El castigo del hombre sin tierras

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El solo podía ver como su culo se contoneaba de un lado hacia el otro, envuelto en una apretada falda negra que, a pesar de ser sobria, no dejaba demasiado a la imaginación. Es más, si ella seguía inclinándose, tal y como lo estaba haciendo, estaba seguro que su falda terminaría revelando parte de sus nalgas, dando un espectáculo al grupo de personas que se encontraban en aquel recinto. Debajo de esas intrincadas curvas, se asomaban un par de turgentes piernas, que se encontraban flexionadas, apoyadas encima de la silla. Uno de los pies de ella se encontraba completamente desnudo, mostrando una infantil pintura de uñas negra, mientras que el otro, jugueteaba con el zapato de tacón, al punto de dejarlo caer. Todo aquel sugerente cuadro era coronado por una mata de cabello, pesado y brillante, que estaba, descuidadamente, sostenido por un precario peinado alto. En resumen, ella era un maldito cuadro que, claro está, atraía la atención de cualquiera que estuviera dispuesto a ver. ¿Acaso lo hacia a propósito? ¿Acaso se reía de las pasiones que levantaba al arquear un poco más su espalda, deslizándose por la mesa? ¿Le gustaba levantar suspiros ante la volátil imaginación de los hombres? No, el la conocía bien y, también, se conocía lo suficiente como para darse cuenta que su mente comenzaba a traicionarlo.

Prusia soltó un pequeño bufido, al mismo tiempo que se recargaba, un poco más, en el respaldo de la silla. Sus ojos seguían fijos en la escena frente el, o, mas bien, en una mujer en especial. (T/N) se encontraba sobre Bélgica, como otras tantas chicas, quien parecía mostrarle, a todas, algo en su celular. Reían y cuchicheaban entre ellas, en voz baja, tratando de llamar, lo menos posible, la atención, aunque, al final, terminaban haciendo todo lo contrario. Muchos parecían tener, al menos, una pizca de atención sobre aquel grupo de féminas, porque, al fin y al cabo, siempre eran interesante, por mucho que quisieran negarlo. Aun así, podía ver como mas de uno tenia la vista fija, solamente, en (T/N), como si fuera lo único que importaba. El, como hombre, no se los reprocharía, mierda que no, pero tampoco es como si fuera a permitirlo.

Una ahogada risilla lo trajo de nuevo a aquel plano, el real, uno donde debía dejar de lado la fantasía de ser dueño momentáneo de un cuerpo ajeno. Observo como las mujercitas reían y se miraban de manera cómplice, como si alguna había lanzado un comentario de lo mas afortunado para el momento. Varias chistaban, instando a sus compañeras a guardar silencio, para no interrumpir el aura de paz de aquel pequeño receso.

—Ah, me pregunto qué es lo que las tiene tan entretenidas— la suave voz de Francia, a su lado, hizo que Prusia arqueara una de sus cejas.

—Quien sabe— musito, de manera queda, al mismo tiempo que elevaba una de sus manos, hasta debajo de su barbilla. Allí, froto su marcado mentón, sin quitarle los ojos a las caderas de su principal atracción. Quizás estaba siendo demasiado obsesivo, quizás no debería ser tan evidente, aun mas, cuando se trataba de una de las hijas de España. ¿Arriesgaría, el, años de amistad por una atractiva mujer? Mierda que sí, pero, por un segundo, le hizo un poco de caso a la vocecita que le instaba a apartar la mirada de esas curvas perfectas y lo agradeció. Cuando desvió la mirada, pudo notar como Estados Unidos, tenia la mirada fija en (T/N) y eso lo hizo tensar su mandíbula. Aquel mocoso tenia sus ojos turbados en lujuria, en deseo, contrastando con lo puros que se veían sus orbes color cielo. La quería, lo sabía. El niño rubio se acomodaba el traje, y tragaba repetidas veces, mientras trataba de hacer su cuerpo mas amplio. Parecía dispuesto a enfrentarse con un peligroso animal, peor no se burlaría, porque, Gilbert sabia, no había bestia mas indomable que una mujer consciente de si misma.

No. Le había llevado demasiado tiempo poder tenerla un par de veces en su cama, o sobre cualquier otra superficie, de manera furtiva. No dejaría que ella lo olvidara tan fácilmente por un niño bonito.

