Epílogo

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Nueve años después...

—¿Papá? ¿A dónde vamos?

Aiko toma su ropa y la extiende sobre el futón. Fumiko hace lo mismo mientras observa lo que hace su hermana menor.

—Así no, Aiko.

Toma la prenda de su hermana y la vuelve a colocar sobre el futón. La alisa, pasa sus manitas por la tela.

—Fumiko —resonga—, deja que lo haga yo.

Hinata entra con un cesto de más ropa a la casa. Se ve intranquila.

—¿Sasuke?

—¿Sí?

Guardo mis pantalones en una maleta, tomo mi capa negra y la doblo.

—¿Debemos volver?

En la bolsa izquierda de mi pantalón hay un mensaje de su padre. La ausencia logró que el hombre se doblegara un poco y su hermana estaba por tomar el liderazgo del clan. En la derecha estaba el mensaje de Kakashi, donde me pedía regresar a la aldea, hacerme de los terrenos de mi clan y refundar la policía de Konoha. Era una buena oferta.

—Sí. Tu papá quiere hablar contigo.

Su cuerpo se estremeció de sólo nombrarlo. Aiko y Fumiko nos miraron sin entender. ¿Tenían un abuelo? Sí. El último que quedaba.

—No sé si...

—¿Sea buena idea? —terminé. Encogí los hombros—. No lo sabrás si nos quedamos aquí.

Volver a Konoha como una familia.

—¿O es que...?

—No —se apresuró a decir—. No es por él.

Deje las camisas sobre el futón, la tomé de ambas manos. Sus ojos me miraron y entendí que todo este tiempo a su lado, no habían cambiado sus sentimientos hacia Naruto. Sin embargo, al ver mi figura reflejada, pude ver algo nuevo. Naruto se quedó como un agradable recuerdo, de esos que aparecen esporádicamente.

—Tu papá quiere arreglar las cosas contigo.

Asintió. Aiko y Fumiko siguieron en lo suyo sin dejar de escuchar. Aiko y Fumiko tienen un sharingan en el ojo izquierdo y un byakugan en el derecho. Fumiko es la más grande con seis años. Aiko tiene cuatro. Estoy orgulloso de ellas, serán buenas kunoichi para la aldea y policías del clan Uchiha.

Vivimos cerca de la frontera oeste, en los límites colindantes con el país de la tierra, en una agradable aldea.

—¿Ya están listas? —pregunté.

Las dos niñas asintieron. Hinata hizo lo mismo.
Nos pusimos en marcha. Tomo a Aiko y la subo a mis hombros. Aún es pequeña, se maravilla con todo lo que ve. Fumiko es más seria, mantiene su vista en un punto fijo y camina con sus brazos cruzados. Se parece más a mí.

Hinata busca su mano y Fumiko se la da. Hay una sonrisa cómplice entre ambas. Aiko me jala, quiere acercarse también. Que Hinata la sostenga. Y Hinata me mira y me mira. No deja de verme y yo no puedo dejar de hacerlo también.

La aldea oculta entre las Hojas esta apareciendo ante nuestros ojos. Nos desviamos hacia la izquierda para interceptar el sendero principal que iba hacia la Villa. Fumiko mira las puertas principales.

—Están muy pequeñas —me dice.

Río.

—Espera y verás. Aún falta.

Aiko arranca la hoja de un árbol y la huele.

—Papá, ¿tu vivías ahí?

—Sí —afirmé—. Su mamá y yo vivimos en esa aldea.

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