Un débil rayo de sol se colaba entre las cortinas de la habitación, iluminándola débilmente. Siempre me había costado conciliar el sueño, no dormía más de cinco o seis horas al día, pero ya era costumbre.
Decidí salir de la cama y asearme. Elegí un vestido verde sencillo y dejé mi largo cabello negro suelto, sabía que dejarlo suelto no era lo "adecuado" para alguien de la alta sociedad, las etiquetas preferían un moño bajo o un peinado elaborado, pero me parecía una perdida de tiempo elaborar un peinado, para no salir de palacio.
Una vez tuve un aspecto presentable salí al pasillo, no eran más de las ocho de la mañana por lo que habría poca gente despierta.
Cuando llegué al enorme comedor vi a padre sentado en la mesa de caoba, tomando un café y leyendo muy concentrado alguna carta.
Me aclaré la garganta para avisar de mi presencia y di los buenos días, padre me miró durante algunos segundos, parecía sorprendido y sin saber qué decir, pero le duró poco.
-Buenos días Aileen, espero que la habitación sea de tu agrado y hayas dormido bien.
-Sí, gracias. -No sabía que más decir, qué se supone que le dices a alguien a quien no ves en diez años, que a penas ha intercambiado correspondencia contigo, y te había mandado lejos y sola en el momento más duro de tu vida. Cuando madre murió y me mudé a Delania, pasé los primeros meses encerrada en mi habitación, haciendo un luto silencioso, no fue hasta que mi tía Amelie, la hermana pequeña de padre, me visitó, y decidí volver a hablar. Ella era muy diferente a todo el mundo, no estaba casada, había visitado numerosos reinos y no tenía hijos.
-Ordena lo que quieras de desayuno.
Estaba claro que el Conde Rushforth no iba a decir nada más, nada que le hiciera parecerse a un padre. Así que pedí simplemente un té y lo terminé lo antes posible, la situación me resultaba de lo más incómoda y no quería permanecer más tiempo en esa habitación.
Cuando acabé fui a despertar a Iona, desde luego ella no tenía ningún problema para conciliar el sueño, y podría pasarse horas y horas dormida. La envidiaba por ello.
-Eh, Iona- la moví suavemente pero no se inmutó, así que la pincé la nariz y la llame con un todo de voz más elevado. Esta vez funcionó.
-¿Qué pasa Aileen, qué hora es?
-Las nueve de la mañana, rápido, vístete y desayuna, que tenemos que salir a explotar el castillo- la verdad es que eso me causaba una gran emoción, hacía años que no venía y este palacio siempre había ocultado secretos.
-¿Cómo es posible que tengas tanta energía desde que te despiertas?- reí mientras la pobre Iona tropezaba al levantarse rápido de la cama.
-Ya sabes que yo a penas duermo, hay demasiadas cosas que hacer. Te esperaré en mis aposentos, ve cuando estés lista. Están al final del pasillo.Una hora después caminábamos por los alrededores del palacio, viendo a la gente ir y venir.
Ya la había hecho un tour por los salones, las cocinas y el laberinto del jardín. Me sorprendía lo mucho que habían cambiado las cosas desde la última vez que había vivido allí.
Ahora había al menos unos veinte guardias que vigilaban las distintas entradas del castillo, y eso era cuanto menos extraño, ya que su padre no tenía enemigos declarados como para aumentar tanto la seguridad.
-Iona, mira, los establos, ¿quieres montar un rato?
Suspiró, más bien bufó, sabía perfectamente que Iona no era partidaria de la equitación, sobretodo porque el verano pasado se había caído montando y no había podido mover su brazo izquierdo en dos meses. Aunque me había dado lástima por ella, no pude evitar pasar esos meses riéndome de sus intentos de hacer todo con una sola mano.
Iona me miró con miedo.
-Tranquila, solo bromeaba, voy a montar yo sola, de acuerdo? Tú espérame por aquí. -pude ver el alivio reflejado en sus ojos. -Aileen, voy a dar una vuelta por el jardín y luego iré a mis aposentos, cuando termines, sabes dónde buscarme.Me dirigí con paso seguro hacia los establos, por suerte, la mayoría de mis vestidos facilitaban mi movilidad, siempre mandaba que me los confeccionaran de esa manera, no demasiado ajustados como para impedir la movilidad, pero sí lo suficiente como para darle ese toque femenino. Sujeté mi cabello con una cinta en una cola alta.
Cuando entré un par de mozos de escuadra fijaron su vista en mí, uno debía de rondar los sesenta años, y el otro tener más o menos mi edad.
-Buenos días caballeros, ¿hay algún caballo disponible en el que pueda montar? Preferentemente que sea joven.
-Pero...señorita Rushforth, ¿está usted segura? Si necesita ir a algún sitio, podemos prepararla un carruaje.
-No, tranquilo, solo monto por...diversión. Entonces... ¿hay algún caballo?
El más joven me señaló una yegua no muy alta, supuse que le asustaba ver a una "señorita" montar
-Esa de ahí está muy bien domada, tiene diez años, y no tiene dueño, o sea su padre es el dueño, ningún guardia quiero decir ¿Le vale?
-Sí, gracias.
-Bien, pues su equitación está en la cuadra, cuando acabe puede dejarlo en el mismo sitio. ¿Le ha pedido permiso a su padre para estar aquí?
-Deberían dejar atrás la idea de que una mujer necesita el permiso de un hombre para cada paso que dé.
Pude ver al joven sonrojarse violentamente y al anciano sonreír de forma disimulada, le había hecho gracia mi arrebato de valentía.
-Por... supuesto señorita... disculpe mi atrevimiento.
-No se disculpe, solo corríjalo.
Y me dirigí a la cuadra
No era una yegua común, el tono de su pelaje era de color caramelo y su altura media, aunque un porte muy musculoso, decidió que a partir de ese momento, se la adjudicaría como suya.
Colocó la montura y ajustó los estribos a su altura ya que la persona que la había montado antes era muchísimo más alta que ella. Se subió con un ágil de movimiento ante la atenta mirada de los mozos y salió al trote del establo.

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Libro #1
FantastikAileen Rushforth ha pasado los últimos diez años de su vida aislada en una villa, pero, cuando su padre, el conde Rushforth la llama con urgencia y le hace volver a Maltea, su tierra natal, por motivos desconocidos, tendrá que adaptarse a su nueva...