Se incorporo con rapidez de su asiento, al mismo tiempo que inspiraba. Alfred podría ser la primera potencia mundial, pero el, él tenía años de galantería encima, que solo se adquirían cuando eras tan viejo como el cristianismo. Mientras marchaba de manera rauda, se arreglaba sus guantes negros, sabiendo cuanto es que le gustaban a (T/N). Podía sentir variadas miradas sobre si y pudo notar, por el rabillo del ojo, como el mocoso rubio, se quedaba estático, apenas habiéndose incorporado de la silla. No había necesidad de más, él le demostraría que no, se lo demostraría a todos. Nadie debía hacer el esfuerzo para caminar mas allá, porque el ocupaba ese lugar que tanto anhelaban. Se detuvo, entonces, y también lo hizo la animada charla de las mujeres, quienes lo observaron de manera fija, casi juzgándolo por romper aquel momento de chicas.

—Señoritas, ignórenme, solo necesito a (T/N), por un momento— manifestó, mientras esbozaba su torcida sonrisa y elevaba sus palmas, dando a entender que no era una amenaza. De inmediato, las representaciones femeninas, voltearon a ver a la susodicha y esta termino por arrodillarse en su asiento. (T/N) lo observaba, quizás con algo de aprehensión, pero su atención ahora estaba en él, tal y como lo había deseado. Luego de un pequeño carraspeo, las demás voltearon entre sí, probablemente retomando el punto de su susurrada conversación, aunque Gilbert sentía, estaban demasiado atentas.

—¿Pasa algo?— inquirió la muchacha, el mismo tiempo que elevaba una de sus cejas, en señal clara de confusión. No la iba a culpar, pocas veces eran las que interactuaban en público, pero eso se acabaría hoy. Prusia soltó un bufido y se inclinó sobre la mujer. Vio como esta arqueaba sus cejas y como su cuerpo se tensaba, pero poco le importaba. De inmediato, la rodeo con su brazo y tomo ambas muñecas de ella, envolviéndolas con sus manos enguantadas. Sin siquiera pensarlo, dejo sus labios pegados al oído ajeno mas cercano y pudo sentir el perfume que ella cargaba. Le encantaba.

—Por si no te has percatado, schönheit, tienes a, literalmente, los ojos de medio mundo pegado a tu trasero— gruño, en voz baja, tratando de que fuera lo mas posible, para que nadie mas que ella lo escuchara—. Así que se malditamente buena y...

—¿Tú también has estado mirando?— la pregunta de (T/N) le sorprendió un poco, pero sobre todo el tono que había utilizado. No podía verla, pero estaba seguro que sonreía con burla. Aquello le hizo tensar su mandíbula.

—Se buena niña y bájate esa falda— siguió, intentando aclarar sus pensamientos. La pequeña jugarreta de la mujer o había estremecido. ¿Acaso ese había sido el objetivo? Si lo era, lo había logrado. Aun así, claro está, no se iba a dejar ganar por la libido de una jovencita. El era mucho mas que eso. Mordió, suavemente, el oído de esta, escuchando como un jadeo se ahogaba entre los labios ajenos—. No me hagas llevarte a casa y castigarte— susurro, de manera ronca. Sin más, se alejó de ella, viendo como la mujer lo observaba, con sus mejillas sonrosadas. Aquella escena lo hizo sonreír, mostrando sus afilados dientes, luego de arquear un poco sus cejas, todo en un gesto más que altanero.

Prusia no dejo que ella respondiera y simplemente se giró, encaminándose, nuevamente hacia su asiento. Notaba el rostro espantado de Francia, que, pronto, se convirtió en uno de curiosidad. Sabia que querría enterarse de todo, era un pequeño precio que debía pagar, pero nada como ver el rostro serio de Estados Unidos, al pasar. El mocoso había creído que podría jugar contra él, que equivocado estaba. Cuando apenas se sentó en su correspondiente lugar, levanto la vista, encontrándose con los ojos e (T/N), quien lo observaba de manera abrasante. Ella no se había movido, señal de que, sin duda, la había cautivado. No pudo, entonces, mas que sonreír, notando como ella le devolvía el gesto y en un acto total de rebeldía, volvía a deslizarse encima de la mesa, arqueando aun mas su espalda, retomando, exactamente, la postura que el dijo que debía abandonar.

—Ah, maldita sea— gruño, sin poder evitarlo, notando un pequeño contoneo de caderas. ¿Acaso creía poder detenerla? No, pero ella tampoco podría hacerlo. 

Los amantes de AfroditaWhere stories live. Discover now