Capítulo 2: Acción y Consecuencia

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Paulatinamente, el desierto comenzó a convertirse en urbanidad, el calor fue aumentando y antes de que te dieras cuenta, te encontrabas en plena ciudad. Vio los edificios volverse más altos conforme se acercaban al centro, palmeras y arbustos verdes estilizados en formas, reemplazar a los cactus y matorrales. 

Ocasionalmente, su madre señalaba tal o cual lugar, haciendo comentarios: "Ahí había una heladería", "Ahí vi mi primera película americana con mis amigas"... comprendió entonces que en realidad no le importaba tanto la cuestión del permiso, si no que quería que viera a su alrededor, compartir ese momento con él y mostrarle la ciudad que la había visto llegar a América.


Su madre era alemana, sus abuelos berlineses que crecieron durante la Guerra Fría en el lado oriental del muro y que tras la caída de este no se habían adaptado del todo al cambio así que decidieron continuar criando a su hija con la misma disciplina y austeridad del viejo sistema. Así, su madre, que contaba con todos los recursos para ser una adolescente malcriada, reprimida en medio del golpe cultural proveniente del lado occidental que fue la posguerra, creció siendo una hija modélica de buenas notas, buenas costumbres y hasta buenas compañías. 

No sería hasta después de acabar la preparatoria, durante lo que ella misma describía como aquel "fatídico" viaje a América con sus amigas que le hicieron como regalo de graduación por su propia insistencia, que daría rienda suelta a toda su rebeldía adolescente contenida.

Tras unos días en América, habían decidido tomarse un descanso de visitar la playa o ir a night clubs y asistir a un festival de cine organizado por la universidad local. Tras hacer rápidamente amigos y generar sensación por ser extranjeras, las invitaron a una fiesta de fraternidad a la que aceptaron ir encantadas.

Avanzada la fiesta, su madre se había cansado de la gente (tal y como solía pasarle a él) así que empezó a recorrer la casa para encontrar a sus amigas y que se devolvieran de una vez a su hostal. Pero en cambio, en la cocina se topó con cierto estudiante de literatura inglesa que se sorprendió de su buen inglés producto de escuelas privadas y su alta tolerancia al alcohol, producto de su sangre alemana; a ella le sorprendió que alguien tan mayor estuviera en la universidad, pero le causó buena impresión que fuera porque estaba estudiando una maestría pues quería dedicarse a enseñar.

Y así era como se habían conocido sus padres.

De lo que recordaba de cuando todavía podía preguntarles la historia sin que después estallara una discusión, se habían quedado platicando toda la noche, descubierto que era justo 15 años y 2 meses mayor que ella, que a ambos les gustaba el metal, la literatura fantástica y el cine francés. Su madre decía que era en realidad no tenían tantas cosas en común, pero tenía un auto, un apartamento, no tenía mala cara y volvería a Alemania acabando el verano, así que no pensó mucho las cosas, iba a ser un romance pasajero, una anécdota para contar.

Haciéndolo sentir algo incómodo, su mamá solía bromear con que la razón de que su padre se mantuviera tan conservado a su edad era porque le había robado la juventud.

A partir de que lo había tenido a los 19, uno podía deducir como había resultado ese verano.

Después de haber estado un par de semanas prácticamente viviendo juntos, apenas se enteró del embarazo fue a dejarla al hostal con sus amigas para "estar solo y pensar"... había llorado desesperada sin saber que hacer, sus amigas sugirieron desde el aborto a que lo tuviera y lo diera en adopción, que de vuelta en Alemania se consiguiera un novio y le embarcara al bebé, que no le dijera a sus padres y llegara de sorpresa... cual fuera su decisión prometieron apoyarla, pero la cuestión era que apenas podía pensar.

Pasada una semana, su padre volvió por ella con maletas hechas y dos boletos de avión. Había vendido su auto y dejado el apartamento; iban a Detroit con sus padres, estaba dispuesto a asumir la responsabilidad y ella, tan abrumada por las perspectivas, le siguió aliviada de que alguien más tomara una decisión.

Sus abuelos obviamente se habían enterado de todo. 

A partir de que jamás había vuelto a Alemania y el estado actual de las cosas, uno podía deducir como había resultado esa revelación.


De los edificios relucientes y los arbustos recién podados, pasaron a las fachadas de ladrillo con macetas de flores en las ventanas rotas; veía viejos platicando sentados en sillas plásticas, las aceras recién lavadas ayudando a aliviar un poco el calor, niñas saltando la cuerda o persiguiéndose con los niños, chicos jugando fútbol sin camisa que tuvieron que recoger las latas que marcaban las porterías improvisadas y apartarse para dejarlos pasar.

Empezaba a disfrutar el paisaje, irguiéndose en el asiento y dejando de manosear nerviosamente el teléfono en su bolsillo; cuando antes de que se lo esperara, el auto detuvo con una ligera sacudida y entonces escuchó:

—Aquí es.

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