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Con tobillo al hombro, tomando con fuerza su pierna con su grande mano, Rusia se dedicaba a penetrar con rapidez la apretada entrada del contrario, quien mantenía los ojos cerrados, con los bordes lagrimosos y la boca abierta, muda ya de tanto haber soltado gemidos y suspiros.

La mano restante del ruso se encargaba de recorrer con lentitud el torso del mexicano, sintiendo su piel debajo de la palma.

Habían perdido ya la cuenta de cuántas veces llevaban haciéndolo, que tampoco habían sido muchas veces, pero ninguno de los dos se molestaba en llevar la cuenta.

El soviético inclinó su torso hasta que su cara quedó enfrente a la de México, sonrió ante la imagen que le era dada y besó sus labios, siendo correspondido al instante con pasión.

Tomó a su contrario por la cintura y cambió la posición.

Se sentó en la cama, recargando su cabeza en la pared. Colocó a México encima suyo, sentado también, y este, ni corto ni perezoso, empezó a moverse de arriba a bajo, enterrando su cabeza en el cuello de su pareja, llevando sus dedos a la espalda del ruso para comenzar a rasguñarla.

Rusia trataba de no gruñir, aunque no lo lograba. Entonces su grave voz se dejaba oír, mientras que nuevamente con sus manos tomaba la cadera de México y le ayudaba a marcar un ritmo rápido y profundo.

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Desde el colchón de la cama el mexicano observaba a su pareja mirarse en un espejo, con el pecho descubierto y torcido para poder ver su espalda.

—–Se ve que no mides mucho tus rasguños.

Comentó divertido pasando un dedo por las pequeñas pero profundas heridas.

—–¡No tienes derecho a quejarte! Eres el causante de que te rasguñe a cada rato.

Indignado, México cruzó los brazos y miró a su pareja con fingido enojo.

Rusia rió, y se acercó rápidamente al mexicano, tomando su mentón y besándolo, sin darle oportunidad al contrario de reclamar.

Cuando se separaron el ruso acarició la mejilla del contrario, sonriendo con amor.

—–Eres un gatito.

Susurró. México enrojeció hasta las orejas y le dio un manotazo a su mano.

—–¡Deja de burlarte de mí! Y ven que te voy a tratar esos rasguños.

Aún desnudo el mexicano se levantó y se dirigió a dónde guardaban el botiquín. Lo sacó y después empujó el ancho pecho de su amante hasta que quedó sentado en la cama.

Se colocó en su espalda, mojó un pedacito de algodón con alcohol y empezó a pasarlo por las rojizas heridas.

Luego de un rato y de un silencio tanto cómodo como tranquilizador, ambos chicos decidieron acurrucarse acostados en la cama. Y, aunque puede que nunca lo dirían en voz alta, a los dos les encantaba solamente acostarse desnudos, abrazados, sintiendo el calor, los latidos y la piel del otro.

México al final se quedó dormido, y Rusia lo admiraba, amando sus pestañas, labios, nariz y su cuerpo. La sonrisa de oreja a oreja del soviético no tenía intención de menguar, y realmente era algo que lo traía sin cuidado.

Estaba a punto de quedarse de igual manera dormido, pero algo se lo impidió; el sonido de un mensaje de parte del celular de Mex interrumpió su somnoliencia. Estiró la mano y lo tomó, abrió el mensaje y leyó… una vez terminó de leer el mensaje sintió su corazón destrozarse, su respiración acelerarse, sus latidos descontrolados, y el sudor frío empezando a recorrerlo.

Perderme en ti. (RusMex)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora