CAPÍTULO DIECISIETE

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PRIMER ATAQUE



Belial había llegado hacía por lo menos diez minutos a su ala del castillo ya entrada la madrugada; habían estado todo el dia recorriendo las afueras de Crena, tratando de encontrar cualquier cosa que diera indicio de quien había entrado al castillo y matado a una criada de su castillo y a dos guardias, por que si, habían hallado a dos lobos muertos en una de las entradas laterales. Suspiro frustrado mientras se sentaba en el sillón mirando las llamas flamear, tratando de relajar un poco sus agarrotados músculos, que volvieron a tensarse nuevamente cuando un escalofrío le recorrió el cuerpo entero, seguido por todos los vellos de su cuerpo erizandose.

Puso todos sus sentidos en alerta y cerró los ojos para concentrarse, tratando de escuchar algo, cualquier cosa que lo pusiera en alerta. Lo sintió luego de unos segundos, una puerta abrirse, una respiración agitada y Keera.

El olor de aquella chica podría reconocerlo a kilómetros de distancia.

Sin embargo no se levantó de inmediato, sentía curiosidad por saber el rumbo que tomaba ella.

Belial —o Alastair—, como era su primer nombre; era uno de los más fuertes —por no decir el más fuerte— de todos los lobos que habitaban la tierra de Gaia. A diferencia del resto de los de su misma especie, el alfa tenía habilidades superiores, más visión, más olfato y contaba también con una fuerza y velocidad extraordinarias. En la pelea no existía lobo que pudiese ganarle y en cuanto a los magos y vampiros, tampoco es que fuera distinto. Belial había sido concebido a partir de magia demoníaca; Keera no estaba tan equivocada en aquel cuento que le había contado aquella noche. Por lo tanto, la magia de los hechiceros no podía afectarle y con los vampiros, si sabias como enfrentarlos en batalla, tampoco era tan difícil matarlos. 

Una de las habilidades de Belial era, aparte de todas aquellas cosas que lo hacían diferente al resto, aquella que lo hacía definitivamente superior: Era inmune a la plata. 

Aquel metal que para cualquiera de su raza era mortal, a él simplemente lo debilitaba, aunque era difícil dejarlo fuera de combate. 

Decidió que era momento de actuar cuando escuchó el primer grito ahogado, dándose cuenta de que algo no iba bien.

Comenzó a bajar las escaleras en forma de caracol con cautela y cuando llego al piso inferior se dio cuenta de que algo estaba terriblemente mal. Las paredes tenían una fina capa de hielo y había un silencio ensordecedor. Se encontró con dos guardias que miraban hacia los lados con cautela y cuando sus miradas se encontraron, asintieron en señal de que ellos también sabían que algo no iba bien. Caminaron con cautela, sin embargo no había nada que llamara la atención, más allá de aquel frío que calaba hasta los huesos, a pesar de que lobos eran de piel caliente.

Sus pasos llegaron hasta una puerta entreabierta del tercer piso, lugar de donde provenían los ruidos. Los guardias ya habían desenfundado sus armas y estaban alertas a cualquier posible situación de ataque. Sus ojos rápidamente se adaptaron a la oscuridad de aquella habitación, era una de las tantas que no tenían uso y se encontraba vacía.

Tardó unos momentos en divisarla, su olor era casi imperceptible, ya que se encontraba rodeada de demonios, o como eran originalmente conocidos, Wendigos.

Aquellas sombras desprendían un olor nauseabundo, acarreando con ellas cientos de almas y restos humanos, el olor a sangre y putrefacción que llenaba todo el ambiente. Belial gruñó fuerte, no necesitaba un arma para combatir a aquellas criaturas, para los lobos no era difícil acabar con ellas. Los terrores nocturnos eran solo peligrosos para los humanos, ya que los seres sobrenaturales tenían distintas formas de matarlos.

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