Esto sucedió hace ya muchos ayeres, en 1991, cuando fui de visita a Tijuana con tres amigos para
conocer y ver si era cierto que la ciudad era como decían en cuestión de excesos y placeres.
Pasamos las primeras noches hospedados en el Hotel César, hogar de la famosa ensalada César, y
ubicado en el centro de la ciudad cerca de bares y burdeles de todo tipo. Cada noche salíamos a
pasarla bien en esos establecimientos y hasta empezamos a entrarle a la droga, que circulaba en
abundancia en esos lares.
Lo mejor es que había tanta prostitución que uno siempre podía encontrar lo que quisiera, desde
putas callejeras y travestis que te la mamaban por 20 pesos en un callejón hasta putas finas
extranjeras que cobraban como 3000 pesos por una hora.
Una de las últimas noches que pasamos ahí estábamos buscando algún buen lugar que no
hubiéramos conocido, cuando en eso se nos acercó un ruco que nos preguntó si queríamos ver algo
diferente que no se da en otras partes y pues como ya estábamos algo pedos y jariosos le
contestamos que sí y le pagamos una feria. Nos llevó entonces a una parada de taxis y le dijo a un
chofer algo con efecto de "llévalos al del burro".
Nos subimos, yo en el asiento del frente, y empezamos el trayecto que estuvo largo y nos llevó lejos
de la zona centro, hasta un camino de terracería que se internaba en uno de los cerros que
caracterizan a la región y finalmente llegamos a un lugar donde había ya varias personas reunidas y
otros vehículos, todos los cuales iluminaban un escenario improvisado hecho de madera.
Cuando bajamos vimos que los otros presentes también eran turistas y los choferes nos estuvieron
ofreciendo bebida y tachas.
Cuando ya estábamos bien pedos y pachecos nos dijeron que ya iba a empezar el show, el "donkey
show" como le llamaron.
En eso que al escenario se subió un travesti todo gordo y culero, y por el otro lado había unos tipos
jalando a un burro con una cuerda. El animal se veía bien excitado y traía su riata de medio metro
toda dura, restregándosela contra al vientre y chorreando líquido preseminal.
Rápidamente los tipos que lo traían lo voltearon con la panza para arriba y lo retuvieron así, y el
travesti se le acercó y se levantó el vestido. Se escupió en una mano, se la frotó en el ano, se colocó
sobre el burro, se abrió las nalgas y de un sentón se le dejó caer sobre el pito y le entró entero de un
golpe.
Luego de eso se puso a brincarle y a cada salto que daba se le salía media riata del culo pero cuando
caía volvía a entrarle sin dificultad. El aire se ponía cada vez más apestoso con olor a mecos, culo,
burro y sudor mientras el joto seguía brincando, gritando y gimiendo.
A mí la verdad es que me dio demasiado asco y ya no quise seguir tomando ni mirando, pero uno
de mis amigos andaba bien emocionado mirando y seguía entrándole duro a las tachas, yo le dije
que le parara, pero me mandó por un tubo y ya se estaba poniendo bien pendejo.
El asqueroso espectáculo continuó hasta que el burro se le vino adentro al travesti, quien se levantó
y luego se agachó en el escenario y se puso a cagar como un litro de una mezcla entre sangre, mecos
y mierda. Yo no pude más y le dije a mis compas que nos fuéramos de ahí, que ya no podía más.
El mismo taxista que nos llevó se ofreció a trasladarnos a nuestro hotel y ya no supe más hasta que
amanecí todo crudo a la mañana siguiente y me di cuenta que faltaba nuestro amigo el que sí
disfrutó del espectáculo, por lo que me asusté y desperté a los otros dos pero nadie sabía dónde
estaba.Pasamos toda la mañana y hasta el mediodía bien desesperados buscándolo porque nuestro vuelo ya
casi salía y pues el compa que no aparecía. Nos fuimos al hotel a descansar un rato y a llamar a su
familia o a la policía y lo encontramos tirado inconsciente frente a la puerta de nuestra habitación,
como si alguien hubiera ido a tirarlo.
Lo peor es que tenía la parte de atrás de su pantalón toda manchada de sangre seca, por lo que
rápido lo metimos al cuarto para echarle agua fría en la cara para despertarlo. Andaba todo raro
como si estuviera sedado con algo y no sabía qué le había pasado, pero dijo que se sentía muy mal,
que le dolía mucho el culo y que sentía el vientre adolorido como si estuviera inflamado.
Pensábamos que tal vez le habían sacado un órgano o algo, pero dijo que sólo necesitaba ir a cagar.
Lo llevamos al baño, lo ayudamos a sentarse y mientras pujaba se vomitó en el piso, y así se quedó
vomitando y cagando al mismo tiempo. Cuando acabó dijo que se sentía mejor y cual no sería
nuestro disgusto y sorpresa al ver que en la taza había dejado mucha sangre, mecos y lo más
desconcertante y repugnante de todo: Una rata muerta.
Lo peor es que la rata presentaba claras señales de haber sido introducida viva ya que en sus garras y
hocico tenía cachos del revestimiento intestinal de nuestro amigo, evidente indicador de que había
intentado escapar.
Desde esa vez ya no nos quedaron ganas de volver a Tijuana y juramos no contar a nadie.