El deseo en puerto portugués

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La sexualidad, era, netamente, masculina. Aquel ámbito del cuerpo, estaba reservado para los hombres, los cuales, claro está, hacían alarde de ellos. Dese el primer momento, se los preparaba para una vida llena de mujeres y se les indicaba que, si no, no eran los suficientemente hombres. Algunos, los mas astutos, estudiaban poesía, lirica, para endulzar los oídos de sus amantes y mantenerlas contentas, como si de un consuelo se tratase; otros, simplemente, no le tomaban importancia a esas tonterías que habían surgido hace pocos siglos. Aun así, daba igual, esos sujetos siempre parecían encontrar a alguna compañera que, al final, terminaba recibiéndolos, con los brazos abiertos. Los hombres podían hablar cuanto quisieran de las mujeres, señalando sus escotes o toqueteándolas debajo de sus amplias faldas. Se reirían escandalosamente, gritando a viva voz que a todas les faltaban una buena polla y que ellos eran los indicados. En esto último, daba igual lo instruido que estuvieran, los hombres eran iguales. Todos se creían lo suficiente como para satisfacer a una mujer. Harían alarde de las longitudes de sus miembros, se los señalarían. Era tanto su adoración por aquella parte que, hasta, en algún momento, llegaron a colocar espantosos adornos allí, que abultaban mas la zona. Luego, como si nada hubiera pasado, seguirían hablando de los temas que, en su momento era concernientes.

Así era su sexualidad, estruendosa, bizarra, a viva voz.

En cambio, la mujer no podía, siquiera, nombrarla. Era algo latente, estaba vivo debajo de las faldas de las vírgenes y las señoras, pero se mantenía oculto y, si no era así, su dignidad y valor pasaría a ser equivalente a la de algún perro callejero. Todo se debía mantener en silencio, para no deshonrar aquel cuerpo que Dios les había dado, para no condenar su alma.

A pesar de esto, la sexualidad femenina claro que existía. Crecía tras bastidores, lejos del cuerpo de sus respectivas dueñas y lo hacia en silencio, a través de miradas furtivas. Usualmente no se entendía y se lo relacionaba con el pecado. Huía, por unos momentos, tras varios Ave María, pero regresaba, serpenteante, subiendo por la espalda de la fémina y susurrándole al oído. La piel se enchinaba y un suspiro tembloroso escapaba de los labios. Ellas se apretaban las manos contra el vientre, aclaraban su garganta y seguían con sus ruegos a Dios, no sabiendo que tenían el mismísimo cielo entre sus piernas.

A pesar de ser de ellas, no estaba conectado a su cuerpo, aquel que tantos años se les había indicado que era producto de la maldad que los arrojo del Edén. No, después de todo, ¿acaso ese sentimiento podía pertenecerle a un ser tan corrupto? No. Su goce se vertía, entonces, en los hombres, en lo que se creía sensual en ello, aunque, raramente, eran con los que pasarían sus vidas, su deseado. Las únicas veces en las que el cuerpo de la mujer podría ser visto, era cuando se abría para dar paso a un nuevo ser. Las únicas veces en las que ellas dejaban de ser el cuerpo del pecado, para ser mortales representaciones de las diosas paganas de la fertilidad y el amor. Luego, todo volvía a ser silenciado, como si nada hubiese ocurrido, como si la criatura hubiese emergido de la tierra misma.

Había algunos consejos que las madres le pasaban a sus hijas o, en su defecto, mujeres mayores trasmitían a las más jóvenes, ella los había oído, pero ninguno tenía que ver con aquella extraña sensación que le recorría el cuerpo de (T/N), cada vez que lo veía. Era un fuerte calor que se originaba en su garganta y bajaba lentamente, quemando todo a su paso, hasta morir en su vientre bajo. No era doloroso, pero si extraño y llenaba su cabeza de dudas.

El sonido característico de un choque metálico, resonó por el lugar, haciendo que ella volviera en sí. Dos hombres se movían de manera rápida, bajo el sol abrasivo del verano. Lo hacían en círculo, midiéndose, por escasos momentos, en pleno silencio, antes de que alguno volviera a atacar. Sus manos derechas sostenían alargadas y esbeltas espadas, que, recordó, en algún momento, su padre las había denominado estoque. Atacaban con seguridad, dando saltos hacia adelante, esperando, por fin, poder perforar el cuerpo del otro. Aun así, eso no sucedía, en el ultimo momento, la hoja chocaba contra la otra, produciendo un irritante chasquido. (T/N) se preguntaba, entonces, si es que se contenían por su presencia allí, a unos metros de distancia, después de todo, España y Portugal no parecían perder una oportunidad para dañarse. A veces eran mas sutiles, utilizando sus palabras altisonantes, para dejar en ridículo, al contrario, otras, como en esta, llegaban a las manos. A pesar de la sonrisa de ambos, tan idéntica que espantaba, se podía cortar la tensión en el aire y la intensión de ambos de lastimar, si no es que, de matar, se olía en el aire.

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⏰ Last updated: Apr 16, 2020 ⏰

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Los amantes de AfroditaWhere stories live. Discover now