XI

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Al día siguiente, la resaca prácticamente me mataba. Pero desfortunadamente (¿O afortunadamente? No podía decidirlo) recordaba bastante claro todo lo de la noche anterior: Martina, Lena... el beso...

Siendo sincera, no me arrepentía de eso. De hecho, me había gustado... y no estoy tan segura de que la borrachera haya tenido toda la culpa de lo sucedido.
Aunque sí que me dio el coraje necesario para hacerlo.

Lamentablemente, el hecho de que me haya gustado no quita que yo moriría por estar con Martina y hacerla tan feliz como ese gallego mentiroso la hacía.

--¡Ma! ¿Vos tenés mi remera blanca con flecos? --dijo Roma sacándome de mis pensamientos
--¡Ay, amor, hablá más bajo! ¿No ves que estoy hecha percha? --le dije yo todavía tirada en mi cama mientras me masajeaba las sienes. Roma giró los ojos justo como yo lo hago.

Eso me trajo otro recuerdo de la noche anterior, cuando Lena me giró los ojos y yo me reí sola porque se parecía a mí. Por ahí tenemos más en común de lo que creo, empezando por Martina.

--¿Qué te pasa, ma? --dijo Roma mirándome extrañada
--¿Qué me pasa con qué? --dije yo prácticamente en un susurro, tratando de evitar que se intensifique mi dolor de cabeza
--Te quedaste como embobada ¿En qué pensabas?
--¿Eh? No, nada. Me duele la cabeza, por eso será. Eh... tu remera no la tengo yo, no. --le respondí sin pensar mucho en mi respuesta, Roma desvió la mirada y se dirigió a la silla ubicada en el rincón, de donde saca la remera de la que estaba hablando
--Ajá --dice sarcásticamente mientras me la sacude en la cara--. Estás re en otra vos ¿Eh?

Dicho esto se va, cosa que yo agradezco porque necesitaba silencio.
Un mensaje en mi celular interrumpe la poca paz que había logrado por unos segundos. Lo agarro enojada para silenciarlo, pero al ver que el mensaje es un audio de Martina enviado a nuestro grupo, dudé un poco. Claramente podría ser alguna boludez de las que Martina nos cuenta siempre, pero... sus boludeces siempre me parecieron importantes.
Decidí reproducirlo:
"Chicas, aparentemente ya hay fecha para mi juicio" la voz de Martina sonaba cansada y desesperanzada, prácticamente irreconocible "esto está yendo muchísimo más rápido de lo que cualquiera podría preveer. Por suerte con Emilia tenemos una re buena defensa. Por ahí les pida a ustedes que declaren, porque pueden afirmar que yo estaba con ustedes cuando asesinaron a Fausto y eso ayudaría una locura a mi coartada, porque no hay cámaras que la respalden, así que avísenme si estarían dispuestas. Beso"

La angustia apresó mi cuerpo. No había caído en lo peligroso que era todo esto hasta ahora. Martina podía ir presa, podía ir presa posta. Todo era una locura.
Una lágrima rebelde me cayó por la mejilla, pero me la limpié rápidamente.
Ahora todo el rollo de mi amor por Martina y mi beso con Lena parecía una estupidez del tamaño de una casa.

Decidí ir a lo Martina a pesar de que todo mi cuerpo me pedía quedarme descansando.
--Salgo un rato --le avisé a Roma mientras abría la puerta
--¿Vas a salir así? ¿Con esa resaca? --interrogó mi hija
--Es importante --me excusé para luego cerrar la puerta sin esperar a una respuesta.
Era importante. Martina me necesitaba.

--¿Qué hacés acá? --dijo Martina con un deje de mala onda cuando me abrió la puerta.
Seguía con su típico pijama amarillo puesto y aún tenía el maquillaje de la noche anterior (todo corrido)
--Escuché tu audio. Vine a hacerte compañía --respondí, tratando de disimular la puntada de dolor que su voz me había provocado en la cabeza. Le di un beso en la mejilla que ella no rechazó, sin embargo no acompañó al saludo. Estaba rara. Me metí en la casa sin esperar a que me dejara pasar y me senté en el sillón, ella se quedó parada.
--Hubieras mandado mensaje --dijo
--Sí, qué sé yo, colgué ¿Querés que me vaya? --dije, hartándome rápidamente de esa actitud y deseando tomarme alguna pastilla para el dolor
--Hace como quieras --respondió ella, totalmente indiferente
--Bue, me voy --dije, intentando mantener mi orgullo intacto.
Me dirigí a la puerta y agarré con fuerza el picaporte...
--Paula --murmuró Martina suavemente, me di vuelta. Ella seguía parada a varios metros de mí, pero podía ver sus ojos vidriosos-- ¿Vas a declarar? En el juicio, digo.
--Por supuesto que voy a declarar ¿Qué es esa pregunta? --dije un tanto brusco, ya que para mí era lo más obvio del mundo que iba a darle mi apoyo. Martina se encogió de hombros
--Para saber, qué sé yo. Ya te podés ir... si querés --prácticamente no me miraba a los ojos. Suspiré nerviosa y puse los ojos en blanco antes de decir lo que estaba a punto de decir, dejar de lado el orgullo no era lo mio
--Yo... no quiero irme --dije muy bajito evitando su mirada. Y una parte de mí deseaba que ella no lo haya oído
--Nunca tuve tanto miedo en mi vida, y... yo tampoco quiero que te vayas --sonreí, sabía que para ella tampoco ers fácil dejar de lado el orgullo.
Sin embargo, dejar de lado del orgullo era lo único que hacía falta.



Pautina - Solo me gustás vosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora