Me reencuentro con Mike y me presenta a una loca en el hospital

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En el año 2011, recién licenciada en medicina por la Universidad de Londres, me dirigí a Netley para seguir el reglamentario curso dirigido a los cirujanos militares. Una vez terminé mis estudios allí, me destinaron al Quinto Regimiento de Fusileros de Northumberland en calidad de cirujana ayudante. El regimiento entonces estaba destacado en Turquía y antes de que pudiera reunirme con ellos estalló la guerra en Siria. Yo y otros muchos oficiales fuimos desviados de nuestro destino inicial, encontré mi regimiento y me incorporé de inmediato a mis obligaciones.
Esta campaña permitió el ascenso y proporcionó honores a muchos, pero a mí solo me trajo problemas y desgracias. Fui transferida de mi brigada a los berkshires, con quienes serví durante la terrible batalla de Al Raqa en 2014. Allí, una bala me hirió en el hombro. La bala destrozó el hueso y rozó la vena subclavia. De no ser por el valor y devoción de Murray, mi ordenanza, quien consiguió llevarme de regreso a las líneas británicas, hubiese muerto casi con total seguridad.
Doblegada por el dolor y muy debilitada por todas las penalidades sufridas, fui trasladada al hospital base. Allí me recuperé y mejoré lo bastante como para dar paseos por los pabellones o incluso para holgazanear al sol en el porche, cuando sufrí unas fiebres intestinales terribles por culpa de algún bicho que me transfirió la bacteria durante la guerra, demasiado resistente para los antibióticos y mi cuerpo. Durante semanas estuve encerrada en cuarentena, debatiéndome entre la vida y la muerte, cuando finalmente me recuperé y me convertí en una convaleciente, y un tribunal médico dictaminó que, dada mi debilidad y lo consumida que estaba, no debía perderse ni un segundo en enviarme de vuelta a Inglaterra.
Con mi salud dañada de forma irreversible, desembarqué semanas más tarde en Portsmouth con una pensión militar concedida por el gobierno.
No tenía a nadie a quien pudiera recurrir, por lo que era libre como el viento. O al menos tan libre como permitieran serlo 27 libras al día. Dadas las circunstancias, como es natural, me asenté en Londres. Durante algún tiempo estuve vagando entre hostales y moteles modestos, tiempo que seguí con confortable existencia carente de cualquier propósito y durante el cual gasté gran parte del dinero del que disponía con tal vez demasiada libertad. El estado de mis finanzas llegó a ser tan alarmante que tuve que tomar la decisión de irme de la metrópoli o cambiar mi estilo de vida por completo, y decidí optar por la segunda opción.
El mismo día que tomé esa decisión, mientras paseaba por las calles de Covent Garden, escuché una voz conocida llamarme por mi nombre, me giré para encontrar la robusta cara de Mike Stamford, quien había sido ayudante en Bart's bajo mi mando. Aunque él y yo nunca fuimos muy íntimos me alegré mucho de encontrar una cara conocida en la selva inhóspita de Londres y le saludé entusiasmada. Parecía estar encantado de haberse encontrado conmigo, y hasta me invitó a ir a tomar café juntos, invitación que acepté con gusto.
Caminamos juntos hasta una pequeña cafetería de la zona, bastante coqueta y bien cuidada. Pedimos unos cafés que llegaron en seguida y nos pusimos a charlar mientras lo tomábamos.
— He oído que has estado esquivando balas en el extranjero, Jane, ¿qué pasó?
— Una me dio —suspiré señalando mi bastón sin mucha gana. Él asintió algo incómodo. Tomé un sorbo de mi café y corté aquel incómodo silencio—. ¿Sigues trabajando en Bart's?
— Ahora doy clases, sí, a jovenzuelos brillantes como nosotros... cómo los odio — reímos un poco y Mike bebió de su taza—. ¿Y tú, te quedas por aquí hasta que te organices?
— Es difícil, con una pensión del ejército en Londres —dije, sorbiendo nuevamente.
— ¿No podría ayudarte Henry?
— Si fuera tan fácil... —dije con una risa amarga.
— Podrías compartir piso —sugirió tras terminarse su café.
— Venga, ¿quién iba a querer? —dije, mirando a los ojos de Mike por encima de mí taza algo incrédula al notar que se reía— ¿Qué? — pregunté dejando la taza vacía sobre la mesa.
— Eres la segunda persona que me dice eso hoy.
Hubo un corto silencio.
— ¿Quién fue la primera? —cuestioné interesada.
— Una chica del hospital que trabaja en el laboratorio de Química. Esta mañana se lamentaba de no poder encontrar con quién compartir el alquiler de unas habitaciones muy agradables que había encontrado y que son demasiado caras para su bolsillo.
— ¡Entonces perfecto! —exclamé—. Si de verdad quiere compartir el apartamento y los gastos, soy la persona que está buscando. Lo cierto es que preferiría vivir con alguien a seguir sola.
