Capítulo 15

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Leya intentó no pensar en la escena del día anterior, la imagen mental que tenía solo conseguía despertar emociones que ni siquiera podía identificar y su mente se convertía en su propio rompecabezas. Por unas horas más podía fingir que solo había sido un día normal en este extraño pueblo, se dijo.

En ese momento regresaba del almuerzo con los oficiales cuando encontró a dos adolescentes haciendo guardia en su puerta. Ellos no la habían visto llegar, susurraban entre sí, sentados en los peldaños superiores con las piernas colgando al aire.

—¿Buscan a alguien?

Los dos volvieron los rostros hacia ella y se levantaron con torpeza, ansiosos como corderos ante la llegada del pastor. Debían tener entre dieciséis y dieciocho años, casi jóvenes adultos.

—Hola —La muchacha de rizos cobrizos se mordía la uña del pulgar. Aunque nunca antes la había visto, la detective sintió que reconocía esos ojos del color de los bosques—. Estamos esperando a Leya Hunter, nos dijeron que vivía aquí. 

—Somos amigos de Blaise —agregó el joven alto de sonrisa amigable que la acompañaba. Él sí le resultaba demasiado familiar.

«Es la primera vez que alguien usa la llave-Blaise para acercarse a mí».

—Soy Leya, ¿qué puedo hacer por ustedes?

La adolescente miró a su alrededor, cambiando el peso de un pie a otro. Bajó la voz para que ninguna otra puerta pudiera oírla.

—Escuchamos que era detective. ¿Está investigando lo que le pasó a Cande?

El rostro de Leya no delató su sorpresa ni la curiosidad que se despertó.

—¿Cuáles son sus nombres?

—Nos vimos en la plaza —el joven bajó un escalón con una mano algo temblorosa levantada—. Soy Fabrizio Párraga.

—Mi nombre es Violeta Redes. Mis padres me castigarán hasta los treinta si se enteran que vine —Movía los dedos con incomodidad, sus ojos clavados en las escaleras—. ¿Podemos hablar adentro?

—¿Son mayores de edad?

—Desde el mes pasado.

—Lo seré en dos meses y medio. Mi prima y yo nacimos con dos días de diferencia. 

Con un asentimiento, Leya sacó sus llaves y abrió la puerta. Asomó la cabeza para asegurarse de que todo su material de investigación estuviera guardado y la pizarra cubierta con su cortina. 

Entonces les hizo señas para que entraran y tomaran asiendo en una de las tres sillas de la mesa redonda. Encendió la cafetera y se apoyó contra la mesada. Desde allí estudió a los dos jóvenes cuyos ojos observaban los escasos muebles y la inexistente decoración del lugar.

Como era un departamento pequeño, la cocina, comedor y living eran el mismo salón. El único dormitorio y el baño estaban separados tras la pared del fondo. No había cuadros ni fotografías, ni envoltorios por el suelo o ropa colgando de algún mueble. Las cortinas eran de un blanco manteca sin estampados a juego con el gris ceniza de las paredes, habían venido con el contrato de alquiler. 

Siempre había sido una mujer de poco equipaje material… con una pesada mochila invisible atada a su espalda. Si ella decidía marcharse un día, nadie encontraría huellas en ese departamento impersonal.

—¿En qué puedo ayudarles? —Leya decidió que les había dado suficiente tiempo para aclimatarse.

—¿Usted cree que lo de Candelaria no fue un accidente? —preguntó Violeta sin dejar de morderse la uña.

El bosque de la fortuna rojaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora