Tan sólo me gustaría que me entiendas...
¿Querés saber cómo me siento?
Me siento sólo, triste y perdido, como un perro que feliz recorre 50 km en un auto, para que le abran la puerta del mismo y en un abrir y cerrar de ojos, éste desaparezca.
Ahora entiendo porque los perros corren y muerden los autos, las motos e incluso a las personas. Y... ¿cómo no hacerlo? Es tanto el parecido que tenemos con ellos que hasta parece erróneo el hecho de decir que descendemos de los monos.
Ahora bien, me posiciono en su lugar y comienzo a pensar ¿Qué hago mal? o ¿Qué hice mal toda mi vida para llegar hasta acá?... Son tantas las preguntas, que siento que me ensordecen.
Pasan las horas y comienzo a culparme por no haber sido lo suficientemente bueno o quizá tan sólo quizá por no haber sido lo que esperaban de mí... En ese momento todo se torna oscuro.
Pasan los días e incluso los meses, una noche comienzo a sentirme cansado, dolorido y por demás de hambriento. Me despierta un aroma, un rastro que me conduciría a mi hogar, a mi lugar seguro, comienzo a caminar, sintiendo que ya no puedo más, que las ampollas no me dejan andar y que el hambre está deteniendo de a poco mis pasos y mis sentidos, pero sigo sin rendirme.
Levantó mi cabeza y me encuentro con una puerta conocida, me quedo en un costado por no saber que hacer, como expresarme...miles de interrogantes nublan mi vista.
La puerta se abre, me reciben, me cuidan, y me vuelven a mimar...pero a los pocos segundos me aparto, me doy cuenta, al igual que ellos, que ya no soy el mismo, que mi mirada está perdida y que me convertí en el perro que tanto odiaba, el que corre los autos y muerde las manos humanas; en un principio quizá sólo por temor a ser lastimado, pero luego se vuelve una costumbre, una maldita y dolorosa costumbre...lastimar antes que te lastimen, morder antes de que te desechen.
Comienzo a alejarme queriendo pasar desapercibido, pero mis piernas comienzan a pasarme factura desvaneciendose junto con mi cuerpo, que queda rendido en el piso tan sólo a unos metros de allí, levanto mi mirada y observo un panorama devastador, ojos llorosos, lágrimas y gritos que se los lleva el viento.
Trato de hacer un último esfuerzo por abrir mis ojos y tomar la mano de la persona que era la dueña de mi felicidad, ya no era como la recordaba, estaba fría y húmeda por sus lágrimas, la apoyo con fuerza sobre mi pecho en un intento por demostrarle que todo estaba perdonado y que las heridas habían sanado, que la amaba tanto como el primer día o incluso más y que jamás la había olvidado. En ese instante mi vista se nubla y mis latidos disminuyen, junto con mi fuerza, que deja caer mis brazos al costado de mi cuerpo. Y es ahí, justo en ese momento, en el que me doy cuenta que llegó la hora de ser feliz, porque había dado el mensaje que había querido dar durante meses.
Con dudas, con tristeza y con miedo pero seguro de que había dejado en claro mi amor por ella mis ojos se cerraron para jamás volverse a abrir y un grito de ella se fundio en mis oidos.
Pero lo que ella no sabía era que en mi interior hace meses había muerto.