La mosca volvió a chocarse contra el cristal. Otra vez. Y otra.
"Parece mentira que exista un ser más inútil que yo", pensó Axel mientras abría de nuevo la ventana empujando y haciendo mil señales al insecto para que encontrara la salida.
—Sal tu que puedes, jolín —dijo en voz alta.
De la nada escuchó una carcajada. Al levantar la mirada vio como alguien se ocultaba tras la cortina de la ventana de justo enfrente a la suya. Se ruborizó nada más darse cuenta de que la vecina acababa de escucharle hablando solo y de un impulso bajó la persiana para sumergirse de nuevo en su habitación. Llevándose por la duda de si se habría reído de él o de algo completamente ajeno, se dejó caer encima de la cama. A aquella hora de la tarde, las ganas de ser productivo se le habían pasado hacía rato y tampoco estaba como para salir al comedor a aguantar a su hermana y a su abuela. Lo único que le quedaba por hacer era contemplar como la vida pasaba mientras esperaba a que la cuarentena acabara cuánto antes.
Había llegado al punto que hasta estaba empezando a envidiar a sus padres. Ellos seguirían atrapados en algún país extranjero en medio de aquel viaje para intentar recomponer un matrimonio que estaba de capa caída desde que Axel había salido del armario haría ya tres años. La reacción de su madre había sido la que él esperaba: "¿Y a mí qué? Esto no cambia nada. Sigues siendo mi hijo". El mayor problema había sido su padre: "¿Esto lo haces para ligar más con chicas, verdad?". Meses más tarde, tras varias discusiones con su señora esposa y mil momentos incómodos, había sido él mismo quién le propuso pagarle parte de la masectomía. Fue un intento fallido de reconciliación. Axel sabía que lo hacía porque se lo había pedido su madre y porque esperaba que así todo volviera a la normalidad. Pero aquello no arregló nada y aquel hombre seguía sin haber entendido una pizca de lo que estaba pasando. Tampoco era culpa de Axel que la capacidad de comprensión de su padre fuera tan escasa. Y al menos ya no le llamaba por su nombre muerto, aquello era un logro.
La boba de la mosca ya había empezado otra vez a dar vueltas, esta vez alrededor de la lámpara del techo. No sabía si el tiempo que llevaba encerrado le estaba haciendo desvariar o lo estaba pensando de cachondeo, pero realmente hasta algo tan insignificante como aquella mosca le parecía más afortunada que él.
"Quien fuera Kafka para despertar mañana convertido en cucaracha aunque fuera".
No precisamente porque su vida no diera más de sí y no tuviera mejores cosas que hacer, sino por el simple hecho de poder salir a tomar el aire. Necesitaba que le diera el sol y andar hasta las ramblas para pedirse un bubolitas o, en el caso de que lo tuviera que hacer en forma de un insecto, poder bañarse en una terrina de helado hasta que dejara de sentir las piernas por el frío. Aunque lo cierto era que aunque saliera a la calle, todos los lugares estarían cerrados mientras durara la cuarentena y tampoco parecía que el sol se estuviera dejando ver aquel día... Pero al menos estaría entre algo distinto a aquellas cuatro paredes.
Durante la cena el presidente estaba en medio de otra de sus comparecencias en televisión y, para variar, estaba repitiendo lo mismo: que había que frenar la enfermedad, que el número de infectados seguía aumentando, que los sanitarios lo estaban dando todo, que estos días próximos iban a ser más duros...
—Que pesado que eres, Perro Sánchez —gritó la abuela al televisor.
Desde que tenía uso de razón, Axel no recordaba ni un solo día en el que su abuela se hubiera puesto enferma pero a ratos dudaba de si decía las cosas en broma o si estaba empezando a presentar símptomas de demencia senil y tenía que empezar a preocuparse.
—No te escucha yaya. Lo sabes, ¿no? —dijo Mel riéndose.
—Y suerte tiene que no me escucha —le contestó—. Lo que daría para no escucharle yo a él tampoco.
Axel apagó la tele. No quería saber nada más de lo que sucediera en el exterior hasta que no anunciaran que todo había vuelto a la normalidad o, en su defecto, que aquella última semana había sido todo un sueño un poco más largo de lo normal.
