Con cada escalón que la veía bajar, Romano sentía como su estomago se estrujaba, al mismo tiempo que su cadera baja sufría placenteros cosquilleos, nada convenientes ante la situación que estaba viviendo. Sus ojos se encontraban pegados a aquel glorioso cuerpo que, en alguna ocasión, cuando había abundando el alcohol en sus venas, había sido suyo. Aun así, el siempre veía el cuerpo de (T/N), de reojo, a escondidas, siendo muy cuidadoso, puesto que no quería levantar algún tipo de polémica en esos malditos foros de Internet. Se había vuelto un experto en apreciarla a la distancia, en usar su vista periférica para ahondar un poco en el escote de las pulcras camisas que ella solía llevar; pero esta vez era diferente. Esta vez, ella no estaba envuelta en una aburrida ropa de oficinista, ni tampoco en aquellos looks despreocupados de entrecasa, no. Esta vez, ella se había vestido para matar, o, mejor dicho, para amar, tal y como lo había hecho con él. (T/N) lucia aquel mismo y despampanante vestido de aquella noche. Aquella prenda demasiado corta, era de lo más cómoda para levantar o correr, revelando la ropa interior, probablemente de encaje, que ella llevara debajo. La tela llena de pedrería, hacía que cualquier tipo de luces se vieran reflejadas, convirtiéndola en un blanco fácil. El gran escote de escandalo solo permitía un acceso más libre a los senos de la mujer que, como nunca, se veían y lo hacían, apetitosos, casi pidiendo a gritos una palma que pudiera abarcarlos del todo. Lo sabía. Romano no estaba desvariando, no estaba magnificando la situación, no. Simplemente pensaba que cualquiera podría hacer lo que él ya había hecho y le enfermaba.
No fue hasta que ella comenzó a girar frente a él, cuando se dio cuenta que se la había estado comiendo con la mirada, pasando de ser tan "cuidadoso", como había alardeado. Con aquel accionar (T/N) le estaba mostrando su vestido y, a su vez, dejaba entrever mas carne de sus suaves muslos. Inconscientemente, su vista intento captar más allá de lo permitido, hasta que ella se detuvo. La mujer se veía radiante y su sonrisa era tan deslumbrante que podía competir con el mismísimo vestido.
—¿Y bien?— inquirió, rompiendo el silencio que se había generado en la sala y Romano no supo que decir. ¿Y bien qué? ¿Qué debía contestar? ¿Qué deseaba volver a repetir aquella noche? Ahora seria, definitivamente, mucho mejor, puesto que ambos estarían en sus cabales y no seria solo el quien, en la mañana siguiente lo recordara todo, mientras sufría una maldita resaca. ¿Seria coherente decir que aquella tela no era demasiado noble, puesto que su pedrería raspaba al tacto? ¿Preguntaría, acaso, si llevaba unas bragas a juego con la prenda estrella? O, mejor aún, ¿había algún tipo de sostén debajo de aquel vestido? La ultima vez no lo había notado. Usualmente el era alguien que disfrutaba de la moda y era demasiado crítico, ahora su mente no podía más que producir imágenes demasiadas subidas de tono.
Finalmente, y tratando de salir de su trance, elevo su mano, justo hacia su barbilla. Allí rasco su incipiente barba, al mismo tiempo que fijaba sus ojos en el rostro de la mujer, quien esperaba, ansiosa.
—No saldrás con ese atuendo— sentencio, con su voz ronca, debido a que no la había utilizado por bastante tiempo. Arqueo sus cejas, mientras soltaba un bufido por su nariz, todo para dar un aspecto un poco mas duro del que solía tener. De inmediato, noto como la sonrisa de la mujer se desvanecía y su rostro adquiría un gesto indignado, que mas que causarle lastimo, solo hizo que miedo aflorara en su interior. Sabia muy bien como es que era una latina enojada.
