—Creo que sería una falta de respeto para con el Gran León, el propio Aslan,
si un asno como yo se paseara vestido con una piel de león —dijo Cándido.
—Mira, no te pongas a discutir, por favor —replicó Truco—. ¿Qué entiende
un asno como tú de esa clase de cosas? Ya sabes que no eres bueno para pensar,
Cándido, de modo que ¿por qué no me dejas a mí pensar por ti? ¿Por qué no me
tratas como yo te trato a ti? Yo no pienso que puedo hacerlo todo. Sé que tú eres
mejor que yo en algunas cosas. Por eso fue que te dejé entrar a la Poza; sabía que lo
harías mejor que yo. Pero ¿por qué no puedo tener mi turno cuando se trata de
algo que yo puedo hacer y tú no? ¿No me dejarás nunca hacer algo? Sé justo. Cada
cual su turno.
—¡Oh!, está bien, por supuesto, si lo pones así —dijo Cándido.
—Yo te diré lo que hay que hacer —exclamó Truco—. Lo mejor será que te
vayas de un buen trote río abajo hasta Chippingford y veas si tienen algunas
naranjas o plátanos.
—Pero estoy tan cansado, Truco —suplicó Cándido.
—Sí, pero estás muy helado y mojado —repuso el Mono—. Necesitas algo
para entrar en calor. Un trote rápido es justo lo que te hace falta. Por otra parte,
hoy es día de mercado en Chippingford.
Y entonces, por supuesto, Cándido dijo que iría.
En cuanto se quedó solo, Truco se fue con su paso pesado e inseguro, a veces
en dos patas y a veces en cuatro, hasta llegar a su árbol. Después saltó de rama en
rama, chillando y sonriendo todo el tiempo, y entró en su casita. Encontró aguja e
hilo y un enorme par de tijeras allí; pues era un Mono listo y los enanos le habían
enseñado a coser. Puso el ovillo de hilo (era sumamente grueso, más similar a una
cuerda que al hilo) en su boca y su mejilla se hinchó como si estuviera chupando
un pedazo inmenso de caluga. Sostuvo la aguja entre los labios y tomó las tijeras
con su pata izquierda. Luego bajó del árbol y se alejó arrastrando los pies hasta
donde estaba la piel de león. Se agazapó y comenzó a trabajar.
Se dio cuenta de inmediato de que el cuerpo de la piel de león era demasiado
largo para Cándido y su pescuezo demasiado corto. De manera que cortó un buen
pedazo del cuerpo y lo utilizó para hacer un largo cuello para el largo pescuezo de
Cándido. Después cortó la cabeza y cosió el cuello entre la cabeza y los hombros.
Puso unas hebras a ambos lados de la piel para poder amarrarla por debajo del
pecho y del estómago de Cándido. De vez en cuando pasaba algún pájaro volando
y Truco detenía su labor, mirando ansiosamente hacia lo alto. No quería que nadie
viera lo que estaba haciendo. Pero ninguno de los pájaros que vio eran Aves que
Hablan, de modo que no le importó mayormente.
Cándido regresó ya entrada la tarde. No trotaba sino que caminaba con paso
cansino, pacientemente, como acostumbran los burros.