Prólogo

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Sentía mis mejillas arder, mis ojos cada vez se llenaban más de lágrimas, mi mente no dejaba de pensar, sentía ese nudo en la garganta, ese vacío dentro de mí.

Estacioné el carro de mi papá en la cochera, apagué el carro, salí, solo quería estar en mi cuarto.

Abrí la puerta principal, empezaba a sentir como las lágrimas corrían por mis mejillas, empezaba a sentir mis manos temblar, entré a mi casa, cerré la puerta de golpe.

Subí hacia mi habitación, cerré la puerta de ésta, y no pude evitarlo. Mil pensamientos negativos llegarón a mi mente, ese nudo en la garganta cada vez se sentía más grande, ese vacío en mi pecho cada vez estaba empeorando, solo quería gritar.

¿𝘗𝘰𝘳 𝘲𝘶é 𝘭𝘢 𝘨𝘦𝘯𝘵𝘦 𝘦𝘳𝘢 𝘵𝘢𝘯 𝘮𝘪𝘦𝘳𝘥𝘢?

Me apollé en la pared, caí poco a poco, solamente sentía mis lágrimas.

𝘈𝘤𝘢𝘴𝘰, ¿𝘌𝘭 𝘱𝘳𝘰𝘣𝘭𝘦𝘮𝘢 𝘦𝘳𝘢 𝘺𝘰?
¿𝘏𝘢𝘣í𝘢 𝘢𝘭𝘨𝘰 𝘮𝘢𝘭 𝘦𝘯 𝘮í?
¿𝘏𝘢𝘤í𝘢 𝘢𝘭𝘨𝘰 𝘮𝘢𝘭𝘰?

¡Basta! No quiero, no quiero sentirme así, quiero que deje de doler, ¿Por qué me afecta tanto?

Cerré los ojos, tan fuerte como pude, quería desaparecer un momento.

Y fué en ese momento, justo en ese momento, cuando estaba al borde de cometer una locura.

Fué ahí donde sentí sus brazos, al rededor de mí, un cálido abrazo, lo necesitaba, al abrazo y a él, sentirlo ahí, conmigo, fué tan especial.

Su hermosa voz se pronunció diciendo: 𝘛𝘳𝘢𝘯𝘲𝘶𝘪𝘭𝘢... 𝘓𝘭𝘰𝘳𝘢 𝘵𝘰𝘥𝘰 𝘭𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘲𝘶𝘪𝘦𝘳𝘢𝘴, 𝘴𝘰𝘭𝘰 𝘴𝘪é𝘯𝘵𝘦𝘵𝘦 𝘭𝘪𝘣𝘳𝘦, 𝘥é𝘫𝘢 𝘪𝘳 𝘵𝘰𝘥𝘰 𝘭𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘵𝘪𝘦𝘯𝘦𝘴 𝘨𝘶𝘢𝘳𝘥𝘢𝘥𝘰. Y fué ahí donde saqué todo lo que sentía, como si todos mis sentimientos estaban en un frasco, ese frasco estaba abierto, estaba vaciándose. Lloré con todas las ganas, lloré hasta sentir que no dolía.

𝘌𝘴𝘵𝘢𝘣𝘢 𝘤𝘰𝘯 é𝘭, 𝘺 𝘴𝘦 𝘴𝘦𝘯𝘵í𝘢 𝘫𝘰𝘥𝘪𝘥𝘢𝘮𝘦𝘯𝘵𝘦 𝘣𝘪𝘦𝘯.

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