Único.

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Tener las manos llenas de sangre y la mente vacía era tan normal como ver el cuerpo tirado frente suyo.

Pero todo era culpa de él.

Él se creía Dios. Decía que podía controlar el tiempo, la forma y el desenlace de la persona que él quisiera y escogiera.

Era hermoso y etéreo. Sus ojos de colores diferentes relucian como dos farolas a la luz del sol y su piel nívea y cremosa brillaba invitandote a tocarla y perderte en ella, navegando en su esencia a pinos y canela. Su cabello rubio burlándose de los rayos relucientes del sol, cada uno danzando con el cálido viento de las tardes que eran solo nuestras.

Era inteligente, su comportamiento rozando lo perfecto. Siempre tenía las mejores notas y los mejores comentarios. Era el hijo que toda madre desea, el alumno prodigio y un novio que todos querrían a su lado.

Las cosas típicas y clichés jamás iban con él, porque era distinto, era interesante de ver y admirar, de escuchar y sentir. Era un soplo de aire helado en verano y el calorcito reconfortante en invierno.

Sereno y sonriente, me contaba historias maravillosas para dormir y luego me abrazaba, besando mi cabello hasta sentir que mi respiración era lo bastante calmada, sabiendo  lo inocente que era para saber lo que hacía después de fingir ser un ángel todo el tiempo.

Y mientras yo soñaba con una vida juntos, sus grandes manos tomaban la orilla de mi ropa interior para tomar lo que según él le pertenecía.

En los días lluviosos y fríos, donde sentías que la tristeza y melancolía propagaba el lugar, él me llevaba de la mano hácia el lago para que viéramos como caían las gotas hasta desaparecer en los metros de agua profunda y cristalina. Agua que al pasar de los días se congelaba y no te permitía ver todos los cuerpos desfallecidos que albergaba.

Él me decía que era lo mejor que le había pasado, que era la promesa de un mañana y un para siempre. Me brindaba sonrisas que yo creía sinceras, y su manera de mirarme hacía que mis piernas temblaran y mi corazón se agitara. Sus manos cubrían las mías por completo y podia sentir los metales de sus anillos, pero no tenía el conocimiento de a cuantos le pertenecían lo que él vociferaba como suyo.

Me susurraba con su voz grave y aterciopelada cuanto  me amaba, mientras me besaba y recorría mi lengua con la suya, haciéndome sentir indefenso, dependiente a él.

Me juraba con el brillo de una galaxia entera en sus ojos, que era un flor exótica en medio de un campo lleno de rosas.

Me mentía de la forma más hermosa posible y me manipulaba como un experto. Sus palabras jamás se sintieron vacías, porque todos lo que él hacía tapaban los huecos que nunca dejó ver. Sus coartadas jamás me permitieron dudar de él ni un segundo, porque era perfecto para mí.

Y mío.

Pero cuando las cosas se tornaron oscuras y la bomba de situaciones bizarras le cayó encima, no supo explicarme porque tenía un martillo con sangre en la caja de herramientas y porque temblaba de forma descontrolada mientras yo le miraba.

Se acercó a mí y pude sentir su angustia y temor, quizá esperando que me alejara, que llorara y le pidiera explicaciones, quizá se asustó al pensar que lo había atrapado y que su teatro barato había terminado. Pero, ¿por qué eso le tendría que importar si podía buscar a cualquier otra marioneta con la que podía jugar nuevamente?

Escapar de él fue lo que debí hacer desde un principio. Correr y esconderme ahora que sabía la verdad era una de las mejores opciones, porque entendía el significado de esa mirada en sus ojos, porque yo sabía que en la larga lista de su vida, seguía yo.

Pero el éxtasis de sentir que finalmente él no tenía el control, el verlo perdido y desorientado como un pequeño cachorro en medio de un bosque, solo dejó que las emociones y pensamientos que había guardado por tanto tiempo, renacieran y salieran de nuevo a flote, en busca de que cumpliera mis deseos, los caprichos que nadie sabía que alguien como yo albergaba.

Porque yo también fingía, yo también me había creado mi propia vida ficticia.

Porque yo no era la víctima.

Sostuve el martillo en mis manos y lo miré por un largo rato esperando que se moviera, que diera solo un paso, un maldito paso y estaría muerto junto a todos los pobres y tristes cuerpos congelados en ese hermoso lago que alguna vez lo hice conocer.

-Las cosas nunca son lo que parecen, ¿no crees?-. Su mirada no se despegó de la mía en ningún momento, y cuando le sonreí, fue como si hubiese tocado algo sensible en su interior, porque cayó al suelo de rodillas y lloró.

Patético.

Un pobre y triste idiota.

-N-no lo hagas, y-yo te amo, te amo, te amo... - Su voz apenas se oía y me reí bajito.

"Te amo..."

¿Realmente lo hacía?

Lo vi desde arriba con una sonrisa cargada de burla. Él me amaba, lo juraba y podría apostar que era sincero en ello. Claro que me amaba, si yo me había encargado de que así fuera. Yo mismo lo había amoldado a mi antojo para que no pudiera vivir sin mi presencia. Él dependía de mi, y si lo quería, él me entregaría su vida sin soltar ni una queja de sus preciosos labios.

Pero el amor nunca era suficiente.

-Lo siento, pero el tiempo es sagrado y yo ya he perdido demasiado.

En un abrir y cerrar de ojos su vida se escapó de mis manos y la sangre llenó el suelo de la habitación.

Respiré el olor metálico y con los ojos perdidos, sonreí.

Lo había hecho, lo había conseguido, mi experimento
había funcionado como siempre.

Entonces, ¿porque se sentía así?

Y lo recordé, como el me había abrazado, surrándome con dolor.

"Mi cuerpo se pudrirá, pero de tu mente no me sacarás jamás".

Mi nombre, tú nombre.

Yoongi...

Y tenía razón.

Porque yo jamás fui la víctima, solo parte de su juego retorcido.

Solo un demonio perdido.

DATSUZOKU	~Donde viven las historias. Descúbrelo ahora