Capitulo 3: Fuerza de voluntad

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Echó una mirada discreta a su alrededor, apoyado en el auto mientras su madre quitaba la lona del techo para empezar a descargar las cajas de la mudanza en la acera.

Sin dejar de estar atento a su entorno, se agachó para tomar una caja. No podía evitar comparar el edificio con su viejo hogar; que para empezar no había sido un apartamento, si no una casa y aunque no era el mejor lugar del mundo podían llamarlo suyo. Tampoco estaba en el mejor barrio, pero era una comunidad unida en la que a pesar de que no te llevaras con el vecino, podías contar con que te avisara si la policía o los miembros de tal o cual pandilla habían pasado por tu casa mientras no estabas y que no dirían una palabra sobre ti de ser interrogados.

Las caras nuevas a su alrededor, de todas las razas y colores (al menos eso le era familiar), les veían curiosas, a ellos y a sus cosas y su camioneta, como si no pertenecieran ahí o fueran extraterrestres arribando del espacio exterior pretendiendo hacerse pasar por humanos.

Mamá, no me gusta aquí. —se puso de pie lentamente, bajando la cabeza y murmurando en torpe alemán para que nadie más entendiera, aun así, en voz baja, procurando que solo ella lo escuchara.

Vas a tener que acostumbrarte, ya te dije que no es como si pudiéramos dar media vuelta a estas alturas o algo. —le contestó también en alemán (fluido), aunque sin preocuparse en tener la misma discreción; le pasó una caja más, sabiendo que la aguantaría—. Anda, tu primero.

Se escuchaba de buen humor; estaba de buen humor. Después de dejarlo esperando mientras entraba al edifico a hablar con el encargado y recoger las llaves del que sería su apartamento, había llegado casi bailando, agitándolas frente a su cara.

Surgieron murmullos en cuanto los escucharon hablar, pudo notar que una señora que sacudía un mantel desde hacía cinco minutos en su ventana, ya ni siquiera se preocupaba en fingir estar ocupada y los veía directamente, ajustándose las gafas. Bajó nuevamente la vista concentrándose en sus cajas y se apresuró a dirigirse a la entrada, sintiendo sus orejas arder. Su madre no notó su ansiedad o no le preocupó.

—Está en el cuarto piso, no tardes. —le abrió la puerta al edifico y sintió como le metía las llaves en el bolsillo trasero del pantalón y le daba una palmada que pretendía ser un gesto de aliento.

Entró al recibidor vacío y silencioso, las paredes eran de ese desagradable amarillo pastel que de inmediato te llenaba la boca a sabor a yeso y humedad, aunque tras tomar un par de bocanadas comprobara que el aire estaba perfectamente normal; en un rincón había una caja de cartón con un letrero viejo de "Gatitos Gratis" que ya no tenía gatos y ahora estaba llena de basura. Por encima de él escuchaba llegar música latina y el sonido de alguien arrastrando un mueble; un par de niños bajaron corriendo por las escaleras sin prestarle atención y salieron a la calle, el sonido de autos y actividad reavivándose por un segundo antes de que azotaran la puerta al cerrarla. 

Vio los buzones alineados en la pared del fondo y una planta de ornato que supuso pretendía no hacer ver tan miserable el recibidor; identificó rápidamente el que correspondería a ellos: el 49.

—Cuarto piso... —repitió para sí, vio el letrero de "fuera de servicio" en el ascensor y con un suspiro resignado empezó a subir las escaleras; estas estaban en buen estado aunque la higiene no era la mejor, había algo de basura regada y las paredes estaban llenas de marcas de dedos, arañazos y un par de grafitis. En un momento resbaló con una bolsa de papas vacía y tuvo que apoyar el hombro contra la pared para recuperar el equilibrio y no caerse o soltar las cajas y en el tercer piso esquivó lo que estaba casi seguro (no quiso voltear para cerciorarse) era un condón usado.

Boys Like Flowers TooDonde viven las historias. Descúbrelo ahora