CAPITULO I.

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JUNE.


Nos encontramos en una cafetería cercana a los edificios en donde vivimos. Es sábado, por lo que no tenemos clases, y decidimos pasar un poco de tiempo juntos antes de estar sumidos completamente en los estudios debido a que ya nos acercábamos al mes de exámenes finales.

—Quita esa cara, June —el pelirrojo tira una servilleta hecha bolita contra mi hombro antes de darle un sorbo a su café.

Trato de formular una sonrisa y, al salirme una mueca, decido rendirme y me encojo de hombros.

—Si no logras dejar de pensar en él, ¿por qué no lo llamas? —cuestiona frunciendo el ceño, levantando la vista para encararme.

Muerdo mi labio inferior pensando en una respuesta clara mientras golpeo el piso ligeramente con mi pie.

Miro a mi costado encontrándome con las calles de San Francisco; no había un gran cambio estacional, a pesar de estar a mediados de mayo el calor no era demasiado agobiante. De hecho, debido a que estaba corriendo algo de viento, decidimos venir aquí.

—Han pasado dos años, August —contesto, aguantando una risa cuando lo oigo gruñir.

—No me llames así, ya te he dicho que es Gus —se queja, apoyándose en el respaldar de su asiento.

—¿Y tú puedes llamarme June? —enarco una de mis cejas fingiendo irritación.

—Es tu nombre —apunta, como si tuviera que recordármelo.

—Y el tuyo es August —sonrío inocentemente, molestándolo.

—Ya —pone los ojos en blanco—, pero junio es mi mes favorito.

—Agosto también es mi mes favorito —lo pico, provocando que él se cruce de brazos.

—Eres un dolor en el culo, ¿lo sabes? —dice entre dientes, soltando un bufido.

Me encojo de hombros quitándole importancia—. Y aún así me amas —canturreo.

Me regala una mirada de fingido fastidio dejándome saber que solamente está jugando.

—Sigo sin creer que nos llamemos como el mes de cumpleaños del otro —confiesa, llevándose un trozo de torta a la boca.

Tengo la intención de hacer lo mismo cuando Gus saca otro trozo y me lo ofrece, hecho que agradezco gustosa.

—Amo la originalidad de nuestros padres —digo, con algo de sinceridad y sarcasmo a la vez.

Porque es cierto; no conocía a más personas –aparte de Gus– que tuviera nombres extraños pero a la vez conocidos porque los solemos repetir todos los años.

Él se encoge de hombros, haciendo un mohín con sus labios mientras parece estar pensando en lo que está apunto de decir.

—Ahora, florecilla... —arrastra, formulando una sonrisa que quiere hacer parecer adorable.

—No me digas así —corto antes de que pueda decir algo, irritada.

—Tú misma lo dijiste, han pasado dos años —me ignora olímpicamente, sacándome una mueca sorprendida que lo divierte, y aún así pasa por alto—. ¿Por qué sigues pensando en él, entonces?

—No lo sé —suelto vagamente, dándole otro sorbo al café entre mis manos—. Supongo que nunca tuvimos –nunca tuve el cierre que me hubiera gustado —me corrijo.

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