Madrid, 3 de junio de 2017
-El amor, William, no siempre es suficiente. Sino mírame a mí.
-Nunca lo creí así.
-No te perdonará. No ahora, y quizás nunca.
Él tenía razón. Aquel que le miraba entre triste y desesperado, con sus muñecas atadas a una cama blanca, tenía razón. El reloj de la pared marcaba las siete y cuarto de la tarde, pero a inicios de junio aquello no significaba la llegada de la noche. Madrid los iluminaría más tarde, cuando el sol finalmente se ocultase tras sus edificios y millones de luces artificiales ocultasen todas las estrellas. Siempre había amado la ciudad donde nació. Siempre se había sentido cómodo paseando por la Gran Vía o comiendo por el barrio de Lavapiés. Ahora solo le causaba desagrado. Odiaba el aire sucio y contaminado. El ruido de los coches y las aglomeraciones. Las luces parecían haber perdido también su atractivo. Nada se sentía igual, aun cuando no hacía tanto tiempo que se marchó.
Echaba de menos el campo. Los árboles y la hierba. El verde infinito que en algún punto se tocaba con el mar. Añoraba los sonidos de la mañana, aquellos que traía únicamente la naturaleza y que le habían despertado tantas veces a horas intempestivas. Lo buscaba a él. Aún ahora, cuando el tiempo se sucedía en días vacíos y nublados. Días que parecían no tener finalidad alguna para quien lo había tenido todo y lo había perdido. ¡Estúpido de él! Que se creyó invencible y terminó cayendo como todos los demás.
-Él no me perdonará, tienes razón -dijo-. Pero nunca me odiará tanto como te odia a ti.
Y tenía motivos de sobra, pensó mientras observaba la vejez convertida en una faz arrugada y un cabello cano y despeinado. En una mirada aparentemente amable que le había engañado hasta hacia no mucho tiempo.
-Pero nunca lo volverás a ver. Jamás sabrás qué fue de él y cómo siguió adelante. Porque lo hará. Él siempre lo hace. Tú, no obstante, te pudrirás aquí adentró, mirando al jardín exterior y preguntándote una y otra vez si las cosas podrían haber sido de otro modo. Escalaste demasiado alto, y tu caída ha sido terrible. Personalmente, espero que tus días, a partir de ahora, se conviertan en el infierno que te mereces.
William se alejó de la cama, saturado de sentimientos que no supo cómo manejar. La violencia se ocultaba entre las sombras cercanas, acechándole y susurrándole cosas que era mejor ignorar. Solo que era difícil.
-Disfruta de tu vida vacía, William Martínez -murmuró el loco con su voz rota y retorcida-. Te estaré esperando aquí, en el infierno.
Que ojos crueles tenía ahora. Pequeños y rabiosos, ya exentos de su máscara falsa. William no se molestó en contestar, simplemente giró, le dio la espalda y se dirigió hacia la puerta. No se despidió. No podía. Y mientras salía de aquel lugar solo pudo llevarse las manos a las orejas, intentando tapar los insultos y los gritos de aquel que no volvería a salir de su jaula. Afuera le esperaba su primo, de cabellos pelirrojos y mirada amable. Le abrió la puerta del coche para permitirle entrar, no sin antes palmearle la espalda en actitud solidaria.
-¿Qué quieres hacer ahora, Will? -le preguntó, sentándose al volante y abrochando su cinturón de seguridad.
Ah, pero aquella era la pregunta del millón, ¿no es cierto?: ¿Y ahora qué?
Madrid, febrero de 2015
Will perdió la virginidad a los trece años. Había sido en una tarde de verano, uno de esos veranos cuando la adolescencia hacía a uno creerse mayor de lo que en realidad era. Para entonces, William ya mostraba signos de lo que después sería esa belleza clásica que atraería a mujeres y hombres por igual. Y William era bisexual. Lo ha sabido durante muchos años, solo que nunca se atrevió a decírselo a nadie. Al menos hasta mucho después. Andaba con chicos mayores que él. Chicos que iban a su misma escuela privada y que le pasaban tabaco y alcohol en las tardes vacías de invierno. Había faltado a clase, más sus notas nunca decayeron. Era el privilegio del rico, sabía. En uno de aquellos días de vacaciones, en un julio madrileño especialmente caluroso, Will conoció a Ángel. Tenía dieciséis años, llevaba chaquetas de cuero y manejaba una de aquellas motos que a los niños les parecen mucho más grandes de lo que en realidad son. Will creyó enamorarse. Aquel mismo día. Habían bebido, fumado porros y finalmente visitado la casa del adolescente.
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[Extracto] Ojos bicolores [Douglas 3]
Romance(disponible hasta el 25 de septiembre. Después se retirará para su publicación) Un día, bajo las luces decadentes de un bar de mala muerte, William lo conoció. Él tenía ojos enormes que le recordaron a un animal perdido y desamparado. Ojos bicolores...