ᴄʜᴀᴘᴛᴇʀ 19

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Dando un fuerte respiro, se abrochó adecuadamente su saco y cerró la puerta con llave detrás de ella.

Seyeon era de esas pocas personas cuyo cabello crecía no tan lento. Recordaba tenerlo a la altura de debajo del mentón; ahora podía amarralo flojamente, pues le llegaba a la mitad del cuello.

Había muchas cosas que la hacían sentir diferente. Desde pequeña, las personas miraban con curiosidad sus ojos, pues no era común allí el tenerlos de un color tan claro. Sentía que destacaba aún más gracias a sus cabellos, azabaches como los de su padre. Eran tan largos y finos, su frente era del tamaño perfecto y su piel de un color cremoso. Siendo tan pequeña llamaba la atención de todos debido a su curiosa apariencia.

Pero ella lo odiaba.

Seyeon no quería ser así. No quería ser la muñeca perfecta que su padre deseaba formar. El día que decidió irse de casa, cortó sus cabellos y los tiñó de un color tan claro, que no destacaría entre los demás cabellos coloridos; sin embargo, tampoco sería invisible. De alguna manera, quería transmitir alegría.

Descubrió que era buena dando consejos desde que cumplió 12 años, las sonrisas de las personas al agradecerle la motivaron a seguir haciendo ello incluso en su nueva escuela. Encerró su tranquilidad y tormentos en una apariencia animada.

Ahora era conocida por todos por sus consejos y sus reacciones divertidas. Pese a ello, no destacaba en notas; en el caso de los deportes era lo contrario. No tenía la atención de los demás si no era por esas mismas razones. No era popular, pero tampoco invisible. Y así estaba bien.

Esa era la Seyeon que siempre había querido ser.

Pero esa parte de ella, lo quisiera o no, siempre seguiría allí. Sabía que últimamente su rutina había dado un giro inesperado. El haber iniciado su trato con Yeonjun, atrajo la mirada de sus compañeros de diferente manera. Ahora podía sentir los ojos de envidia con cada paso que daba; se volvió extraño que alguien fuese a pedirle consejos.

De nuevo era la Seyeon cohibida que no hablaría con nadie de no ser por Yuqi.

Sabía que si se dejaba romper el corazón, podría volver a ser la Seyeon de siempre: la chica animada para nada inteligente pero buena en deportes, que inesperadamente era la mejor dando consejos.

Lo único que debía hacer, era dar media vuelta.

Y aún sabiendo eso; aún siendo consciente que aceptaría aquel cambio, tocó el timbre de la casa contraria con decisión. No estaba segura de qué iba a decir; ni siquiera sabía si tendría alguna posibilidad de remediar las cosas.

Pero quería intentarlo.

La puerta fue abierta por Wonyoung. Esta tenía sus cabellos amarrados en una cola alta y tenía sus gafas colocadas; Seyeon sabía que los Choi solo las usaban cuando estudiaban. Al conectar sus miradas, la menor abrió sus orbes sorprendida de verla allí.

—Unnie, creí que ya no vendrías —confesó apartándose para darle paso dentro—. Como hace tres días que Yeonjun vino y... —calló de repente, percatándose que estaba hablando de más—. Nada, ven, pasa.

Algo tímida, ingresó y miró a su alrededor. La casa estaba como siempre; sin embargo, se sentía más fría que de costumbre.

Siguió caminando hasta dar media vuelta dando con el comedor. En aquella gran mesa, sus ojos se posaron sobre los del chico que la miraba a través de sus lentes, con sorpresa pero seriedad en sus pupilas.

—Unnie —saludó Jiheon poniéndose en pie. Había estado sentada junto al chico. Al parecer, el mayor había estado ayudándolas a ambas chicas a estudiar—, no te veía desde hace días.

ᴾˡᵉᵃˢᵉ, ᶜᵘʳᵉ ᵐᵉ - ᶜʰᵒⁱ ʸᵉᵒⁿʲᵘⁿDonde viven las historias. Descúbrelo ahora