Mike me miró escéptico y mi mirada le cuestionó por esto.
— Todavía no conoces a Scarlett Holmes —dijo—. A lo mejor no te gusta lo bastante para ser su compañera todo el rato.
— ¿Y eso? ¿Qué le pasa?
— No, no le pasa nada... Es solo que es alguien bastante... peculiar.
— Bueno, no me importaría conocerla y formarme una idea propia suya. ¿Sabes dónde puedo encontrarla?
— Seguro que está en el laboratorio —afirmó mi compañero—. Podríamos pasarnos por ahí después de pagar, si te apetece.
— Me encantaría —sonreí y seguimos hablando de temas varios después de pagar las bebidas de camino al hospital en cuestión.
Stamford me contó además que aquella chica parecía ser una gran entusiasta científica. De hecho, y cito textualmente, "Holmes es excesivamente científica, es prácticamente falta de humanidad." y acompañó estas palabras explicando que sería perfectamente capaz de inyectar veneno a un amigo, pero no por maldad, sino por ver cuáles son sus efectos, y que tampoco vería inconveniente en hacérselo a sí misma. "Parece obsesionada con el conocimiento exacto".
Yo vi en eso algo bueno, la verdad, pero Mike respondió a eso diciendo que es bueno hasta cierto punto, porque "cuando comienza a golpear cadáveres en la Morgue empieza a dar algo de miedo."
—¿Golpea los cadáveres?
—Sí. Para comprobar hasta qué punto pueden aparecer hematomas tras el fallecimiento del sujeto. Le he visto hacerlo con mis propios ojos.
Caminamos por el hospital, y Mike no tuvo por qué guiarme, ya que lo recordaba de otros tiempos, aunque había cambiado bastante desde la última vez que estuve en él.
Finalmente llegamos al laboratorio, donde había una única chica observando un microscopio con detenida atención.
— Sí que ha cambiado esto...— comenté sonriendo mientras observaba la sala. Era completamente blanca, impoluta, y había muchas nuevas máquinas, además de incontables frascos llenos de líquidos coloridos y muchos instrumentos científicos.
La chica sonrió ampliamente y saltó de su asiento con una exclamación de alegría.
— ¡Sí! ¡Lo encontré, lo encontré! —gritó a mi compañero mientras corría hacia nosotros empuñando un tubo de ensayo—. ¡He encontrado un reactivo que solo reacciona frente a la presencia de hemoglobina y la tiñe dependiendo de la cantidad de oxígeno! —ni siquiera ganar la lotería podría hacerla más feliz en ése momento.
— Doctora Watson, esta es la señorita Scarlett Holmes —dijo Stamford a modo de presentación.
— Encantada —dijo sacudiendo enérgicamente mi mano—. Ha estado de servicio, por lo que veo.
Mis ojos se abrieron con sorpresa y mis cejas se ciñeron con confusión.
— ¿Cómo lo ha...? —pregunté asombrada.
— No importa — dijo riéndose para sí—, lo que importa ahora es la hemoglobina. Estoy segura de que sabrán de la importancia de este descubierto mío.
— Bueno, sin duda tiene un cierto interés químico —respondí—, pero en el terreno práctico...
— Dios mío, se trata del descubrimiento en el campo de la medicina legal más útil y práctico en años. ¿No se da cuenta de que proporciona un método infalible para determinar la cantidad de tiempo que la sangre ha estado expuesta al aire? ¡Venga aquí! —en su entusiasmo, me agarró por una de las mangas de mi chaqueta y me arrastró hasta la mesa en la que trabajaba—. Tomemos algo de sangre fresca —dijo clavándose una aguja de gran longitud en uno de sus dedos y aspirando con una pipeta la gota que obtuvo y colocó esta sobre una placa petri, acto seguido, cogió una pequeña botella de cristal y vertió un líquido transparente de una probeta a este y le puso un tapón con spray a la botellita, después la roció con el líquido y la sangre se tornó cían. La chica se mordió el labio con la intención de no soltar un grito de emoción. Luego tomó algo más de sangre de otro de sus dedos y esta vez la vertió en un recipiente con agua— y no solo puede hacer eso, como verá, la mezcla resultante parece agua pura. La proporción de sangre no puede ser superior a una parte de millón. Y, sin embargo, observe:— dicho esto, volvió a quitarle el tapón al frasco y con una pipeta vertió una gota del líquido en el recipiente y lo removió, causando que una pequeña y fina capa cían se pudiera ver al fondo del recipiente.— ¡Pero eso no es todo! Mirad lo que pasa si uso la sangre de uno de mis amiguitos de la Morgue: —tomó una muestra de sangre y repitió el primer proceso, pero esta vez la sangre se tornó de un verde lima— ¡Ja, ja! —gritó, aplaudiendo y tan entusiasmada como un niño con un juguete nuevo—. ¿Qué le ha parecido?
—Parece un ensayo muy preciso —comenté riendo levemente ante el comportamiento de la chica.
—¡Es fantástico, fantástico! La técnica de antes era poco fiable pero esta no solo funciona sino que nos aporta ese dato extra. Si se hubiese inventado este ensayo antes, muchos hombres que hoy caminan libres por el mundo habían pagado hace tiempo sus crímenes.
—¡Desde luego! —murmuré.
—Muchas veces en los juicios penales se llega a este punto. Se sospecha que un hombre es el culpable de un crimen que se cometió hace, quizá, meses. Al examinar la ropa, se pueden encontrar manchas antiguas de sangre pero, ¿son de la víctima o son anteriores o tal vez posteriores? Esta cuestión lleva tiempo despistando a los expertos, y no se puede probar por completo la culpabilidad del sujeto. ¿Y por qué? Porque todavía no había ningún ensayo fiable. Pero ahora que existe el ensayo Scarlett Holmes, toda dificultad desaparece.
Le brillaban los ojos al hablar y, con la mano en la cabeza, hizo una reverencia, como si saludase a una multitud producto de su imaginación.
—Hay que felicitarla —dije, divertida por su entusiasmo.
—Lo sé —le oí murmurar—. En fin, por más que me duela decirlo no están aquí por la hemoglobina. ¿Qué opina sobre el violín, doctora?
Guardé silencio unos instantes sin comprender la pregunta.
—Perdone, ¿qué?
—Acostumbro a tocar el violín mientras pienso y a veces me paso días sin hablar... Quizá le molestaría, como potencial compañera de piso —dijo sonriendo mientras se colocaba un pequeño parche en la yema del dedo que se había pinchado.
—¿Le has hablado de mí? —le pregunté a Stamford sin entender.
—Ni una palabra —contestó divertido.
—¿Y quién ha dicho nada de compartir piso? —le pregunté a la chica, que había empezado a recoger sus cosas.
—Yo. Esta mañana le he dicho a Mike que debo ser una compañera de piso difícil, y después del almuerzo aparece con una vieja amiga que al parecer acaba de volver de estar de servicio en... ¿Irak? No, Siria. No hay que ser muy listo —agaché la cabeza y la levanté rápidamente.
—¿Cómo sabía eso? —pregunté.
—Le tengo echado un ojo a un pisito en el centro de Londres, entre las dos podríamos pagarlo. ¿Le parece bien recogerme aquí a las doce de la mañana e ir juntas a verlo? —dijo ignorando la pregunta mientras se colocaba el abrigo—. Ah, Mike, ¿podría prestarme su teléfono?
—¿No funciona el fijo?
—Prefiero mandar un mensaje —sonrió.
—Lo siento, está en mi abrigo.—se disculpó.
Dudé unos segundos antes de decidir si le ofrecía o no el mío, pero me parecía una falta de educación no hacerlo, y sinceramente no quería aparentar en mi presentación ser una maleducada, aunque a ella le dio más bien igual parecerlo o no, por lo visto.
—Puede usar el mío —dije seria tendiendo el teléfono.
—Gracias —dijo mientras lo cogía y escrutaba mis gestos.
Mandó el mensaje y me devolvió el teléfono.
—Gracias de nuevo, y disculpen las prisas, tengo que irme, creo que he dejado mi bufanda en la sala de autopsias. Espero verla, doctora —sonrió y caminó decidida a la puerta. Le seguí con la mirada, sin entender a qué venía tanto misterio.
—¿Y ya está? —pregunté casi en tono de queja.
—¿Si ya está qué? — preguntó ocultando una sonrisa mientras paraba y se giraba para verme.
—¿Nos acabamos de conocer y ya vamos a buscar piso? —sonreí buscando respuestas, riendo por lo absurdo de la situación.
—¿Algún problema? —preguntó con tono afligido.
—No sabemos nada la una de la otra y ni siquiera ha mencionado la ubicación del piso.
La chica sonrió y miró divertida a cualquier parte y después a mí.
—Sé que usted es médico militar, que hace poco le enviaron a casa por invalidez y que no tiene dónde quedarse. Podría pedirle ayuda a su hermano, pero no quiere porque no le gusta su estilo de vida, puede que por su adicción a la bebida o porque ha dejado a su mujer recientemente. También sé que su cojera es psicosomática, a pesar de lo que otros digan, y en el fondo, usted también lo sabe —amplió su sonrisa—. Basta para seguir adelante, ¿no le parece? —dijo y continuó su marcha. En la puerta, se giró para verme—. La dirección es Calle Baker 221B, no se olvide de nuestra cita —me guiñó un ojo sonriendo pícara y cerró la puerta mientras nos daba las buenas tardes. Miré a Stamford asombrada, esperando que él pudiera explicar aquello, y él rió.
—Sí, siempre es así.

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