Capítulo 6

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La casa del doctor Daniels se alzaba en medio de dos moras tan frondosas que servirían de paraguas durante las lluvias. Se trataba de una vivienda de primer piso con paredes de piedra oscura y ventanas largas cubriendo el frente. Un candelabro en la entrada se encendió cuando ellos se acercaron.

Blaise apoyó una mano en su brazo, un gesto tan cercano que la tomó desprevenida.

—¿Cómo debería presentarla, señorita Hunter?

—¿El doctor hablará conmigo si le digo que soy la detective que está investigando el ataque a Candelaria?

—Estará encantado de dejar entrar a su casa a una desconocida armada y declararse culpable de algún crimen que no cometió.

—La ironía es un tipo de comportamiento pasivo-agresivo, Blaise Del Valle.

El hombre ignoró su comentario, subió las escaleras con esa naturalidad de quien caminaba por sus tierras, tocó el timbre y aguardó. La mujer que abrió era robusta, de mediana edad y movimientos ágiles. 

—¡Blaise, al fin llegaste! Joshua no ha dejado de hablar de ti desde el almuerzo. El tratamiento está haciendo efecto, pero él está insufrible. ¡Ven, entra a tomar una taza de té! Necesito que lo distraigas un rato. Si vuelvo a escuchar la palabra peperina le voy a meter ese frasco con pasto por donde no le da el... Oh, hola —dijo la mujer con aturdimiento al ver por primera vez a la detective.

—Lulú —Blaise tomó las manos arrugadas de esa mujer entre las suyas y señaló a su acompañante—, te presento a Leya Hunter, llegó a Bosques Silvestres hace dos meses. 

Las pupilas de la mujer miraron a una y después al otro joven. Leya supo el momento exacto en el que malinterpretaba todo, su instinto también le dijo que ese malentendido sería la comidilla del pueblo a partir de mañana.

Qué más daba, había sido conocida como una perra sin corazón durante sus años de universidad, sería refrescante que su reputación se fuera hacia el otro lado del termómetro.

—Buenas noches —saludó Leya sin moverse de su lugar.

—Ella es linda, algo me decía que no te conformarías con las muchachas del pueblo.

«Esta conversación tomará un rumbo incómodo en cualquier momento», predijo la joven.

—Lulú, la señorita Hunter es quien encontró a Cande esa noche. Como es detective, está investigando todo para que no vuelva a pasarle a otro niño. 

—Me imagino que alguien estuvo cazando en el territorio de esos animales y por eso viajaban por aquí cuando la pobre Cande pasaba. Una verdadera tragedia —se lamentó.

—Encontré a Leya en la plaza y me ofrecí a llevarla a su casa. Me comentó que le interesaba el ajedrez y pensé que a tu esposo le encantaría distraerse con una nueva adversaria.

Los ojillos de la mujer se iluminaron. Unió las palmas en un aplauso a la altura de su boca.

—¡Sí! Pasen, pasen, iré a poner la jarra eléctrica.

—¡Blaise! —susurró Leya con los dientes apretados cuando los dejaron a solas en el gran recibidor—. ¿Por qué le dijo que me gustaba el ajedrez?

—Mencioné que le interesaba, no fue una mentira  —respondió al mismo volumen mientras se dejaba caer en uno de los sillones—. Además, será una buena oportunidad para interrogar a su testigo estando frente a frente, señorita Hunter.

—Pero... yo... —Los ojos de la joven estaban muy abiertos cual cordero aturdido. Sus mejillas se fueron volviendo del color del ají— no sé jugar al ajedrez.

El bosque de la fortuna rojaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora