4. La Ley de Murphy

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«Si algo puede salir mal, saldrá mal».

Todo el viaje en auto al hospital fue tenso por el presentimiento de que Arthit podría volver a vomitar en la bolsa de plástico que tan amablemente les había ofrecido la dueña del café.

Kongpob había dudado en decir algo, enfocándose en conducir tan lenta y cuidadosamente posible como le permitían los alterados cláxones detrás de ellos, sin querer crear más movimientos repentinos de lo necesario. Aun así, tuvo que detenerse brevemente para que Arthit dejara de contener las arcadas y vomitara un par de veces en un aislado arbusto al costado a la calle.

Había frotado su espalda en lentos y reconfortantes círculos, en un resignado intento por disminuir el ardor en el esófago de Arthit. ¿Qué se dice en esta situación? ¿Estás bien? Si la respiración dolorosa y los labios pálidos de Arthit no fueran un indicio, esa pregunta habría sido increíblemente tonta.

—Te tengo, P' —dice. Es lo primero que ha dicho desde que ayudó a Arthit a subir al auto.

Arthit limpia su boca y jadea por el mayor aire posible, empezando a estar cada vez más frustrado consigo mismo cuando su cabeza sigue nublada por la fiebre y sus entrañas se sacuden con la necesidad de expulsar lo que ni siquiera está seguro es físicamente capaz de albergar aún en su estómago. ¿De dónde viene todo este líquido siquiera?

Luego de un rato, su estómago se había calmado lo suficiente como para arreglárselas para volver torpemente al auto con la ayuda de Kongpob. Este lo sostiene ya que Arthit siente las piernas como de gelatina, una imagen que bien podría ser cierta ya que su cuerpo entero está entumecido y exhausto por las persistentes náuseas.

Vomita dos veces más en la sala de espera de Urgencias antes de que al fin entren a la oficina del médico, en donde Arthit se enfrenta a interrogatorio tras interrogatorio sobre sus antecedentes médicos recientes así como de viajes, alergias y cualquier cambio en su dieta o estilo de vida.

—No estoy muriendo, ¿cierto? —Se queja Arthit luego de la que siente es la quincuagésima pregunta, con sus cuerdas vocales sintiéndose irritadas por el sabor ácido de su propia bilis. Él sólo quiere ir a casa, meterse a la cama y olvidar que ese día sucedió alguna vez.

La médica simplemente sofoca una risa, negando con la cabeza.

—No, no es nada muy grave. Probablemente es sólo un desagradable caso de intoxicación alimentaria. ¿Has comido algo anómalo a tu dieta usual últimamente?

—No que yo recuerde.

—¿Algo que haya pasado de la fecha de caducidad? A veces la comida se echa a perder antes de que se vea como se ve, en especial cuando no la refrigeras.

—No lo hagas. Es de la primera caja que ordenamos. Hace dos días.

Eso le pega como una pared de ladrillos. La advertencia de Kongpob hace un claro eco en su memoria, siendo siempre la voz de la razón.

Si Arthit se había estado sintiendo como la mierda por otro intento fallido hace unos segundos, ahora desea caminar directo al fluido tráfico, maldiciendo internamente por haber provocado esto él mismo. Un leve dolor se forma en su pecho, envuelto en decepción y autodesprecio.

Tal vez esto sólo no estaba destinado a ser.

Tal vez yo soy el problema.

Tal vez... no lo merezco.

—Eh... no lo sé —murmura, ya apenas prestando atención.

—Bueno, en cualquier caso, voy a recetarte algunos electrolitos para reponer los fluidos que perdiste y algo para tu fiebre. Tómalo con calma un par de días, bebe abundante agua e intenta comer cosas blandas por un tiempo.

Cuestión de Tiempo ✔️Where stories live. Discover now