2. MEGAN RAINOLDS

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Megan.

Me levanté a las ocho en punto de la mañana como todos los días, para a las nueve entrar a trabajar a la oficina de espías internacionales de Nueva York.

Yo, una chica simple, joven, guapa; como todos me decían, y libertina, me encantaba hacer lo que me diera la gana, en todo momento. Por eso, ese mismo día quise mandar a la mierda a mi jefe, pero no como vosotros os pensáis. O puede que sí lo penséis.

Mi jefe y yo llevábamos liados unos dos años. Pero como en todas las películas y series de televisión; el jefe tenía mujer e hijos. Como ya estaréis pensando, yo simplemente era una puta con la que follar de vez en cuando, vamos; el segundo plato, el pasatiempos...la amante.

Pues sí que lo era, sí.

Y ya me había cansado.

Esa mañana desayuné tostadas de mantequilla con queso y mermelada de fresa. Me chiflaban las tostadas; y también me chiflaba acompañarlas siempre de un zumo de naranja recién exprimido.

Antes del desayuno me dediqué a exprimir naranjas mientras pensaba en las palabras exactas para dejar a mi jefe. El día de antes habíamos discutido fuertemente en el trabajo; lo nuestro se nos estaba empezando a escapar de las manos y cualquiera nos podía pillar con las manos en la masa. Además, yo necesitaba algo más. Vale que era una espía secreta y me había dedicado a ello cuatro años de mi vida, pero lo que no iba a consentir para mí era el estar escondiéndome también con mi vida sentimental por todos los rincones del mundo.

Estaba harta de estar escondida siempre.

Si era tan guapa como decían...quería a alguien que estuviera orgulloso de lucirme y mostrarme al resto. No a un puto hombre casado que solo piensa en sus queridos hijitos y su mujer.

Cuando me terminé mi última tostada, me pensé si hacer o no la cama. Sinceramente no me apetecía, no; aquel día no hice la cama. Ni tampoco limpié la casa, ni fregué los platos ensuciados de mermelada y mantequilla, solo los dejé en remojo, y me vestí. Ni siquiera tuve ganas de hacerme el pelo; me pasé el cepillo por encima y me lo dejé suelto. Aquel día, estaba más vaga de lo normal, y no, no os penséis que estaba deprimida por mi -aun no llegada- ruptura con mi jefe. Estaba harta de mi vida; le faltaba emoción. Y créeme, acostarte con tu jefe no es nada emocionante, y si lo fue, se esfumó la emoción a los cinco segundos de orgasmo. No os lo recomiendo.

***

Entré en la oficina a las nueve menos cuarto, y me dirigí a mi despacho; sí, mi despacho, me habían ascendido hacía poco, pero no por tirarme al jefe, sino porque era buena en lo que hacía en mi trabajo.

Dejé mis cosas encima del escritorio y me senté en la silla; con mis cosas me refería a mi móvil y las llaves de mi casa. Mi chaqueta vaquera-con mi monedero dentro-la dejé colgada en la percha que tenía al lado del sillón del despacho; donde me había tirado unas cuantas veces a Román, mi querido jefe.

-¿Acabas de llegar?-Escuché preguntar a Román; que entraba a mí despacho con prisas por cerrar la puerta. Parecía nervioso.

-Sí, acabo de llegar -hice una pausa levantándome de la silla y quedándome ligeramente inclinada sobre mi escritorio. -¿Ocurre algo? -añadí y Román dio tres pasos al frente hasta ponerse delante de mí

-Megan, ha pasado algo que...-paró en seco, y yo me preocupé; Román era conocido por su sosiego en situaciones de extremo pánico, por ser paciente y calmado, y aquel día entró a mi despacho inquieto.

-¿Ha pasado qué?-Pregunté ansiosa de que hablara de una vez por todas-¿Qué ha pasado?

-Se ha escapado-dijo, y yo supe inmediatamente de quién hablaba. Lo supe porque yo fui quién lo cazó; y ahora él vendría a por mí.

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⏰ Última actualización: Apr 06, 2020 ⏰

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