CAPÍTULO I

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Pequeñas motas de polvo se proyectaban en el débil rayo de sol que se colaba por una de las ventanas del carruaje. Mantenía mi cabeza apoyada en ella, y, aunque los desniveles del terreno provocaran que esta se golpeara constantemente contra el cristal, me había mantenido en esa posición más de dos horas. Mi mente iba y venía a toda velocidad alrededor de las últimas cartas de mi padre, aún no sabía la razón por la cual, tras años de haberme mantenido en una villa apartada, rodeada de criadas y mi institutriz; ahora me mandaba llamar con urgencia y forzaba mi traslado a su palacio.

A penas recordaba vagamente como era el palacio de invierno del conde Grant. Recordaba haberlo visitado un par de veces cuando era niña. Pero tras la muerte de mi madre cuando tenía 9 años, Ewan Grant había mandado a su hija a vivir lo más lejos posible de él, a una villa apartada al sur de Delania, para diez años después hacerla volver al corazón de Maldea sin motivo aparente.

No podía evitar el temblor de mi pierna o los constantes sudores fríos, hacía años que no volvía a mi tierra natal y que no veía a ningún miembro de mi familia o de mi antigua vida. Era normal que los maldeanos sintieran un profundo rechazo a todo lo relacionado con Delania, y eso me llevaba torturando varias horas. Aunque por nacimiento era maldeana mi madre había sido delaniana , y yo llevaba años sin pisar mi tierra natal. Mis modales y costumbres eran una mezcla entre ambos reinos, y al final no pertenecía a ninguno, y eso me entristecía. Normalmente en las tardes solitarias pensaba en que no tenía un hogar, ni pertenecía a ningún sitio y peor aún, no tenía a penas vínculos afectivos con nadie, tenía una vida demasiado solitaria.

El viaje había sido tranquilo y silencioso, lo que me hizo sospechar que mi padre había solicitado un traslado de lo más discreto, otro motivo para sentir inquietud. A parte del conductor del carruaje, solo me acompañaba mi dama de compañía Iona, que ahora dormía emitiendo leves silbidos. Nos conocíamos desde hace un par de años, y era lo más parecido a una amiga que había tenido desde que mamá murió. Iona era cuatro años mayor que yo, tenía el cabello rubio por debajo del pecho y los ojos claros, toda una belleza delaniana. En cambio yo poseía unos rasgos más exóticos, no es que me desagradaran, pero tampoco me hacían sentirme bella, poseía la aceptada figura fina y delgada que la sociedad delaniana esperaba para una señorita, en cambio mi cabello era totalmente oscuro, casi negro y mis ojos eran verdes. Aunque realmente, nunca me había preocupado demasiado ser considerada una mujer hermosa, supongo que es consecuencia de mi aislada y solitaria vida, y mi despreocupación respecto al tema del matrimonio y formar una familia.

A pesar de ser lo que se espera de una mujer joven, mis planes por el momento eran abandonar mi pequeña jaula de oro para buscar un trabajo y una vivienda por mi cuenta. Mi institutriz se había esmerado mucho en mi educación y aparte de saber hablar con fluidez cuatro idiomas, era buena con las matemáticas y las ciencias, tal vez incluso, me planteara en algún momento cursar una carrera universitaria.

Salí de mi ensoñación cuando el carruaje dio una brusca sacudida y frenó, Iona se despertó bruscamente y se irguió en su asiento, alerta.

Después de un minuto sin ningún movimiento, estaba comenzando a inquietarme, el sol casi se había escondido y circulábamos por caminos poco transitados.
Mi mente fantasiosa vagaba constantemente hacia leyendas y mitos. Sobretodo los de brujas y criaturas fantásticas habitando los bosques de Maldea. Ocultos y acechando en las sombras, esperando el momento justo para alzarse y recuperar sus tierras, perdidas a manos de los humanos muchos años atrás.
Si bien sabía que en algunos reinos como Delania , un pequeño grupo de personas dominaban alguna forma ligera de magia.
Me sobresalté al escuchar dos golpes en mi ventanilla, detrás, un hombre unos años mayor que yo trataba de decirme algo, así que tras un profundo suspiro, y aparentando valentía salí del carruaje.

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