El olor a cenizas y humo se expandía a lo largo del bosque.
Fled vagó entre la niebla como un fantasma. Escuchó el crepitar del fuego, el susurro de los fantasmas. Lo llamaban, le pedían que se uniera a ellos, al menos así dejaría de ser el desastre de mago que era.
En realidad, pocas veces Fled se sinceraba consigo mismo y admitía sus errores. No le gustaba avivar la voz de su consciencia porque rara vez lo animaba a seguir siendo él mismo. Su miedo a fracasar le había enseñado a ser precavido, a tener cuidado.
En el Gremio no confiaban en él. No querían ofrecerle ninguna oportunidad de crecimiento, y para ser sinceros, Fled no los culpaba. Su mundo se mantenía de una pieza siempre que él pudiese seguir en equilibrio y cumplir con las expectativas que pendían sobre sus hombros.
La sombra de sus pesadillas se hizo más leve y Fled despertó con las extremidades tiesas. Se desperezó sin terminar de abrir los ojos. Hacía calor, la ropa se adhería a su cuerpo entremezclada con una gruesa capa de sudor, y por un segundo pensó que seguía dormido. Sí, aquel humo negro, y el olor a madera chamuscada solo podía significar que estaba atrapado dentro de una pesadilla.
De eso trataban los sueños, de la rapidez con la que cambian los panoramas, hoy puedes ser un aprendiz muy prometedor y mañana viajar con una peligrosa asesina que trabaja para el gremio.
Abrió los ojos de golpe recordando la piedra del fuego.
«Mierda, mierda», maldijo sacudiendo las manos y haciendo un movimiento violento. Debía haber olvidado apagarla y estaría provocando un incendio. Se estiró en busca de indicios con el temor bailándole en el pecho, pero allí todo parecía normal. Ari dormía con la cabeza pegada en la maleza, sujetando el hacha con su mano izquierda.
Fled ladeó el rostro y giró sobre sí mismo en busca de algo. Todo permanecía en calma, salvo por el olor a humo y cenizas. Se estiró intentando despejar el sueño, quiso vislumbrar a través del bosque y la oscuridad de la noche, solo que no alcanzaba a ver otra cosa más que los árboles y la densa columna de humo que ascendía hasta el cielo.
Algo se encendió en su cabeza en cuanto vio el humo, estaba un poco alejado por lo que no era sencillo determinar si era un incendio o una inmensa fogata. Bajo todo aquello podía alcanzar a escuchar un murmullo débil, cansado. Fled observó a Ari, el cabello castaño se derramaba sobre su frente y los ojos que tanto atemorizaban a Fled permanecían cerrados.
Se rascó la nuca y pensó que tal vez debería despertarla e ir a echar un vistazo al pueblo. Pero el recuerdo de Ari riñéndole por cualquier cosa lo hizo crisparse y casi al instante desistió de su idea de despertarla.
Faltarían unas cuantas horas para que despejara el día. El firmamento se encontraba ennegrecido, esculpido en las tinieblas de la oscuridad.
Cogió su capa gris y se la echó sobre los hombros sobre los hombros, todavía olía a restos de magia y suavizante por lo que resultaba embriagador tener algo que le recordara al Gremio en momentos como aquel.
Sus ojos cayeron sobre Ari una última vez y siguiendo su instinto se alejó en el más absoluto de los silencios sin decirle nada a la mercenaria. Aún no alcanzaba a entender qué veía el gremio en esa chica. Era obstinada y obtusa, si bien no dudaba de sus capacidades como asesina, no le gustaba compartir cada día a su lado y verse resguardado por una sombra.
Los pies de Fled no estaban acostumbrados a deambular por un camino estrecho repleto de guijarro. El viaje resultaba más penoso de lo que imaginó. Nunca pensó que el gremio lo tomará como un inepto que necesitaba la protección de la cazadora, aunque sus servicios eran algo requerido constantemente por los magos, Fled se consideraba capaz de resolver tal misión.
ESTÁS LEYENDO
El Gremio de las sombras
FantasíaLos tres reinos que conforman Ordea gozan de una paz inestable. El gremio de los magos ha luchado por la igualdad sin importar la condición de los ciudadanos, en tanto que el emperador se debate por excluir a quienes son diferentes. Cuenta con el ap...