumbró lo que parecía ser un euro, grata sorpresa se llevó cuando vio que eran dos, en total tenía tres euros con siete céntimos, algo podría comer y de paso robar wifi de la cafetería.

Dentro no había mucha gente, una señora de unos setenta años esperando su café mientras su marido se tomaba un carajillo, una madre dando de amamantar a su hijo y un estudiante escribiendo algo en un cuaderno.

Se sentó en la mesa más alejada posible de las demás y esperó. Siempre le habían dicho que era una persona muy paciente. Esa gente se equivocaba, no había nada peor que esperar, lo que pasaba es que Nathan tenía mucho autocontrol. Miró la hora en su teléfono móvil, la una menos veinte de la tarde, Jose se retrasaba más de lo debido; sin embargo, en Nathan no había preocupación alguna, sabía que lo más seguro era que Jose se habría ido la noche anterior de fiesta y hoy no se habría despertado hasta las once de la mañana, si es que se ha despertado.

-¿Qué le pongo caballero?-le pregunta una chica algo regordeta y morena, posiblemente de ascendencia hispanoamericana.

-Un café mixto, por favor.- Dijo Nathan decantándose por algo barato, quizá tuviera que esperar más rato y no quería gastarse el dinero de golpe.

-¿Nada más?- preguntó la camarera con cara de pocos amigos, Nathan negó con la cabeza y la chica se retiró con una mueca de sonrisa en su rostro.

No era mucho, él sabía que no era mucho pero no podía gastar más. Era sorprendente como para sí mismo era muy tacaño y para el resto de personas repartía a montones. Todo eso le había llevado a la situación en la que estaba ahora, contando centimillos para poder comer, al menos de momento.

Pensó en que hace demasiado que no escribía nada, tenía ganas de volver a retomar alguna novela que hubiera dejado a medias por pereza e inconstancia, todo era mejor cuando escribía, no existía nada que lo perturbase puesto que solo estaban él y su imaginación. Imaginación que no le faltaba, aunque todavía no había publicado nada. Quizás escribiría otro romance adolescente o quizá se dignaba a volver a la poesía pero si de algo estaba convencido en esta vida era que la escritura no le iba a dar de comer.

Pan y circo, pan y circo. Era lo que ofrecían los emperadores romanos a sus súbditos y puede que la vida se resumiera en eso. Dame pan y dime tonto. En definitiva el comer era importante, vaya si lo era. Hasta que no llegase el momento en el que la humanidad evolucionase de algún modo, en el que fueran solo máquinas, no creía que dejáramos de tener esa necesidad, incluso las máquinas necesitan de electricidad para alimentarse así que no tenía muy claro si ese momento llegaría.

Su mixto llegó a la mesa, un café con leche y leche condensada, lo cual era una bomba de azúcar pero un placer que le gustaba darse. Le pagó a la chica el importe y esperó. No había pasado ni quince minutos cuando recibió una llamada, al sonar su móvil sintió un alivio, quizá era Jose para decirle que estaba a punto de llegar. Observo la pantalla que ponía número oculto y su pulso se aceleró. Era ella otra vez. Tenía que ser ella.

-Hola, dígame- contestó Nathan esperando no equivocarse.

-¿A qué hora vas a llegar? No me hagas esperar mucho.-

-Creo que sobre las cuatro de la tarde estaré por allí- dijo algo meditativo, de verdad que esperaba estar allí a esa hora aunque lo dudaba.

-Vale, aquí te espero, no tardes.-

Ella colgó y a él se le aflojó un poco el nudo que tenía en el estomago. ¿Cómo podía causar ella tal efecto? Estaba claro que cada interacción de Nathan con ella causaba una marabunta de sentimientos en el interior de él, por más que le gustaría negarlo.

Quizá lo de quedar con ella hoy no era buena idea, quizás se estuviera equivocando otra vez. Miles de recuerdos se agolparon en su mente, recuerdos tristes y algunos felices. Sentía que antes la vida era más sencilla, o al menos la suya. Siempre había sido algo retraído pero sin duda fue feliz durante mucho tiempo.

Sintió rabia al descubrir que se le estaba nublando la vista, creía que lo había superado pero no era así. Una lágrima furtiva comenzaba a deslizarse por su mejilla izquierda. Se la limpió sin ocultar su enfado. Se pregunta a si mismo porque era tan tonto. No había respuesta correcta la verdad. Su corazón siempre le jugaba malas pasadas y a veces, más de las que a él le gustaría reconocer, parecía que era un poco masoquista.

Se le acercó el chico que estaba en la cafetería para darle un pañuelo de papel. Lo observó por unos instantes. Parecía buena gente y de aspecto le recordaba a alguien aunque no sabría decir a quien.

-¿Estás bien?-Le preguntó el chico con una muy palpable preocupación en su rostro. Nathan sólo asintió.- No creo que estés bien, me habrías respondido en lugar de solo asentir, si quieres podemos salir a tomar el aire.

Volvió a asentir y salieron a la terraza de la cafetería, Nathan instintivamente se llevo la mano al bolsillo y de un paquete de tabaco sacó un cigarrillo. Lo encendió y le pego una gran calada. Cuando sus pulmones se llenaron de ese humo tan tóxico sintió que la ansiedad se le iba un poco. Pensó para sí mismo que debía dejar ese vicio tan asqueroso.

-Estoy bien, es solo que me han venido ciertos recuerdos a la mente- contestó Nathan mientras exhalaba.

-Si tu lo dices tendré que creerte- contestó el chico con una sonrisa que sin querer se le contagió a Nathan.- Por otra parte, somos dos desconocidos, me puedes contar lo que te ocurre para desahogarte y después cada uno sigue su camino, Myrthea es una ciudad muy grande y no creo que nos volvamos a cruzar.

-Es bastante largo de contar, no creo que quieres perder tu tiempo-

-Créeme que no tengo nada mejor que hacer ahora mismo- Volvió a sonreír el chico.- Me llamo Isaac por cierto.

-Yo soy Nathan, encantado.- Isaac le dedicó una mirada interrogativa como deseando que empezará a contarle que era lo que había pasado.- Está bien Isaac. Tú ganas. Todo comenzó...




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Bueno... vuelvo a retomar esto de la escritura, espero que os guste. Sinceramente estoy bastante emocionado porque es una historia a la que le tengo mucho cariño. Dentro de tres o cuatro días habré publicado el primer capitulo.

Si queréis comentarme algo o compartir vuestra opinión aquí estaré. 

Antes de irme, esta novela no se como clasificarla, la he puesto como novela adolescente pero es que tampoco estaba muy seguro de ello. Así que puede ser que en un futuro cambie la clasificación porque creo que puede ser una obra demasiado madura para cierto publico. En fin, no me enrollo más, disfrutadla.

Monstruos de FeriaWhere stories live. Discover now