—¿De que estas hablando, Romano?— mascullo la mujer, mientras arqueaba una de sus cejas. Realmente sabía muy bien a que se estaba refiriendo, solo se lo preguntaba de nuevo, para verificar si tenía las pelotas necesarias como para decirlo de nuevo.
—Maldición, (T/N), ¿te has visto...
—¡Claro que sí! ¡Y me veo genial!— exclamo, al mismo tiempo que clavaba sus uñas en sus palmas. No sabia que era lo que mas le generaba ira, si las frases ajenas o bien su postura despatarrada sobre el sofá. O, bien, que se veía demasiado seductor con la camisa algo abierta, dejando entrever su clavícula.
—¡Si, pero para una fiesta como las de Estados Unidos!— dijo, con aspereza. Trataba de que sus ojos no se apartaran del rostro de la mujer, porque, sabia, podía terminar todo muy mal—. Iremos a una cena con Antonio, no a una fiesta por toda Ibiza— comento, elevando un poco las comisuras de sus labios, al notar como ella desviaba la vista. Había dado en el punto.
—¡Mi padre...!
—Tu padre nos mataría a ambos si te ve así en su propia casa— corto en seco, pensando en el rostro que pondría el mayor. Soltó un suspiro al pensar en las consecuencias—. A ti te encerraría en el convento y a mí me colgaría de las pelotas. Así que ve a cambiarte y no bajes hasta que tengas puesto algo más decente— dijo, luego de chasquear un par de veces, sus dedos—. Te esperare un poco mas por si quieres darles a tus seguidores de Instagram, una foto— ofreció, sintiéndose generoso.
—No, no lo hare, ¡ya soy una mujer y...!— comenzó, (T/N), dispuesta a seguir discutiendo aquella ridiculez.
—Lo sé, ragazza, por eso lo hago— atajo, de inmediato, el otro, con extraña solemnidad—. Ve a cambiarte.
Y, por un momento, compartieron miradas, midiéndose el uno al otro, pero, pasados unos segundos, ella golpeo el suelo con sus tacones. Tenía la mandíbula tensa, pero se giró, encaminándose, de nuevo a la escalera.
—¡Odio cuando te pones así, Romano, maldito hombre!— grito, para que el la escuchara.
—¡Si no lo hiciera también te enojaras, ragazza!— exclamo, para que ella lo escuchara. Rápidamente aprovecho a delinear la figura ajena, aumentando sus fantasías. La espalda baja del vestido le permitía una deliciosa vista de aquel lienzo de tersa tez, pero poco podía hacer eso en comparación de aquellas nalgas que se asomaban, casi de manera tímida, a través de los pocos pliegues de la prenda. De inmediato, su mente le jugo una de sus tantas malas pasadas, recordándole aquella noche cuando, en medio de una celebración la había apartado torpemente. El rincón estaba oscuro, y aun hoy no podía recordar donde es que los había metido. Ella estaba de espalda, con su torso y rostro pegado a la pared, con sus piernas algo abiertas. Recuerda que aquel maldito vestido de pedrería aun reflectaba cualquier mínima luz y parecían gotas de agua cuando había comenzado a embestirla. Recordar el gemido de ella hizo que sus cabellos de su nuca se erizaran.
Lovino soltó un suspiro, al mismo tiempo que tiraba su cabeza hacia atrás. Debía dejar de pensar esas mierdas o tendría una erección y nada bueno salía de eso. Saco su celular, solo para mantenerse distraído unos momentos. Contesto algunos mensajes y toco el icono de Instagram, notando como la aplicación se abría. De inmediato, el primer post que le salto, hizo que su corazón se acelerara. Allí, frente a él, se encontraba una rápida pero esplendorosa foto de (T/N) en aquel vestido.
>>¡Esperando que funcione!
Lovino sonrió, sin poder evitarlo, mientras maldecía. Había sido un idiota.
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Los amantes de Afrodita
FanfictionPequeños escritos que surgen a partir de una frase. Me obligo a escribir.