—Gracias —dijeron las dos a la vez cuando el salón quedó en silencio.
—¿Sabéis que me ha pasado hoy? —les preguntó él para hablar de cualquier otra cosa.
—Como lo vamos a saber, si no sales de la habitación— le respondió Mel.
—Ja, ja —dijo él sarcástico.
—Bueno, dinos que te ha pasado. Por alguien de nosotros alque le pasan cosas encerrado en casa,... —insistió.
Axel dejó los cubiertos encima de la mesa y carraspeó como si lo que fuera a decir tuviera un gran interés general, aunque él estaba convencido de que no lo tenía.
—Pues estaba intentando echar por al ventana a una mosca que se había colado hacía un rato y no paraba de molestarme. Así que le he empezado a gritar para que saliera y de golpe he escuchado como alguien se reía —sentía que se estaba ruborizando solo de recordarlo—. ¡La vecina me ha visto hablando solo! No pasaba tanta vergüenza desde que salí a hacer la compra y le tuve que pedir a una señora que iba cargada de papel higiénico que me diera un paquete porque sino no teníamos nada con que limpiarnos en casa...
—Espera, espera —intervino de golpe Mel—. ¿Estás hablando de la vecina cuya ventana está justo delante de la tuya? ¿La del patio de luces?
—Sí, esa misma.
—Esa chica es demasiada guapa para ti, ni lo intentes.
—¿Qué tiene que ver eso? ¿Por qué iba a querer intentar algo con ella? Si ni siqueira la he visto —exclamó. Se quedó un rato recapacitando antes de seguir—. ¿Y cómo sabes como es? ¿La conoces?
Su abuela se estaba riendo disimuladamente mientras ellos hablaban. Parecía que estaba disfrutando aquella situación.
—O sea, me estás diciendo que llevas 19 años viviendo en ese cuarto y no sabes ni quién vive en la ventana de enfrente.
—Perdona si nunca en toda mi vida he tenido la necesidad de cotillear quien vive en cada piso de este bloque.
—Me meo cuando te pones tan nervioso— dijo Mel descojonándose.
Su hermana lo estaba haciendo adrede y él lo sabía. Era justo lo que cabía esperar de una niña en plena edad del pavo que disfrutaba molestando a su hermano mayor, pero Axel dejó que se cachondeara un rato más.
De nuevo en su habitación, ignoró los mensajes de sus amigas como si de las notificaciones de Grindr se trataran. No había tocado el móvil en todo el día y aunque ellas dijeran que se echaban de menos, nunca se ponían de acuerdo para llamarse. Por una vez que él tardara en contestarles, no pasaría nada.
Axel se dirigió a la ventana y abrió la persiana. Ni se le pasó por la cabeza que aquello rozaba el acoso. Le podía la curiosidad por saber si su hermana de verdad sabía quién vivía allí o todo formaba parte de la burla de antes. Aunque, de ser cierto lo que había dicho su hermana, ¿hubiera cambiado algo en esos días de confinamiento? Seguramente, a partir de aquel momento, solo le costaría más mantener la ventana abierta cuando estuviera haciendo cualquier cosa. Más que nada porque conocería la cara de la persona que le podría estar viendo.
El patio de luces a penas estaba iluminado por alguna que otra ventana abierta, incluida la de enfrente. Desde donde Axel la estaba viendo, parecía que la chica estaba sentada de lado en una silla con la cabeza apoyada en el borde lateral. Tenía un brazo fuera con el que sujetaba un cigarro cuyo humo se desvanecía tras el leve resplandor de unos leds morados.
Él entrecerró los ojos para intentar descifrar sus facciones y ella se lo quedó mirando fijamente.
—¿Que miras? —le preguntó la vecina.
Y Axel volvió a desear ser una mosca para escapar de la situación
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Tampoco es el fin del mundo (de momento)
Teen FictionDespués de casi una semana sin poder salir de casa, Axel busca la manera evadirse de las paredes que le rodean. Una pandemia golpea al mundo, pero este no es su problema.