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/SOLEDAD/: Un estado de aislamiento o reclusión a ratos perfecto.

PAULINA

Las gotas de lluvia caían sobre el pavimento. A través de la pequeña ventana con barrotes; las observaba danzar arrítmicas, podía jurar que una melodía provenía de ellas. El pabellón del reclusorio femenino se encontraba desierto, la tormenta había hecho lo suyo y cada mujer estaba resguardándose de la lluvia excepto ella. Paulina de la Mora estaba sentada sobre una camilla en un improvisado cuartucho al que llamaban enfermería con un ojo morado.

Mientras miraba por la ventana los detalles del enfrentamiento se aparecían frente a sus ojos, era la segunda vez en menos de una semana que la golpeaban, el rumor de que era miembro de una familia adinerada no tardó en esparcirse entre las reclusas y pronto tenía a un grupo de cuatro mujeres haciéndole la vida imposible. Paulina río con amargura sin despegar la vista de la ventana; si supieran que en realidad su familia no tenía ni la mitad de dinero que ellas imaginaban.

-Solamente puedo darle un anti inflamatorio y algo para el dolor de cabeza.- Una voz femenina la hizo abandonar su hilo de pensamientos

Le irritó un poco la interrupción del único momento apacible que había tenido en días, giró su cabeza hacía la enfermera que le hablaba con el tono más tosco que alguna vez había escuchado.

-Está bien.-

Paulina se levantó de la camilla tomando las pastillas que la enfermera ponía en su mano y las tragó en seco, de caminó a la puerta pasó frente a un pequeño espejo colgado en la pared, se giró levemente y observó su reflejo. Su pómulo derecho se tornaba en un color morado verdoso, ligeramente inflamado por encima de su ojo una aureola del mismo color que lo rodeaba y un labio partido -Mamá no lo creería si me ve así- pensó para si misma, lo peor de todo a su consideración era lo pálida y agotada que se veía aunque con justa razón: llevaba 10 días en ese lugar y no había podido dormir ni uno solo.

Cruzó el pabellón corriendo evitando mojarse y entró por el pasillo hacia las celdas caminando con la cabeza baja lo más rápido que podía.

No era cobardía pero un ojo morado era suficiente por un día.

Al llegar sana y salva a su celda encontró a su compañera Carmen acostada en la parte inferior de la litera que compartían.

-¡Paulina!- la mujer se levantó con notoria alegría al verla.

-Hola.- Paulina suspiro y se sentó al lado de la otra mujer reposando su cabeza contra uno de los soportes de la litera.

-Mira, guarde del almuerzo para ti- le extendió algo envuelto en servilletas.- Me imagino que no has comido hoy.

Paulina sonrío y tomó la comida en sus manos sin dar muchas explicaciones. Era un sitio horrible pero Carmen de algún modo lo hacía soportable.

-¿Lucia te hizo eso?- Preguntó su compañera en voz baja y Paulina solo se limitó a asentir mientras comía algo de arroz con los dedos casi sin saborearlo.

No había tenido mucho apetito en el tiempo que llevaba de reclusión, demasiadas preocupaciones se interponían entre ella y la comida pero después de varios días ignorando a su estómago este ya empezaba a protestar. Amaneció hambrienta pero cuando tenía toda la intención de almorzar "Lucha" y sus compinches habían decidido practicar boxeo con su cuerpo.

-Ya dale lo que quiere, la he visto... podría romperte una pierna- continuó Carmen.

-Es que no tengo dinero además sabes que va a pasar si se lo doy, seguirá haciéndolo, probablemente hasta me pida más dinero; prácticamente le voy a pagar a esa cabrona para que me pegue.

APOCALIPSIS ► [Majolina]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora